El Hogar Cristiano
Sección 10—La reina de la familia
Capítulo 38—Posición y responsabilidades de la madre
Igual al esposo—La mujer debe ocupar el puesto que Dios le designó originalmente como igual a su esposo. El mundo necesita madres que lo sean no sólo de nombre sino en todo sentido de la palabra. Puede muy bien decirse que los deberes distintivos de la mujer son más sagrados y más santos que los del hombre. Comprenda ella el carácter sagrado de su obra y con la fuerza y el temor de Dios, emprenda su misión en la vida. Eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo y obtengan un hogar en el mundo mejor.1 HC 206.1
La esposa y madre no debe sacrificar su fuerza ni dejar dormir sus facultades apoyándose por completo en su esposo. La individualidad de ella no puede fundirse en la de él. Debe considerar que tiene igualdad con su esposo, que debe estar a su lado permaneciendo fiel en el puesto de su deber y él en el suyo. Su obra en la educación de sus hijos es en todo respecto tan elevadora y ennoblecedora como cualquier puesto que el deber de él le llame a ocupar, aun cuando fuese la primera magistratura de la nación.2 HC 206.2
La reina del hogar—Al rey en su trono no incumbe una obra superior a la de la madre. Esta es la reina de su familia. A ella le toca modelar el carácter de sus hijos, a fin de que sean idóneos para la vida superior e inmortal. Un ángel no podría pedir una misión más elevada; porque mientras realiza esta obra la madre está sirviendo a Dios. Si tan sólo comprende ella el alto carácter de su tarea, le inspirará valor. Percátese del valor de su obra y vístase de toda la armadura de Dios a fin de resistir a la tentación de conformarse con la norma del mundo. Ella obra para este tiempo y para la eternidad.3 HC 206.3
La madre es la reina del hogar, y los niños son sus súbditos. Ella debe gobernar sabiamente su casa, en la dignidad de su maternidad. Su influencia en el hogar ha de ser suprema; su palabra, ley. Si ella es cristiana, bajo la dirección de Dios, conquistará el respeto de sus hijos.4 HC 207.1
Se debe enseñar a los niños a considerar a su madre, no como una esclava cuyo trabajo consiste en servirlos, sino como una reina que ha de guiarlos y dirigirlos enseñándoles renglón tras renglón, precepto tras precepto.5 HC 207.2
Comparación gráfica de valores—Rara vez aprecia la madre su propia obra y a menudo atribuye un valor tan bajo a su labor que la considera como pesada rutina doméstica. Hace lo mismo día tras día, semana tras semana, sin ver resultados especialmente notables. Al fin del día no puede contar las muchas cositas que ha hecho. En comparación con lo que ha logrado su esposo, le parece que no ha hecho cosa alguna digna de mención. HC 207.3
Con frecuencia el padre vuelve con aire satisfecho de sí mismo y relata orgullosamente lo que ha logrado durante el día. Sus palabras indican que ahora la madre debe servirle, porque ella no ha hecho gran cosa fuera de cuidar a los niños, preparar la comida y mantener la casa en orden. No ha actuado como negociante, pues nada ha comprado o vendido; no ha labrado la tierra; no ha actuado como mecánica; por lo tanto no ha hecho nada que la canse. El critica, censura y dicta como si fuese el señor de la creación. Esto resulta tanto más duro de soportar para la esposa y madre por cuanto se ha cansado mucho cumpliendo su deber durante el día, sin que pueda verse lo que ha hecho, y ella se descorazona realmente. HC 207.4
Si se descorriese el velo y ambos padres pudieran ver el trabajo del día como Dios lo ve, y discernir como su ojo infinito compara la labor de ambos, se asombrarían ante la revelación celestial. El padre consideraría sus labores con más modestia, mientras que la madre cobraría nuevo valor y energía para proseguir su tarea con sabiduría, perseverancia y paciencia. Conocería entonces su labor. Mientras que el padre trató con cosas perecederas que pasarán, la madre contribuyó a desarrollar mentes y caracteres y trabajó no sólo para este tiempo, sino para la eternidad.6 HC 208.1
Dios le señaló su obra—¡Ojalá que cada madre pudiera percatarse de cuán importantes son sus deberes y sus responsabilidades y de cuán grande será la recompensa de su fidelidad!7 HC 208.2
La madre que asume animosamente los deberes que le tocan directamente verá que la vida le resulta preciosa porque Dios le dió una obra que hacer. En esta obra no necesita forzosamente empequeñecer su mente ni dejar que su intelecto se debilite.8 HC 208.3
La obra de la madre le fué asignada por Dios, a saber la de criar a sus hijos en la disciplina y admonición del Señor. Debe recordar siempre a sus tiernos intelectos el amor y temor de Dios. Cuando los corrige, debe enseñarles a considerar que son amonestados por Dios, a quien desagradan el engaño, la falsedad y las malas acciones. De esta manera el espíritu de los pequeñuelos podrá relacionarse con Dios en forma tal que todo lo que hagan y digan será para gloria de él; y en años ulteriores no serán como el junco bajo el viento y no vacilarán continuamente entre sus inclinaciones y el deber.9 HC 208.4
