La Oración

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Capítulo 5—Las promesas de Dios y la oración

Dios promete escuchar y responder las oraciones

Cristo es el eslabón de unión entre Dios y el hombre. Ha prometido su intercesión personal empleando su nombre. Coloca toda la virtud de su justicia al lado del suplicante. Cristo ruega por el hombre, y el hombre necesitado de la ayuda divina, ruega por sí mismo en la presencia de Dios usando el poder de la influencia de Aquel que dio su vida por el mundo. Cuando reconocemos ante Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, se añade fragancia a nuestras intercesiones. ¡Oh, quién puede valorar esta gran misericordia y amor! Al acercarnos a Dios mediante la virtud de los méritos de Cristo, estamos revestidos con sus vestiduras sacerdotales. Él nos coloca cerca de su lado rodeándonos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se aferra del trono del infinito. Sus méritos, como fragante incienso, los pone en un incensario en nuestras manos, para estimular nuestras peticiones. Promete escuchar y responder nuestras súplicas.—Comentario Bíblico Adventista 6:1078. Or 57.1

Las oraciones sencillas inspiradas por el Espíritu Santo ascenderán a través de la puerta abierta, la que Cristo dijo que él abriría y que ningún hombre podría cerrar. Estas oraciones, mezcladas con el incienso de la perfección de Cristo, ascenderán como fragancia al Padre, y las respuestas llegarán.—Testimonies for the Church 6:467. Or 58.1

Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sincero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más lo necesite, y a menudo esta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero.—Testimonios para la Iglesia 1:117. Or 58.2

La facultad de orar como oró Nehemías en el momento de su necesidad es un recurso del cual dispone el cristiano en circunstancias en que otras formas de oración pueden resultar imposibles. Los que trabajan en las tareas de la vida, apremiados y casi abrumados de perplejidad, pueden elevar a Dios una petición para ser guiados divinamente. Cuando los que viajan, por mar o por tierra, se ven amenazados por algún grave peligro, pueden entregarse así a la protección del cielo. En momentos de dificultad o peligro repentino, el corazón puede clamar por ayuda a Aquel que se ha comprometido a acudir en auxilio de sus fieles creyentes cuando quiera que le invoquen. En toda circunstancia y condición, el alma cargada de pesar y cuidados, o fieramente asaltada por la tentación, puede hallar seguridad, apoyo y socorro en el amor y el poder inagotables de un Dios que guarda su pacto.—La Historia de Profetas y Reyes, 466, 467. Or 58.3