La Maravillosa Gracia de Dios

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Soledad indescriptible, 4 de junio

He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo. Isaías 63:3. MGD 163.1

Durante su niñez, su juventud y su edad viril, Jesús anduvo solo. En su pureza y fidelidad, pisó solo el lagar, y ninguno del pueblo estuvo con él. Llevó el espantoso peso de la responsabilidad de salvar a los hombres. Sabía que a menos que hubiese un cambio definido en los principios y los propósitos de la familia humana, todos se perderían. Era esto lo que pesaba sobre su alma, y nadie podía apreciar esa carga que descansaba sobre él.—El Deseado de Todas las Gentes, 71. MGD 163.2

Durante toda su vida, su madre y sus hermanos no comprendieron su misión. Ni aun sus discípulos le comprendieron. Había morado en la luz eterna, siendo uno con Dios, pero debía pasar en la soledad su vida terrenal. Como uno de nosotros, debía llevar la carga de nuestra culpabilidad y desgracia. El Ser sin pecado debía sentir la vergüenza del pecado. El amante de la paz debía habitar con la disensión, la verdad debía morar con la mentira, la pureza con la vileza. Todo el pecado, la discordia y la contaminadora concupiscencia de la transgresión torturaban su espíritu. MGD 163.3

Debía hollar la senda y llevar la carga solo. Sobre Aquel que había depuesto su gloria y aceptado la debilidad de la humanidad, debía descansar la redención del mundo. El lo veía y sentía todo, pero su propósito permanecía firme. De su brazo dependía la salvación de la especie caída, y extendió su mano para asir la mano del Amor omnipotente.—El Deseado de Todas las Gentes 71:85, 86. MGD 163.4

La soledad de Cristo, separado de las cortes celestiales, viviendo la vida de los seres humanos, nunca fue comprendida ni apreciada por sus discípulos como debiera haberlo sido... Cuando ya no estaba con ellos y se sintieron en verdad como ovejas sin pastor, empezaron a ver cómo hubieran podido hacerle atenciones que hubieran infundido alegría a su corazón... MGD 163.5

La misma necesidad es evidente en nuestro mundo de hoy. Son pocos los que aprecian todo lo que Cristo es para ellos. Si lo hicieran expresarían el gran amor de María, ofrendarían libremente el ungüento, y no lo considerarían un derroche. Mateo 26:6-13.—Ibid. 517, 518. MGD 163.6