El Discurso Maestro de Jesucristo

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“Y cuando ores, no seas como los hipócritas”.

Los fariseos tenían horas fijas para orar, y cuando, como sucedía a menudo, en el momento designado se encontraban ausentes de casa, fuese en la calle, en el mercado o entre las multitudes apresuradas, allí mismo se detenían y recitaban en alta voz sus oraciones formales. Un culto tal, ofrecido simplemente para glorificación del yo, mereció la reprensión más severa de Jesús. Sin embargo, no desaprobó la oración pública; él mismo oraba con sus discípulos, y en presencia de la multitud. Lo que enseña es que la oración acerca de la vida íntima no debe hacerse en público. En la devoción secreta nuestras oraciones no deben alcanzar sino el oído de Dios, que siempre las escucha. Ningún oído curioso debe asumir el peso de tales peticiones. DMJ 72.3

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento”. Tengamos un lugar especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde estemos a solas con Dios. DMJ 73.1

“Ora a tu Padre que está en secreto”. En el nombre de Jesús podemos llegar a la presencia de Dios con la confianza de un niño. No hace falta que algún hombre nos sirva de mediador. Por medio de Jesús, podemos abrir nuestro corazón a Dios como a quien nos conoce y nos ama. DMJ 73.2

En el lugar secreto de oración, donde ningún ojo puede ver ni oído oír sino únicamente Dios, podemos expresar nuestros deseos y anhelos más íntimos al Padre de compasión infinita; y en la tranquilidad y el silencio del alma, esa voz que jamás deja de responder al clamor de la necesidad humana, hablará a nuestro corazón. DMJ 73.3

“El Señor es muy misericordioso y compasivo”.3 Espera con amor infatigable para oír las confesiones de los desviados del buen camino y para aceptar su arrepentimiento. Busca en nosotros alguna expresión de gratitud, así como la madre busca una sonrisa de reconocimiento de su niño amado. Quiere que sepamos con cuánto fervor y ternura se conmueve su corazón por nosotros. Nos convida a llevar nuestras pruebas a su simpatía, nuestras penas a su amor, nuestras heridas a su poder curativo, nuestra debilidad a su fuerza, nuestro vacío a su plenitud. Jamás dejó frustrado al que se allegó a él. “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados”.4 DMJ 73.4

No será vana la petición de los que buscan a Dios en secreto, confiándole sus necesidades y pidiéndole ayuda. “Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Si nos asociamos diariamente con Cristo, sentiremos en nuestro derredor los poderes de un mundo invisible; y mirando a Cristo, nos asemejaremos a él. Contemplándolo, seremos transformados. Nuestro carácter se suavizará, se refinará y ennoblecerá para el reino celestial. El resultado seguro de nuestra comunión con Dios será un aumento de piedad, pureza y celo. Oraremos con inteligencia cada vez mayor. Estamos recibiendo una educación divina, la cual se revela en una vida diligente y fervorosa. DMJ 73.5

El alma que se vuelve a Dios en ferviente oración diaria para pedir ayuda, apoyo y poder, tendrá aspiraciones nobles, conceptos claros de la verdad y del deber, propósitos elevados, así como sed y hambre insaciable de justicia. Al mantenernos en relación con Dios, podremos derramar sobre las personas que nos rodean la luz, la paz y la serenidad que imperan en nuestro corazón. La fuerza obtenida al orar a Dios, sumada a los esfuerzos infatigables para acostumbrar la mente a ser más considerada y atenta, nos prepara para los deberes diarios, y preserva la paz del espíritu bajo todas las circunstancias. DMJ 74.1

Si nos acercamos a Dios, él nos dará palabras para hablar por él y para alabar su nombre. Nos enseñará una melodía de la canción angelical, así como alabanzas de gratitud a nuestro Padre celestial. En todo acto de la vida se revelarán la luz y el amor del Salvador que mora en nosotros. Las dificultades exteriores no pueden afectar la vida que se vive por la fe en el Hijo de Dios. DMJ 74.2