La Maravillosa Gracia de Dios

196/367

Esa suave vocecilla, 13 de julio

Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Hebreos 3:7, 8. MGD 202.1

La conciencia es la voz de Dios que se escucha en medio de los conflictos de las pasiones humanas; cuando se la resiste, se contrista al Espíritu de Dios.—Testimonies for the Church 5:120. MGD 202.2

Los hombres tienen el poder de apagar el Espíritu de Dios; se les deja la facultad de elegir. Se les da libertad de acción. Pueden ser obedientes por el nombre y la gracia de nuestro Redentor, o desobedientes, y sentir las consecuencias.—Obreros Evangélicos, 183. MGD 202.3

El Señor requiere que obedezcamos la voz del deber, cuando haya otras voces alrededor de nosotros instándonos a seguir una conducta opuesta. Se demanda nuestra ferviente atención para distinguir la voz que habla de parte de Dios. Debemos resistir y vencer la inclinación, y obedecer la voz de la conciencia sin discusiones ni transigencias, no sea que cesen sus advertencias y la voluntad y el impulso tomen las riendas. La Palabra de Dios llega a todos nosotros, los que no hemos resistido a su Espíritu mediante la decisión de no oír ni obedecer. Esta voz se escucha en advertencias, consejos y reprensiones. Es el mensaje de Dios para iluminar a su pueblo. Si esperamos llamamientos más estentóreos o mejores oportunidades, la luz puede ser retirada y quedaremos en tinieblas... MGD 202.4

Las súplicas del Espíritu, descuidadas hoy porque el placer o la inclinación nos conducen en dirección opuesta, pueden carecer de poder para convencer y hasta para causar impresión en el día de mañana. Mejorar las oportunidades del presente, con corazones prontos y dispuestos, es la única manera de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. Siempre debiéramos albergar la impresión de que, individualmente, estamos de pie frente al Señor de los ejércitos; no debiéramos permitir que ni una palabra, ni un acto, ni un pensamiento ofendan el ojo del Eterno... Si sintiéramos que en todo lugar somos siervos del Altísimo, seríamos más circunspectos; toda nuestra vida tendría para nosotros un significado y una santidad que los honores terrenales no pueden dar.—Testimonies for the Church 5:69, 70. MGD 202.5