Cristo Nuestro Salvador

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La ascensión

Concluida estaba la obra del Salvador en la tierra; ya se acercaba el momento en que debía volver a su mansión celestial. Había vencido y estaba por recuperar su puesto al lado de su Padre, en su trono de luz y de gloria. CNS 155.1

Jesús eligió el Monte de los Olivos como lugar de su ascensión; hacia él se dirigió acompañado de los once discípulos. Pero éstos no sabían que sería la última entrevista con su amado Maestro. A medida que avanzaban, el Salvador les dió las últimas instrucciones y antes de separarse de ellos les hizo aquella preciosa promesa tan consoladora para todo discípulo de Jesús: CNS 155.2

“He aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo.” Mateo 28:20. CNS 155.3

Cruzaron la cumbre y se fueron hasta cerca de Betania; allí se detuvieron y rodearon a su Maestro. El los contempló cariñosamente y su rostro parecía despedir rayos de luz. Palabras de la más profunda ternura fueron las últimas que oyeron de los labios de su Salvador. CNS 155.4

Con las manos extendidas sobre ellos para bendecirlos, se elevó lentamente. En su ascensión al cielo fué seguido por las miradas de sus discípulos, quienes atónitos aguzaban la vista para no perderle, hasta que una nube de gloria le ocultó a sus ojos. En ese momento llegó a sus oídos el eco de la más dulce y gozosa armonía que descendía del coro angelical. CNS 155.5

Mientras los discípulos seguían con las miradas fijas en el cielo, oyeron voces junto a ellos, que parecían acordes de encantadora música, y al volverse vieron a dos ángeles en forma de hombres, que les dijeron: CNS 156.1

“Varones galileos, ¿por qué os quedáis mirando así al cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis visto ir al cielo.” Hechos 1:11. CNS 156.2

Aquellos ángeles pertenecían a la legión que había venido a escoltar al Salvador a su mansión celestial. Movidos por su simpatía y amor para con los que habían quedado sin su Señor, se detuvieron para asegurarles que no sería aquella una separación eterna. CNS 156.3

Cuando los discípulos regresaron a Jerusalén, la gente los miraba con asombro. Después de la crucifixión y de la muerte de su Maestro, era de suponer que estuvieran abatidos y avergonzados. Sus enemigos esperaban ver en sus semblantes una expresión de tristeza y decaimiento. En lugar de eso lo que vieron fué alegría y triunfo; se presentaban gozosos, con rostros radiantes de una dicha que no era de este mundo. No se sentían apesadumbrados por esperanzas frustradas, sino que estaban llenos de alabanza y gratitud para con Dios. CNS 156.4

Con júbilo relataban la maravillosa historia de la resurrección de Cristo y su ascensión al cielo, y muchos creían el testimonio de ellos. CNS 156.5

Los discípulos ya no desconfiaban más del porvenir. Sabían que Jesús estaba en el cielo y que su afecto seguía acompañándolos. Sabían además que presentaría ante Dios los méritos de su sangre. Estaba enseñando a su Padre las heridas de sus manos y de sus pies como señal evidente del precio que había pagado por sus redimidos. CNS 156.6

Sabían que volvería otra vez, con todos los santos ángeles consigo, y esperaban el acontecimiento con gran gozo y anhelo. CNS 157.1

Cuando lo hubieron perdido de vista en el monte de los Olivos, fué recibido por una hueste celestial que le acompañó al cielo con cánticos de triunfo y júbilo. CNS 157.2

A la entrada de la ciudad de Dios una multitud innumerable de ángeles aguardaban su llegada. Al acercarse Cristo a las puertas, la compañía de ángeles que le seguía, dirigiéndose a la compañía que estaba a las puertas, cantaban en tono de triunfo: CNS 157.3

“¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
y alzaos vosotros, portales eternos;
y entrará el Rey de gloria!”
CNS 157.4

Los ángeles a las puertas preguntan: CNS 157.5

“¿Quién es este Rey de gloria?” CNS 157.6

Y esto lo dicen no porque no sepan quién es, sino porque desean oír la respuesta de sublime alabanza: CNS 157.7

“¡Jehová, el fuerte, el valiente!
¡Jehová, el valiente en batallas!
¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
y alzaos vosotros, portales eternos,
y entrará el Rey de gloria!”
CNS 157.8

Por segunda vez preguntan los ángeles que guardan las puertas: CNS 157.9

“¿Quién es este Rey de gloria?” CNS 157.10

Y los ángeles que le acompañan contestan en melodiosos acordes: CNS 158.1

“¡Jehová de los Ejércitos,
él es el Rey de gloria!” Salmos 24:7-10.
CNS 158.2

Entonces se abren de par en par las puertas de la ciudad de Dios, y la multitud de ángeles entra al sonido de la indescriptible música celestial. CNS 158.3

Todas las huestes del Altísimo acuden para glorificar a su Jefe que ha vuelto para ocupar su asiento en el trono de su Padre. CNS 158.4

Pero aún no puede recibir la corona de gloria y el manto real. Tiene que presentar a Dios una petición respecto a sus escogidos en la tierra. Su iglesia tiene que ser justificada y aceptada ante el universo celestial antes que él acepte ningún honor. CNS 158.5

Solicita que su pueblo también pueda estar donde él se encuentre. Si iba a recibir gloria quería que los suyos también participaran de ella; aquellos que sufren con él en la tierra han de reinar con él en su reino. CNS 158.6

Con la mayor ternura e insistencia Cristo aboga por su iglesia. Identifica los intereses de ésta con los suyos propios y con un amor y constancia más firmes que la muerte, defiende los derechos y privilegios ganados por su sangre. CNS 158.7

La respuesta del Padre a esta súplica fué: “Adórenle todos los ángeles de Dios.” Hebreos 1:6. CNS 158.8

Llenos de gozo los caudillos de las huestes celestiales adoran al Redentor. La innumerable compañía se postra ante él y en los atrios celestiales suena y vuelve a repercutir el himno: CNS 158.9

“¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la gloria, y la bendición!” Apocalipsis 5:12. CNS 158.10

Los creyentes en Cristo son “aceptos en el Amado.” (V. Valera.) En presencia de las huestes celestiales el Padre ha ratificado el pacto hecho con Cristo, de que recibirá a los pecadores arrepentidos y obedientes y de que los amará como ama a su Hijo. Donde esté el Redentor allí también estarán los redimidos. CNS 159.1

El Hijo de Dios ha vencido al príncipe de las tinieblas y ha triunfado sobre la muerte y el sepulcro. Los cielos resuenan con gloriosos himnos que proclaman: CNS 159.2

“¡Bendición, y honra y gloria y dominio al que está sentado sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los siglos!” Apocalipsis 5:13. CNS 159.3