La Oración

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La oración por los enfermos y la voluntad de Dios

Al orar por los enfermos debemos recordar que “no sabemos orar como se debe.” Romanos 8:26 (VM). No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más conviene. Por tanto, nuestras oraciones deben incluir este pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto del alma. Conoces también a estas personas. Su Abogado, el Señor Jesús, dio su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de lo que puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en beneficio de tu gloria y de estos pacientes, te pedimos, en nombre de Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te pedimos que tu gracia los consuele, y que tu presencia los sostenga en sus padecimientos”. Or 277.1

Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de todo hombre. Lee todo secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se hace oración podrían o no soportar las pruebas que les acometerían si hubiesen de sobrevivir. Sabe si sus vidas serían bendición o maldición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que, al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos decirle: “Empero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lucas 22:42.—El Ministerio de Curación, 175. Or 277.2

Al orar por los enfermos, debemos orar que, si es la voluntad de Dios, puedan recuperar la salud; pero en caso contrario, que él les conceda su gracia y consuelo, y que su presencia los sustente en sus sufrimientos. Muchos que debieran hacer los arreglos finales de su vida no lo hacen cuando tienen esperanza de que recuperarán la salud como respuesta a la oración. Alentados por una falsa esperanza, no sienten la necesidad de aconsejar ni amonestar a sus hijos, padres o amigos, lo cual es desafortunado. Al aceptar la seguridad de que serán sanados cuando se ore por ellos, descuidan de hacer referencia a la forma como sus bienes debieran ser distribuidos, a cómo se atenderán las necesidades de su familia, y tampoco expresan deseo alguno concerniente a los asuntos de los cuales debieran hablar si pensaran que van a morir. En esta forma sobrevienen desastres sobre la familia y los amigos, porque muchas cosas que debieran entenderse quedan sin mencionarse, porque temen que el referirse a ellas sea una manifestación de falta de fe. Creyendo que será restaurada su salud mediante la oración, dejan de utilizar recursos higiénicos que tienen a su alcance, por temer que esto constituya una negación de su fe.—Consejos sobre la Salud, 373. Or 278.1

Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres y mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debiéramos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a pedir: “Si esto ha de glorificar a Dios”, temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de estos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a quienes temían orar por ellos. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas. Or 278.2

Ya no trazamos directivas, ni procuramos hacer que el Señor cumpla nuestros deseos. Si la vida de los enfermos puede glorificarlo, oramos que vivan, pero no que se haga como nosotros queremos, sino como él quiere. Nuestra fe puede ser muy firme e implícita si rendimos nuestro deseo al Dios omnisapiente, y sin ansiedad febril, con perfecta confianza, se lo consagramos todo a él. Tenemos la promesa. Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad.—Consejos sobre la Salud, 375, 376. Or 279.1