Conducirlos a Jesús no es todo lo que se requiere.... Estos niños han de ser educados y preparados para llegar a ser discípulos de Cristo, para “que nuestros hijos sean como plantas crecidas en su juventud; nuestras hijas como las esquinas labradas a manera de las de un palacio.” A la madre incumbe esta obra de modelado, refinamiento y pulimento. El carácter del niño debe ser desarrollado. La madre debe grabar en las tablillas del corazón lecciones tan perdurables como la eternidad; y tendrá por cierto que arrostrar el desagrado del Señor si descuida esta obra sagrada o permite que cualquier cosa la estorbe en ella.... La madre cristiana tiene su obra, que Dios le ha señalado, y no la descuidará si vive en estrecha relación con Dios y compenetrada de su Espíritu.10 HC 208.5
Su grande y noble misión—A toda madre se le confían oportunidades de valor inestimable e intereses infinitamente valiosos. El humilde conjunto de deberes que las mujeres han llegado a considerar como una tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y grandiosa. La madre tiene el privilegio de beneficiar al mundo por su influencia, y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A través de luces y sombras, puede trazar sendas rectas para los pies de sus hijos, que los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero sólo cuando ella procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de sus niños de acuerdo con el modelo divino.11 HC 209.1
Entre todas las actividades de la vida, el deber más sagrado de la madre es para con sus hijos. Pero ¡cuán a menudo se deja de lado este deber para buscar alguna satisfacción egoísta! A los padres han sido confiados los intereses actuales y eternos de sus hijos. Han de empuñar las riendas del gobierno y guiar a sus familias para que honren a Dios. La ley de Dios debe ser su norma, y el amor debe regir en todo.12 HC 209.2
No hay obra mayor ni más santa—Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en casa para que cuiden a los niños, la esposa y madre está haciendo una obra tan grande e importante como la que hace el esposo y padre. Mientras que el uno está en el campo misionero, la otra es misionera en el hogar, y con frecuencia sus ansiedades y cargas exceden en mucho a las del esposo y padre. La obra de la madre es solemne e importante.... El esposo puede recibir honores de los hombres en el campo misionero, mientras que la que se afana en casa no recibe reconocimiento terreno alguno por su labor; pero si trabaja en pro de los mejores intereses de su familia, tratando de formar su carácter según el Modelo divino, el ángel registrador la anotará como uno de los mayores misioneros del mundo. Dios no ve las cosas como las percibe la visión finita del hombre.13 HC 209.3
La madre es agente de Dios para hacer cristiana a su familia. Debe dar un ejemplo de religión bíblica y demostrar como la influencia de esta religión ha de regirnos en los deberes y placeres diarios, al enseñar a sus hijos que pueden salvarse únicamente por la gracia, mediante la fe, que es don de Dios. Esta enseñanza constante acerca de lo que Cristo es para nosotros y para ellos y acerca de su amor, su bondad y su misericordia revelados en el gran plan de salvación, dejará en el corazón impresiones santificadas y sagradas.14 HC 210.1
La educación de los hijos constituye una parte importante del plan de Dios para demostrar el poder del cristianismo. Incumbe a los padres una responsabilidad solemne en cuanto a educar a sus hijos de tal manera que cuando salgan al mundo, harán bien y no mal a aquellos con quienes traten.15 HC 210.2
Colabora con el pastor—El ministro tiene su tarea, y la madre tiene la suya. Ella debe llevar a sus hijos a Jesús para que los bendiga. Debe apreciar las palabras de Cristo y enseñarlas a sus hijos. Desde la infancia de éstos debe enseñarles a ejercer dominio propio y abnegación, así como hábitos de aseo y orden. La madre puede criar a sus hijos de tal manera que acudirán a escuchar con corazón abierto y tierno las palabras de los siervos de Dios. El Señor necesita madres que en todo ramo de la vida hogareña aprovechen los talentos que él les dió y preparen a sus hijos para la familia del cielo. HC 210.3
Mediante un fiel trabajo doméstico, se sirve al Señor tanto, o aun más, que al enseñar la Palabra. Tan ciertamente como lo son los maestros en la escuela, los padres y las madres deben considerarse como educadores de sus hijos.16 HC 211.1
