El Ministerio de Curación
El toque de la fe
“Si tocare solamente su vestido, seré salva.” Mateo 9:21. Era una pobre mujer la que pronunció estas palabras, una mujer que por espacio de doce años venía padeciendo una enfermedad que le amargaba la vida. Había gastado ya todos sus recursos en médicos y medicinas, y estaba desahuciada. Pero al oír hablar del gran Médico, renacióle la esperanza. Decía entre sí: Si pudiera acercarme a él para hablarle, podría quedar sana. MC 38.1
Cristo iba a la casa de Jairo, el rabino judío que le había instado para que fuera a sanar a su hija. La petición hecha con corazón quebrantado: “Mi hija está a la muerte: ven y pondrás las manos sobre ella para que sea salva” (Marcos 5:23), había conmovido el tierno y compasivo corazón de Cristo, y en el acto fué con el príncipe a su casa. MC 38.2
Caminaban despacio, pues la muchedumbre apremiaba a Cristo por todos lados. Al abrirse paso por entre el gentío, llegó el Salvador cerca de donde estaba la mujer enferma. Ella había procurado en vano una y otra vez acercarse a él. Ahora había llegado su oportunidad, pero no veía cómo hablar con él. No quería detener su lento avance. Pero había oído decir que con sólo tocar su vestidura se obtenía curación, y temerosa de perder su única oportunidad de alivio, se adelantó diciendo entre sí: “Si tocare tan solamente su vestido, seré salva.” Vers. 28. MC 38.3
Cristo conocía todos los pensamientos de ella, y se dirigía hacia ella. Comprendía él la gran necesidad de la mujer, y le ayudaba a ejercitar su fe. MC 38.4
Al pasar él, se le adelantó la mujer, y logró tocar apenas el borde de su vestido. En el acto notó que había sanado. En aquel único toque habíase concentrado la fe de su vida, e inmediatamente desaparecieron su dolor y debilidad. Al instante sintió una conmoción como de una corriente eléctrica que pasara por todas las fibras de su ser. La embargó una sensación de perfecta salud. “Y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.” Vers. 29. MC 39.1
La mujer agradecida deseaba expresar su gratitud al poderoso Médico que con su solo toque acabada de hacer por ella lo que no habían logrado los médicos en doce largos años; pero no se atrevía. Con corazón agradecido procuró alejarse de la muchedumbre. De pronto Jesús se detuvo, y mirando en torno suyo preguntó: “¿Quién es el que me ha tocado?” MC 39.2
Mirándole asombrado, Pedro respondió: “Maestro, la compañía te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?” Lucas 8:45. MC 39.3
Jesús dijo: “Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que ha salido virtud de mí.” Vers. 46. El podía distinguir entre el toque de la fe y el contacto con la muchedumbre indiferente. Alguien le había tocado con un propósito bien definido, y había recibido respuesta. MC 39.4
Cristo no hizo la pregunta para obtener información. Quería dar una lección al pueblo, a sus discípulos y a la mujer, infundir esperanza al afligido y mostrar que la fe había hecho intervenir el poder curativo. La confianza de la mujer no debía ser pasada por alto sin comentario. Dios tenía que ser glorificado por la confesión agradecida de ella. Cristo deseaba que ella comprendiera que él aprobaba su acto de fe. No quería dejarla ir con una bendición incompleta. Ella no debía ignorar que él conocía sus padecimientos. Tampoco debía desconocer el amor compasivo que le tenía ni la aprobación que diera a la fe de ella en el poder que había en él para salvar hasta lo sumo a cuantos se allegasen a él. MC 39.5
Mirando a la mujer, Cristo insistió en saber quién le había tocado. Viendo que no podía ocultarse, la mujer se adelantó temblando, y se postró a sus pies. Con lágrimas de gratitud, le dijo, en presencia de todo el pueblo, por qué había tocado su vestido y cómo había quedado sana en el acto. Temía que al tocar su manto hubiera cometido un acto de presunción; pero ninguna palabra de censura salió de los labios de Cristo. Sólo dijo palabras de aprobación, procedentes de un corazón amoroso, lleno de simpatía por el infortunio humano. Con dulzura le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz.” Vers. 48. ¡Cuán alentadoras le resultaron esas palabras! El temor de que hubiera cometido algún agravio ya no amargaría su gozo. MC 40.1
La turba de curiosos que se apiñaban alrededor de Jesús no recibió fuerza vital alguna. Pero la enferma que le tocó con fe, quedó curada. Así también en las cosas espirituales, el contacto casual difiere del contacto de la fe. La mera creencia en Cristo como Salvador del mundo no imparte sanidad al alma. La fe salvadora no es un simple asentimiento a la verdad del Evangelio. La verdadera fe es la que recibe a Cristo como un Salvador personal. Dios dió a su Hijo unigénito, para que yo, mediante la fe en él, “no perezca, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16 (VM). Al acudir a Cristo, conforme a su palabra, he de creer que recibo su gracia salvadora. La vida que ahora vivo, la debo vivir “en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí.” Gálatas 2:20. MC 40.2
Muchos consideran la fe como una opinión. La fe salvadora es una transacción, por la cual los que reciben a Cristo se unen en un pacto con Dios. Una fe viva entraña un aumento de vigor y una confianza implícita que, por medio de la gracia de Cristo, dan al alma un poder vencedor. MC 40.3
La fe es más poderosa que la muerte para vencer. Si logramos que los enfermos fijen sus miradas con fe en el poderoso Médico, veremos resultados maravillosos. Esto vivificará tanto al cuerpo como al alma. MC 40.4
Al trabajar en pro de las víctimas de los malos hábitos, en vez de señalarles la desesperación y ruina hacia las cuales se precipitan, dirigid sus miradas hacia Jesús. Haced que se fijen en las glorias de lo celestial. Esto será más eficaz para la salvación del cuerpo y del alma que todos los terrores del sepulcro puestos delante del que carece de fuerza y aparentemente de esperanza. MC 41.1