Reflejemos a Jesús

131/366

La estrecha relación entre la carne y el espíritu, 10 de mayo

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. Gálatas 6:8. RJ 136.1

Las pasiones inferiores tienen su sede en el cuerpo y obran por su medio. Las palabras “carne”, “carnal” o “concupiscencias carnales” abarcan la naturaleza inferior y corrupta; por sí misma la carne no puede obrar contra la voluntad de Dios. Se nos ordena que crucifiquemos la carne, con los afectos y las concupiscencias. ¿Cómo lo haremos? ¿Infligiremos dolor al cuerpo? No, pero daremos muerte a la tentación de pecar. Debe expulsarse el pensamiento corrompido. Todo intento debe someterse al cautiverio de Jesucristo. Todas las propensiones animales deben sujetarse a las facultades superiores del alma. El amor de Dios debe reinar supremo; Cristo debe ocupar un trono indiviso. Nuestros cuerpos deben ser considerados como su posesión adquirida. Los miembros del cuerpo han de llegar a ser los instrumentos de la justicia.—El hogar adventista, 112 (1894). RJ 136.2

El estricto acatamiento de los requerimientos de Dios es beneficioso para la salud de cuerpo y mente. A fin de alcanzar el más elevado nivel de realizaciones morales e intelectuales, es necesario procurar sabiduría y fortaleza de Dios, y observar estricta temperancia en todos los hábitos de vida. En la experiencia de Daniel y sus compañeros tenemos un ejemplo del triunfo de los principios sobre las tentaciones a ceder al apetito. Nos muestra que mediante principios religiosos los jóvenes pueden triunfar sobre las concupiscencias de la carne y mantenerse fieles a los requerimientos de Dios, aun cuando les cueste un gran sacrificio... RJ 136.3

Deberíamos considerar las palabras del apóstol por medio de las cuales él exhorta a sus hermanos, por las misericordias de Dios, a presentar sus cuerpos “en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”. Romanos 12:1. Esto es verdadera santificación. No es meramente una teoría, una emoción o una forma de palabras, sino un principio vivo y activo que penetra en la vida diaria. Requiere que nuestros hábitos en materia de comida, bebida y vestido sean tales que aseguren la preservación de la salud física, mental y moral, para que podamos presentar nuestros cuerpos al Señor—no una ofrenda corrompida por hábitos erróneos, sino un “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”... RJ 136.4

Existe una estrecha afinidad entre la naturaleza física y la moral... Dondequiera se encuentren, los que están verdaderamente santificados elevarán el nivel moral al mantener hábitos físicos correctos y, como Daniel, ofrecerán a los demás un ejemplo de temperancia y dominio propio. Todo apetito depravado llega a ser una concupiscencia combativa. Todo lo que está en conflicto con la ley natural crea una condición enferma del alma... RJ 136.5

Con cuánto cuidado los cristianos deberían regular sus hábitos, a fin de poder preservar el pleno vigor de cada facultad para entregarla al servicio de Cristo.—The Review and Herald, 25 de enero de 1881. RJ 136.6