La esfera de utilidad que incumbe a la madre cristiana no debe quedar estrechada por su vida doméstica. La influencia saludable que ella ejerce en el círculo familiar puede hacerla sentir, y así lo hará, en una utilidad más amplia dentro de su vecindario y en la iglesia de Dios. El hogar no es una cárcel para la esposa y madre consagrada.17 HC 211.2
Tiene una misión vitalicia—Comprenda la mujer el carácter sagrado de su obra y, con la fuerza de Dios y temiéndole, emprenda su misión en la vida. Eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo e idóneos para el mundo mejor. Nos dirigimos a las madres cristianas. Les suplicamos que sientan su responsabilidad como madres y no vivan para agradarse a sí mismas, sino para glorificar a Dios. Cristo no se complació a sí mismo, sino que asumió forma de siervo.18 HC 211.3
El mundo rebosa de influencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de instruir, guiar y refrenar a sus hijos, éstos aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo a su Salvador con la oración: “¿Qué orden se tendrá con el niño, y qué ha de hacer?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dió en su Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.19 HC 211.4
Reproduce la semejanza divina—Hay un Dios en lo alto, y la luz y gloria de su trono iluminan a la madre fiel que procura educar a sus hijos para que resistan a la influencia del mal. Ninguna otra obra puede igualarse en importancia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, alguna hermosa figura que pintar en un lienzo, ni como el escultor, que cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, algún pensamiento noble que expresar en poderosas palabras, ni que manifestar, como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea es desarrollar con la ayuda de Dios la imagen divina en un alma humana. HC 211.5
La madre que aprecie esta obra considerará de valor inapreciable sus oportunidades. Por lo tanto, mediante su propio carácter y sus métodos de educación, se empeñará en presentar a sus hijos el más alto ideal. Con fervor, paciencia y valor, se esforzará por perfeccionar sus propias aptitudes para valerse de ellas con acierto en la educación de sus hijos. A cada paso se preguntará con fervor: “¿Qué ha dicho Dios?” Estudiará su Palabra con diligencia. Tendrá sus miradas fijas en Cristo, para que su experiencia diaria, en el humilde círculo de sus cuidados y deberes, sea reflejo fiel de la única Vida verdadera.20 HC 212.1
Inscrita en el libro de fama inmortal—La abnegación y la cruz son nuestra porción. ¿Las aceptaremos? Ninguno de nosotros necesita esperar que cuando vengan sobre nosotros las últimas grandes pruebas se desarrollará un espíritu abnegado y patriótico en un momento porque lo necesitamos. No, en verdad. Este espíritu debe fusionarse con nuestra experiencia diaria, e infundirse en la mente y el corazón de nuestros hijos, tanto por los preceptos como por el ejemplo. Las madres de Israel pueden no ser guerreras ellas mismas, pero pueden criar guerreros que se ciñan toda la armadura y peleen virilmente las batallas del Señor.21 HC 212.2
Madres, en gran medida, el destino de vuestros hijos está en vuestras manos. Si no cumplís vuestro deber, los colocaréis tal vez en las filas del enemigo y los haréis sus agentes para arruinar almas; pero mediante un ejemplo piadoso y una disciplina fiel podéis conducirlos a Cristo y hacerlos instrumentos en sus manos para salvar a muchas almas.22 HC 212.3
Su obra [la de la madre cristiana], si la cumple fielmente en Dios, quedará inmortalizada. Las esclavas de la moda no verán ni comprenderán nunca la belleza inmortal que reviste la obra de esa madre cristiana, y se burlarán de sus nociones anticuadas y de su vestido sencillo y sin adornos, mientras que la Majestad del cielo inscribirá el nombre de aquella madre fiel en el libro de fama inmortal.23 HC 212.4
Los momentos no tienen precio—Toda la vida de Moisés y la gran misión que cumplió como caudillo de Israel dan fe de la importancia de la obra de una madre piadosa. Ninguna otra tarea se puede igualar a ésta.... Los padres debieran dirigir la instrucción y la educación de sus hijos mientras son niños, con el propósito de que sean piadosos. Son puestos bajo nuestro cuidado para que los eduquemos, no como herederos del trono de un imperio terrenal, sino como reyes para Dios, que han de reinar al través de las edades sempiternas. HC 213.1
Comprenda toda madre que su tiempo no tiene precio; su obra ha de probarse en el solemne día de la rendición de cuentas. Entonces se hallará que muchos fracasos y crímenes de los hombres y mujeres fueron resultado de la ignorancia y negligencia de quienes debieron haber guiado sus pies infantiles por el camino recto. Entonces se hallará que muchos de los que beneficiaron al mundo con la luz del genio, la verdad y santidad, recibieron de una madre cristiana y piadosa los principios que fueron la fuente de su influencia y éxito.24 HC 213.2