Reina Valera 1989
Mateo 9
1 Habiendo entrado en la barca, Jesús pasó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad.
2 Entonces le trajeron un paralítico tendido sobre una camilla. Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: —Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
3 He aquí, algunos de los escribas dijeron entre sí: —¡Este blasfema!
4 Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: —¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
5 Porque, ¿qué es más fácil decir: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate y anda”?
6 Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra, —entonces dijo al paralítico—: ¡Levántate; toma tu camilla y vete a tu casa!
7 Y se levantó y se fue a su casa.
8 Cuando las multitudes vieron esto, temieron y glorificaron a Dios, quien había dado semejante autoridad a los hombres.
9 Pasando de allí más adelante, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el lugar de los tributos públicos, y le dijo: “¡Sígueme!” Y él se levantó y le siguió.
10 Sucedió que, estando Jesús sentado a la mesa en casa, he aquí muchos publicanos y pecadores que habían venido estaban sentados a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11 Y cuando los fariseos le vieron, decían a sus discípulos: —¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?
12 Al oírlo, Jesús les dijo: —Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos.
13 Id, pues, y aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para llamar a justos, sino a pecadores.
14 Entonces los discípulos de Juan fueron a Jesús y dijeron: —¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos frecuentemente, pero tus discípulos no ayunan?
15 Jesús les dijo: —¿Pueden tener luto los que están de bodas mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán.
16 Nadie pone parche de tela nueva en vestido viejo, porque el parche tira del vestido y la rotura se hace peor.
17 Tampoco echan vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rompen, el vino se derrama, y los odres se echan a perder. Más bien, echan vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.
18 Mientras él hablaba estas cosas, he aquí vino un hombre principal y se postró delante de él diciéndole: —Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.
19 Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos.
20 Y he aquí una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto;
21 porque ella pensaba dentro de sí: “Si solamente toco su vestido, seré sanada.”
22 Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: —Ten ánimo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer fue sanada desde aquella hora.
23 Cuando Jesús llegó a la casa del principal y vio a los que tocaban las flautas y a la multitud que hacía bullicio,
24 les dijo: —Apartaos, porque la muchacha no ha muerto, sino que duerme. Y se burlaban de él.
25 Cuando habían sacado a la gente, él entró y la tomó de la mano; y la muchacha se levantó.
26 Y salió esta noticia por toda aquella tierra.
27 Mientras Jesús pasaba de allí, le siguieron dos ciegos clamando a gritos y diciendo: —¡Ten misericordia de nosotros, hijo de David!
28 Cuando él llegó a la casa, los ciegos vinieron a él. Y Jesús les dijo: —¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: —Sí, Señor.
29 Entonces les tocó los ojos diciendo: —Conforme a vuestra fe os sea hecho.
30 Y los ojos de ellos fueron abiertos. Entonces Jesús les encargó rigurosamente diciendo: —Mirad que nadie lo sepa.
31 Pero ellos salieron y difundieron su fama por toda aquella tierra.
32 Mientras aquéllos salían, he aquí le trajeron un hombre mudo endemoniado.
33 Y tan pronto fue echado fuera el demonio, el mudo habló. Y las multitudes se maravillaban diciendo: —¡Nunca se ha visto semejante cosa en Israel!
34 Pero los fariseos decían: —Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.
35 Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
36 Y cuando vio las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor.
37 Entonces dijo a sus discípulos: “A la verdad, la mies es mucha, pero los obreros son pocos.
38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.”