La Maravillosa Gracia de Dios

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Sellado por la expiación de Cristo, 25 de mayo

En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia. Efesios 1:7. MGD 153.1

En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia Dios por la transgresión de la ley divina (pues Dios induce primero al arrepentimiento a aquel a quien perdona), sino que Cristo ha satisfecho la Justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre que mana abundantemente, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley violada y así salva el abismo que ha producido el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera cubrir al pecador indefenso. La victoria que ganó con su muerte en el Calvario destruyó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo y silenció sus acusaciones de que la abnegación era imposible en Dios y, por lo tanto, no era esencial en la familia humana.—Mensajes Selectos 1:400, 401. MGD 153.2

Cristo era sin pecado; si así no hubiera sido, su vida en carne humana y su muerte de cruz no hubieran sido de mayor valor, a fin de obtener gracia para el pecador, que la muerte de cualquier otro hombre. A la par que asumió la humanidad era una vida unida con la Divinidad. Podía deponer su vida tanto en calidad de sacerdote como de víctima... Se ofreció sin mancha a Dios. MGD 153.3

La expiación de Cristo selló para siempre el pacto eterno de la gracia. Era el cumplimiento de todas las condiciones que, por estar quebrantadas, habían inducido a Dios a suspender la libre comunicación de la gracia a la familia humana. Se quebrantó entonces toda barrera que impedía la más libre actuación de la gracia, la misericordia, la paz y el amor hacia el más culpable de los miembros de la raza de Adán.—The S.D.A. Bible Commentary 7:933. MGD 153.4

En los atrios celestiales, Cristo intercede por su iglesia, intercede por aquellos para quienes pagó el precio de la redención con su sangre. Los siglos de los siglos no podrán menoscabar la eficiencia de su sacrificio expiatorio. Ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, pueden separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús; no porque nosotros nos asimos de él tan firmemente, sino porque él nos sostiene con seguridad.—Los Hechos de los Apóstoles, 441. MGD 153.5