La Oración
Ana
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramatha, dejando al niño Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote, se le educase en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño diera sus primeras muestras de inteligencia, la madre le había enseñado a amar y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como del Señor. Por medio de todos los objetos familiares que le rodeaban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador. Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel por el niño. Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los años le hacía con sus propias manos un manto para su servicio; y cuando subía a Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio de su amor. Mientras la madre tejía cada una de las fibras de la pequeña prenda rogaba a Dios que su hijo fuese puro, noble, y leal. No pedía para él grandeza terrenal, sino que solicitaba fervorosamente que pudiese alcanzar la grandeza que el cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a sus conciudadanos. Or 160.3
¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a ser fiel el ejemplo de ella! A toda madre se le confían oportunidades de valor inestimable e intereses infinitamente valiosos. El humilde conjunto de deberes que las mujeres han llegado a considerar como una tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y grandiosa. La madre tiene el privilegio de beneficiar al mundo por su influencia, y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A través de luces y sombras, puede trazar sendas rectas para los pies de sus hijos, que los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero solo cuando ella procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de sus niños de acuerdo con el modelo divino. El mundo rebosa de influencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de instruir, guiar y refrenar a sus hijos, estos aceptarán naturalmente lo malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo a su Salvador con la oración: “¿Qué orden se tendrá con el niño, y qué ha de hacer?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 617, 618. Or 161.1
Ana, una mujer de oración
Ana no reprochó a su esposo por el error de su segundo matrimonio. Llevó la pena que no podía compartir con un amigo terrenal a su Padre celestial, y buscó consuelo únicamente en Aquel que había dicho “llama, y yo responderé”. Hay un poder extraordinario en la oración. Nuestro gran adversario constantemente busca apartar al alma atribulada de Dios. Una apelación al cielo de parte del santo más humilde le causa más pavor a Satanás que los decretos de los gobiernos o los mandatos de los reyes. Or 161.2
La oración de Ana no fue escuchada por oídos humanos, pero llegó al oído del Dios de los ejércitos. Fervientemente le rogó a Dios que le quitara su afrenta, y le otorgara el don más apreciado por las mujeres de su edad, la bendición de la maternidad. Mientras luchaba en oración, su voz no se escuchaba, pero sus labios se movían y su rostro evidenciaba una profunda emoción. Y ahora le esperaba una prueba mayor a la humilde suplicante. Cuando la mirada del sumo sacerdote, Elí, se posó sobre ella, decidió que estaba ebria. Las orgías de los banqueteos casi habían suplantado a la verdadera piedad en el pueblo de Israel. Aun entre las mujeres había frecuentes ejemplos de intemperancia, y por esto Elí resolvió recurrir a lo que consideraba un reproche merecido. “¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino”. 1 Samuel 1:14. Or 162.1
Ana había estado en comunión con Dios. Creía que su oración había sido escuchada, y la paz de Cristo llenaba su corazón. Poseía una naturaleza gentil y sensible, pero no se rindió a la pena ni a la indignación ante la injusta acusación de hallarse ebria en la casa de Dios. Con la reverencia debida al ungido del Señor, calmadamente repelió la acusación y declaró la causa de su emoción. “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Convencido de que su regaño había sido injusto, Elí respondió: “Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Or 162.2
En su oración, Ana había hecho un voto que si su pedido le era concedido, dedicaría su hijo al servicio de Dios. Ella dio a conocer este voto a su esposo, y él lo confirmó con un acto solemne de adoración antes de dejar Silo. Or 162.3
La oración de Ana fue contestada, y ella recibió el don por el cual había rogado tan fervientemente. Cuando consideró la respuesta divina a su pedido, llamó a su hijo Samuel, “demandado de Dios”.—The Signs of the Times, 27 de octubre de 1881. Or 162.4