En los Lugares Celestiales

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La senda del sacrificio, 6 de agosto

Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Lucas 9:23. ELC 227.1

Cristo declara que como él vivió así debemos vivir nosotros... Sus huellas [nos] encaminan a lo largo de la senda del sacrificio. A medida que vivimos vienen hacia nosotros muchas oportunidades para servir. A todo nuestro rededor hay puertas abiertas para el servicio. Con el uso correcto del don del habla podemos hacer mucho por el Maestro. Las palabras son un poder para el bien cuando ellas están colmadas con la benevolencia y simpatía de Cristo. Dinero, influencia, tacto, tiempo y fuerza, todos éstos son dones confiados a nosotros para hacernos más útiles a los que nos rodean y para que honremos más a nuestro Creador. ELC 227.2

Muchos sienten que sería un privilegio visitar [los lugares donde se desarrollaron] las escenas de la vida de Cristo en la tierra, caminar por donde él anduvo, contemplar el lago donde le gustaba enseñar, y los valles y colinas donde a menudo descansó su vista. Pero no necesitamos ir a Palestina para caminar en las huellas de Jesús. Encontraremos sus pisadas al lado de la cama del doliente, en las chozas de los pobres, en las atestadas callejuelas de la gran ciudad y en todo lugar donde haya corazones humanos que necesiten consuelo.—The Review and Herald, 29 de febrero de 1912. ELC 227.3

Así como rastreamos el curso de una corriente de agua por la huella de viviente verdor que produce, así también Cristo podía ser visto en los actos de misericordia que marcaron su senda a cada paso. Doquiera iba, la salud brotaba y la felicidad seguía por donde quiera que pasaba. El ciego y el sordo se regocijaban en su presencia. El rostro de Cristo era lo primero que muchos ojos contemplaban, sus palabras lo primero que jamás había resonado en sus oídos. Sus palabras para el ignorante le abrían a éste la fuente de la vida... El dispensaba sus bendiciones en forma constante y abundante. Ellos eran los almacenados tesoros de la eternidad, los ricos dones del Señor para el hombre.—The Review and Herald, 25 de abril de 1912. ELC 227.4