La Oración

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Cristo es el mediador entre nosotros y Dios

Cristo es el vínculo entre Dios y el hombre. Ha prometido interceder personalmente por nosotros. Él pone toda la virtud de su justicia del lado del suplicante. Implora a favor del hombre, y el hombre, necesitado de la ayuda divina, implora a favor de sí mismo ante la presencia de Dios, valiéndose de la influencia de Aquel que dio su vida para que el mundo tenga vida. Al reconocer ante Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, nuestras intercesiones reciben un toque de incienso fragante. Al allegarnos a Dios en virtud de los méritos del Redentor, Cristo nos acerca a su lado, abrazándonos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se ase del trono del Infinito. Vierte sus méritos, cual suave incienso, dentro del incensario que tenemos en nuestras manos, para dar estímulo a nuestras peticiones. Promete escuchar y contestar nuestras súplicas. Or 81.1

Sí, Cristo se ha convertido en el cauce de la oración entre el hombre y Dios. También se ha convertido en el cauce de bendición entre Dios y el hombre. Ha unido la divinidad con la humanidad. Los hombres deberán cooperar con él para la salvación de sus propias almas, y luego esforzarse fervorosa y perseverantemente para salvar a los que están a punto de morir.—Testimonios para la Iglesia 8:190. Or 81.2

Así como el sumo pontífice rociaba la sangre caliente sobre el propiciatorio, mientras la fragante nube de incienso ascendía delante de Dios, de la misma manera, mientras confesamos nuestros pecados, e invocamos la eficacia de la sangre expiatoria de Cristo, nuestras oraciones han de ascender al cielo, fragantes con los méritos del carácter de nuestro Salvador. A pesar de nuestra indignidad, siempre hemos de tener en cuenta que hay Uno que puede quitar el pecado, y que está dispuesto y deseoso de salvar al pecador. Con su propia sangre pagó la pena por todos los malhechores. Todo pecado reconocido delante de Dios con un corazón contrito, él lo quitará. “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojo como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Isaías 1:18.—The Review and Herald, 29 de septiembre de 1896. Or 81.3