La Maravillosa Gracia de Dios

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¡Por fin en el hogar! 17 de diciembre

Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. 1 Corintios 2:9. MGD 359.1

Cuando vuestros sentidos se deleiten en la amena belleza de la tierra, pensad en el mundo venidero que nunca conocerá mancha de pecado ni de muerte; donde la faz de la naturaleza no llevará más la sombra de la maldición. Que vuestra imaginación represente la morada de los justos y entonces recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no vemos sino el reflejo más pálido de su gloria.—El Camino a Cristo, 85, 86. MGD 359.2

Luego las puertas del cielo se abrirán para recibir a los hijos de Dios y de los labios del Rey de gloria resonará en sus oídos, como la más rica música, la bendición: “¡Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino destinado para vosotros desde la fundación del mundo!” Mateo 25:34. Entonces los redimidos serán recibidos con gozo en el lugar que Jesús les está preparando.—Ibid. 127, 128. MGD 359.3

Vi que Jesús conducía a los redimidos a la puerta de la ciudad; y al llegar a ella la hizo girar sobre sus resplandecientes goznes y mandó que entraran todas las gentes que hubiesen guardado la verdad. Dentro de la ciudad había todo lo que pudiese agradar a la vista. Por doquiera los redimidos contemplaban abundante gloria. Jesús miró entonces a sus santos redimidos, cuyo semblante irradiaba gloria, y fijando en ellos sus ojos bondadosos les dijo con voz rica y musical: “Veo el fruto de la aflicción de mi alma, y estoy satisfecho. Esta excelsa gloria es vuestra para que la disfrutéis eternamente. Terminaron vuestras aflicciones. No habrá más muerte ni llanto ni pesar ni dolor”... MGD 359.4

Las palabras son demasiado pobres para intentar una descripción del cielo. Siempre que se vuelve a presentar ante mi vista, el espectáculo me anonada de admiración. Arrobada por el insuperable esplendor y la excelsa gloria, dejo caer la pluma exclamando: “¡Oh, qué amor, qué maravilloso amor!” El lenguaje más exaltado no bastaría para describir la gloria del cielo ni las incomparables profundidades del amor del Salvador.—Primeros Escritos, 288, 289. MGD 359.5