Cristo en Su Santuario

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Capítulo 5—Daniel 8:14 y la providencia de Dios

La obra de Dios en la Tierra presenta, siglo tras siglo, una sorprendente analogía en cada gran movimiento de reforma o religioso. Los principios del trato de Dios con los hombres son siempre los mismos. Los movimientos importantes del presente concuerdan con los del pasado, y la experiencia de la iglesia en edades primitivas encierra lecciones de gran valor para nuestro propio tiempo. CES 69.1

Ninguna verdad se enseña en la Biblia con mayor claridad que aquella de que Dios, por medio de su Santo Espíritu, dirige especialmente a sus siervos en la Tierra en los grandes movimientos en pro del adelanto de la obra de salvación. Los hombres son, en manos de Dios, instrumentos de los que él se vale para realizar sus fines de gracia y misericordia. Cada cual tiene su papel que desempeñar; a cada cual le ha sido concedida cierta medida de luz, adaptada a las necesidades de su tiempo y suficiente para permitirle cumplir la obra que Dios le asignó. Pero ningún hombre, por muy honrado del Cielo, alcanzó jamás a entender plenamente el gran plan de la redención, ni siquiera a apreciar perfectamente el propósito divino en la obra para su propia época. Los hombres no entienden por completo lo que Dios quisiera cumplir por medio de la obra que les da para hacer; no comprenden, en todo su alcance, el mensaje que proclaman en su nombre... CES 69.2

Ni siquiera los profetas que fueron favorecidos por la iluminación especial del Espíritu comprendieron plenamente la importancia de las revelaciones que les fueron confiadas. Su significado debía ser aclarado, de siglo en siglo, a medida que el pueblo de Dios necesitase la instrucción contenida en ellas... CES 69.3

No obstante, a pesar de no haber sido dado a los profetas que entendiesen plenamente las cosas que les fueron reveladas, procuraron con fervor obtener toda la luz que Dios había tenido a bien manifestarles. “Inquirieron y diligentemente indagaron”, “escudriñando qué persona o qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos”. ¡Qué lección para el pueblo de Dios en la era cristiana, para cuyo beneficio esas profecías fueron dadas a sus siervos! “A los cuales fue revelado que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas”. Consideren a esos santos hombres de Dios que “buscaron e inquirieron diligentemente” tocante a las revelaciones que les fueron dadas para generaciones que aún no habían nacido. 1 Pedro 1:10-12, RVA y VM. Contrasten su santo celo con el apático desinterés con que los favorecidos en edades posteriores trataron ese don del Cielo. ¡Qué censura contra la indiferencia amante de la comodidad y de la mundanalidad que se contenta con declarar que no se puede entender las profecías! CES 69.4