Cristo en Su Santuario

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La experiencia de los apóstoles constituye una lección objetiva

Aunque la mente finita de los hombres es inadecuada para penetrar en los consejos del Infinito, o para entender plenamente el desarrollo de sus propósitos, que ellos comprendan tan nebulosamente los mensajes del Cielo se debe con frecuencia a algún error o negligencia de su parte. A menudo la mente de la gente -y hasta de los siervos de Dios- está tan cegada por las opiniones humanas, las tradiciones y las falsas enseñanzas de los hombres, que sólo son capaces de captar parcialmente las grandes cosas que Dios ha revelado en su Palabra. Así les pasó a los discípulos de Cristo, aun cuando el mismo Señor estaba con ellos en persona. Su mente llegó a estar imbuida de la creencia popular del Mesías como un príncipe terrenal, quien exaltaría a Israel al trono del imperio universal, y no pudieron entender el significado de sus palabras cuando les profetizó sus sufrimientos y su muerte. CES 70.1

Cristo mismo los envió con el mensaje: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Marcos 1:15. El mensaje se basaba en la profecía del (capítulo 9) de Daniel. El ángel había declarado que las 69 semanas se extenderían “hasta el Mesías Príncipe”, y con grandes esperanzas y gozosa anticipación los discípulos anhelaban que se estableciera en Jerusalén el reino del Mesías para dominar sobre toda la Tierra. CES 70.2

Predicaron el mensaje que Cristo les había confiado aun cuando ellos mismos entendían mal su significado. Aunque su mensaje se basaba en (Daniel 9:25), no notaron que, según el versículo siguiente del mismo capítulo, el Mesías iba a ser muerto. Desde su más tierna edad la esperanza de su corazón se había cifrado en la gloria anticipada de un futuro imperio terrenal, y eso cegaba su entendimiento con respecto tanto a las especificaciones de la profecía como a las palabras de Cristo. CES 71.1

Cumplieron su deber en presentar a la nación judía la invitación de misericordia, y luego, en el mismo momento en que esperaban ver a su Señor ascender al trono de David, lo contemplaron arrestado como un malhechor, azotado, ridiculizado, condenado y elevado en la cruz del Calvario. ¡Qué desesperación y angustia desgarró el corazón de esos discípulos durante los días en que su Señor dormía en la tumba! CES 71.2

Cristo había venido al tiempo exacto y en la manera que predijera la profecía. El testimonio de las Escrituras se había cumplido en cada detalle de su ministerio. Había predicado el mensaje de salvación, y “hablaba con autoridad”. Lucas 4:32, BJ. Los corazones de sus oyentes habían atestiguado que el mensaje venía del Cielo. La Palabra y el Espíritu de Dios confirmaban el carácter divino de la misión de su Hijo... CES 71.3

Lo anunciado por los discípulos en nombre de su Señor era correcto en cada detalle, y los eventos predichos estaban realizándose en ese mismo momento. El mensaje de ellos había sido: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado”. Al expirar “el tiempo” -las 69 semanas de (Daniel 9) que debían extenderse hasta el Mesías, “el Ungido”- Cristo había recibido la unción del Espíritu después de haber sido bautizado por Juan [el Bautista] en el Jordán; y el “reino de Dios”, que habían declarado estar próximo, fue establecido por la muerte de Cristo. Este reino no era un imperio terrenal como se les había enseñado a creer. Tampoco era el reino futuro e inmortal que se establecerá cuando “el reino, y el dominio, y el señorío de los reinos por debajo de todos los cielos, será dado al pueblo de los santos del Altísimo”; ese reino eterno en que “todos los dominios lo servirán y le obedecerán a él”. Daniel 7:27, VM. La expresión “reino de Dios”, tal cual la emplea la Biblia, significa tanto el reino de la gracia como el reino de la gloria. El reino de la gracia es presentado por Pablo en la Epístola a los Hebreos. Después de haber hablado de Cristo como del intercesor que puede “compadecerse de nuestras debilidades”, el apóstol dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia”. Hebreos 4:15, 16. El trono de la gracia representa el reino de la gracia; pues la existencia de un trono implica la existencia de un reino. En muchas de sus parábolas, Cristo emplea la expresión “el reino de los cielos” para designar la obra de la gracia divina en los corazones de los hombres. CES 71.4

