La Maravillosa Gracia de Dios

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La dádiva del perdón, 11 de mayo

Tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste. Nehemías 9:17. MGD 139.1

La justicia demanda que el pecado no sea meramente perdonado, sino que debe ejecutarse la pena de muerte. Dios, en la dádiva de su Hijo unigénito, cumplió esos dos requerimientos. Al morir en lugar del hombre, Cristo agotó el castigo y proporcionó el perdón.—Mensajes Selectos 1:399. MGD 139.2

Dios requiere que confesemos nuestros pecados y humillemos nuestro corazón ante él. Pero al mismo tiempo debiéramos tenerle confianza como a un Padre tierno que no abandonará a aquellos que ponen su confianza en él... Dios no nos abandona debido a nuestros pecados. Quizá hayamos cometido errores y contristado a su Espíritu, pero cuando nos arrepentimos y vamos a él con corazón contrito, no nos desdeña. Hay estorbos que deben ser retirados. Se han fomentado sentimientos equivocados y ha habido orgullo, suficiencia propia, impaciencia y murmuraciones. Todo esto nos separa de Dios. Deben confesarse los pecados; debe haber una obra más profunda de la gracia en el corazón... MGD 139.3

Debemos aprender en la escuela de Cristo. Sólo su justicia puede darnos derecho a una de las bendiciones del pacto de la gracia... Miramos a nuestro yo como si tuviéramos poder para salvarnos a nosotros mismos, pero Jesús murió por nosotros porque somos impotentes para hacer eso. En él están nuestra esperanza, nuestra justificación, nuestra justicia... MGD 139.4

Jesús es nuestro único Salvador, y aunque millones que necesitan ser curados rechacen su misericordia ofrecida, nadie que confía en sus méritos será abandonado para perecer... MGD 139.5

Quizá os parezca que sois pecadores y estáis perdidos, pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. Serán saciados los que tienen hambre y sed de justicia, pues Jesús lo ha prometido. ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su gran corazón de amor espera para bendecirnos.—Ibid. 411-414. MGD 139.6