El Discurso Maestro de Jesucristo
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos”.
Las palabras de Cristo en el monte fueron expresión de lo que había sido la enseñanza silenciosa de su vida pero que el pueblo no había llegado a comprender. Al ver que él tenía tanto poder, no podían explicarse por qué no lo empleaba para alcanzar lo que, según pensaban ellos, era el bien supremo. El espíritu, los motivos y los métodos que seguían eran opuestos a los de él. Aunque aseveraban defender con minucioso celo el honor de la ley, lo que en verdad buscaban era la gloria personal y egoísta. Cristo quería enseñarles que la persona que se ama a sí misma quebranta la ley. DMJ 69.1
Sin embargo, los principios sostenidos por los fariseos han caracterizado a la humanidad en todos los siglos. El espíritu del farisaísmo es el espíritu de la naturaleza humana; y mientras el Salvador contrastaba su propio espíritu y sus métodos con los de los rabinos, enseñó algo que puede aplicarse igualmente a la gente de todas las épocas. DMJ 69.2
En los tiempos de Cristo los fariseos procuraban constantemente ganar el favor del cielo para disfrutar de prosperidad y honores mundanos, que para ellos constituían la recompensa de la virtud. Al mismo tiempo hacían alarde de sus actos de caridad para atraer la atención del público y ganar así renombre de santidad. DMJ 69.3
Jesús censuró esta ostentación, declarando que Dios no reconoce un servicio tal, y que la adulación y admiración populares que ellos buscaban con tanta avidez eran la única recompensa que recibirían. DMJ 69.4
“Cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. DMJ 70.1
Con estas palabras, Jesús no quiso enseñar que los actos benévolos deben guardarse siempre en secreto. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no ocultó el sacrificio personal de los generosos cristianos de Macedonia, sino que se refirió a la gracia que Cristo había manifestado en ellos, y así otros se sintieron movidos por el mismo espíritu. Escribió también a la iglesia de Corinto: “Vuestro ejemplo ha estimulado a muchos”.1 DMJ 70.2
Las propias palabras de Cristo expresan claramente lo que quería decir, a saber, que en la realización de actos de caridad no se deben buscar las alabanzas ni los honores de los hombres. La piedad verdadera no impulsa a la ostentación. Los que desean palabras de alabanza y adulación, y las saborean como delicioso manjar, son meramente cristianos de nombre. DMJ 70.3
Por sus obras buenas, los seguidores de Cristo deben dar gloria, no a sí mismos, sino al que les ha dado gracia y poder para obrar. Toda obra buena se cumple solamente por el Espíritu Santo, y éste es dado para glorificar, no al que lo recibe, sino al Dador. Cuando la luz de Cristo brille en el alma, los labios pronunciarán alabanzas y agradecimiento a Dios. Nuestras oraciones, nuestro cumplimiento del deber, nuestra benevolencia, nuestro sacrificio personal, no serán el tema de nuestros pensamientos ni de nuestra conversación. Jesús será magnificado, el yo se esconderá y se verá que Cristo reina supremo en nuestra vida. DMJ 70.4
Hemos de dar sinceramente, mas no con el fin de alardear de nuestras buenas acciones, sino por amor y simpatía hacia los que sufren. La sinceridad del propósito y la bondad genuina del corazón son los motivos apreciados por el cielo. Dios considera más preciosa que el oro de Ofir el alma que lo ama sinceramente y de todo corazón. DMJ 70.5
No hemos de pensar en el galardón, sino en el servicio; sin embargo, la bondad que se muestra en tal espíritu no dejará de tener recompensa. “Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Aunque es verdad que Dios mismo es el gran Galardón, que abarca todo lo demás, el alma lo recibe y se goza en él solamente en la medida en que se asemeja a él en carácter. Sólo podemos apreciar lo que es parecido a nosotros. Sólo cuando nos entregamos a Dios para que nos emplee en el servicio de la humanidad, nos hacemos partícipes de su gloria y carácter. DMJ 71.1
Nadie puede dejar que por su vida y su corazón fluya hacia los demás el río de bendiciones celestiales sin recibir para sí mismo una rica recompensa. Las laderas de los collados y los llanos no sufren porque por ellos corren ríos que se dirigen al mar. Lo que dan se les retribuye cien veces, porque el arroyo que pasa cantando deja tras sí regalos de vegetación y fertilidad. En sus orillas la hierba es más verde; los árboles, más lozanos; las flores, más abundantes. Cuando los campos se ven yermos y agostados por el calor abrasador del verano, la corriente del río se destaca por su línea de verdor, y el llano que facilitó el transporte de los tesoros de las montañas hasta el mar se viste de frescura y belleza, atestiguando así la recompensa que la gracia de Dios da a cuantos sirven de conductos para las bendiciones del cielo. DMJ 71.2
Tal es la bendición para quienes son misericordiosos con los pobres. El profeta Isaías dice: “¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto... Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma..., y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan”.2 DMJ 71.3
La obra de beneficencia es dos veces bendita. Mientras el que da a los menesterosos los beneficia, él mismo se beneficia en grado aún mayor. La gracia de Cristo en el alma desarrolla atributos del carácter que son opuestos al egoísmo, atributos que han de refinar, ennoblecer y enriquecer la vida. Los actos de bondad hechos en secreto ligarán los corazones y los acercarán al corazón de Aquel de quien mana todo impulso generoso. Las pequeñas atenciones y los actos insignificantes de amor y de sacrificio, que manan de la vida tan quedamente como la fragancia de una flor, constituyen una gran parte de las bendiciones y felicidades de la vida. Al fin se verá que la abnegación para bien y dicha de los demás, por humilde e inadvertida que sea en la tierra, se reconoce en el cielo como muestra de nuestra unión con el Rey de gloria, quien, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. DMJ 71.4
Aunque los actos de bondad sean realizados en secreto, no se puede esconder su resultado sobre el carácter del que los realiza. Si trabajamos sin reserva como seguidores de Cristo, el corazón se unirá en estrecha simpatía con el de Dios, y su Espíritu, al influir sobre el nuestro, hará que el alma responda con armonías sagradas al toque divino. DMJ 72.1
El que multiplica los talentos de los que emplearon con prudencia los dones que les confió reconocerá con agrado el servicio de sus creyentes en el Amado, por cuya gracia y fuerza obraron. Los que procuraron desarrollar y perfeccionar un carácter cristiano por el ejercicio de sus facultades en obras buenas, segarán en el mundo venidero lo que aquí sembraron. La obra empezada en la tierra llegará a su consumación en aquella vida más elevada y más santa que perdurará por toda la eternidad. DMJ 72.2