Asimismo el trono de la gloria representa el reino de la gloria; y a este reino se referían las palabras del Salvador: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones”. Mateo 25:31, 32. Este reino está aún en el futuro. Quedará establecido en la segunda venida de Cristo. CES 72.1

El reino de la gracia fue instituido inmediatamente después de la caída del hombre, cuando se delineó un plan para la redención de la raza culpable. Este reino existía entonces en el designio y por la promesa de Dios; y mediante la fe los hombres podían hacerse sus súbditos. Sin embargo, no fue establecido en realidad hasta la muerte de Cristo. Aun después de iniciada su misión terrenal, el Salvador, cansado de la obstinación e ingratitud de los hombres, podría haber retrocedido del sacrificio en el Calvario. En el Getsemaní la copa de la aflicción tembló en su mano. Aun entonces hubiera podido enjugar el sudor de sangre de su frente y dejar que la raza culpable pereciese en su iniquidad. Si lo hubiera hecho, no habría habido redención para la humanidad caída. Pero cuando el Salvador hubo entregado su vida y exclamado en su último aliento: “Consumado es”, entonces el cumplimiento del plan de la redención quedó asegurado. La promesa de salvación hecha a la pareja culpable en el Edén quedó ratificada. El reino de la gracia, que hasta entonces existiera por la promesa de Dios, quedó establecido. CES 72.2

Así, la muerte de Cristo -el acontecimiento mismo que los discípulos habían considerado como la destrucción final de sus esperanzas- fue lo que las aseguró para siempre. Si bien es verdad que esa misma muerte les había producido un chasco cruel, no dejaba de ser la prueba suprema de que su creencia había sido la correcta. El evento que los había llenado de tristeza y desesperación fue lo que abrió la puerta de la esperanza para todos los hijos de Adán, y en la cual se centraban la vida futura y la felicidad eterna de todos los fieles hijos de Dios en todas las edades... CES 72.3

Después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos en el camino de Emaús y, “comenzando desde Moisés y todos los profetas, les iba interpretando en todas las Escrituras las cosas referentes a él mismo”. Lucas 24:27, VM. El corazón de los discípulos se conmovió. Su fe se reavivó. Fueron reengendrados “para una esperanza viva” aun antes que Jesús se revelase a ellos. 1 Pedro 1:3, VM. El propósito de éste era iluminar su entendimiento y fundar su fe en la “segura palabra profética”. Ver 2 Pedro 1:19. Deseaba que la verdad se arraigase firmemente en su mente, no sólo porque era sostenida por su testimonio personal sino por causa de las evidencias incuestionables presentadas por medio de los símbolos y sombras de la ley típica y las profecías del Antiguo Testamento. Era necesario que los seguidores de Cristo tuviesen una fe inteligente, no sólo en beneficio propio, sino para que pudieran comunicar al mundo el conocimiento de Cristo. Y como primer paso en la comunicación de este conocimiento, Jesús dirigió a sus discípulos a “Moisés y todos los profetas”. Tal fue el testimonio dado por el Salvador resucitado en cuanto al valor y la importancia de las Escrituras del Antiguo Testamento. CES 73.1

¡Qué cambio se efectuó en el corazón de los discípulos cuando contemplaron una vez más el amado semblante de su Maestro! Lucas 24:32. En un sentido más completo y perfecto que nunca antes, habían hallado al Ser de quien estaba escrito “en la ley de Moisés y en los profetas”. La incertidumbre, la angustia, la desesperación, dejaron lugar a la seguridad perfecta, a la fe despejada. ¿Es sorprendente que después de su ascensión ellos estuviesen “siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios”? La gente, que sólo sabía de la muerte ignominiosa del Salvador, los miraba para descubrir en sus semblantes una expresión de dolor, confusión y derrota; pero sólo veía en ellos alegría y triunfo. ¡Qué preparación la que habían recibido para la obra que les esperaba!... CES 73.2