En los Lugares Celestiales

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La palabra de Dios es nuestra guía y consejero, 5 de mayo

Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Salmos 18:28. ELC 134.1

La Palabra de Dios es nuestra luz. Es el mensaje de Cristo a su heredad que ha sido comprada con el precio de su sangre. Fue escrita para nuestra conducción, y si hacemos de esta Palabra nuestro consejero nunca andaremos en senderos extraños. Nuestras palabras, ya en la casa o en compañía de los que están fuera del hogar, serán bondadosas, amables y puras. Si estudiamos la Palabra y la hacemos parte de nuestras vidas tendremos una experiencia edificante que siempre hablará la verdad. Escrutaremos diligentemente nuestros corazones comparando nuestra conversación diaria y nuestra vida con la Palabra, para no cometer errores. Con el ejemplo de Cristo Jesús ante nosotros, nadie necesita fracasar en la obra de la vida.—The Review and Herald, 22 de marzo de 1906. ELC 134.2

Hay muchos en esta época que actúan como si estuvieran libres para cuestionar las palabras del Infinito, revisar sus decisiones y estatutos, sancionando, enmendando, remodelando y anulando según su voluntad. Nunca estamos a salvo mientras nos guiamos por opiniones humanas, pero estamos seguros si nos guiamos por un “Así dice Jehová”. No podemos confiar la salvación de nuestras almas a cualquier norma más baja que las decisiones del Juez infalible. ELC 134.3

Los que hacen de Dios su guía y de su Palabra su consejero tienen la luz de la vida. Los oráculos vivientes de Dios guían sus pies por sendas rectas. Los que así son guiados no osan juzgar la Palabra de Dios, sino siempre sostienen que ésta los juzga a ellos... Son la guía y el consejero que los dirigen por el sendero. La Palabra es en verdad una luz a sus pies y lumbrera en su camino. Caminan bajo la dirección del Padre de luz en el cual no hay mudanza ni sombra de variación. Aquel cuyas tiernas misericordias están en todas sus obras hace del sendero del justo una luz brillante que resplandece más y más hasta que el día es perfecto.—The Review and Herald, 29 de marzo de 1906. ELC 134.4