Cristo en Su Santuario

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El tabernáculo y su construcción

El tabernáculo fue construído desarmable, de modo que los israelitas pudieran llevarlo en su peregrinaje. Por consiguiente, era pequeño, de sólo 55 pies de largo por 18 de ancho y de alto.* No obstante, era una construcción magnífica. La madera que se empleó en la construcción y en sus muebles era de acacia, la menos susceptible al deterioro de todas las que había en el Sinaí. Las paredes consistían en tablas colocadas verticalmente, fijadas en basas de plata y aseguradas por columnas y travesaños; y todo estaba cubierto de oro, lo cual hacía aparecer al edificio como de oro macizo. El techo estaba formado de cuatro juegos de cortinas; el de más adentro era “de lino torcido, azul, púrpura y carmesí; y... querubines de obra primorosa” (Éxodo 26:1); los otros tres eran de pelo de cabras, de cueros de carnero teñidos de rojo y de cueros de tejones, respectivamente, arreglados de tal manera que ofrecían completa protección. CES 28.1

La estructura estaba dividida en dos secciones mediante una bella y rica cortina, o velo, suspendida de columnas doradas: y una cortina semejante a la anterior cerraba la entrada de la primera sección. Tanto estos velos como la cubierta interior que formaba el cielo raso, eran de los más magníficos colores -azul, púrpura y escarlata- bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra del Santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de Dios en la Tierra. CES 28.2

La tienda sagrada estaba colocada en un espacio abierto llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de columnas de bronce. La entrada a este recinto se hallaba en el extremo oriental. Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente trabajadas, aunque inferiores a las del Santuario. Como estas cortinas del atrio eran sólo de la mitad de la altura de las paredes del tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente desde afuera. En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios que debían ofrecerse por fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba la sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente, también de bronce, hecha con los espejos donados voluntariamente por las mujeres de Israel. En la fuente los sacerdotes debían lavarse las manos y los pies cada vez que entraban en el departamento santo, o cuando se acercaban al altar para ofrecer un holocausto al Señor. CES 28.3

En el primer departamento, o Lugar Santo, estaban la mesa para el pan de la proposición, el candelero o la lámpara y el altar del incienso. La mesa del pan de la proposición estaba al norte. Así como su cornisa decorada, estaba revestida de oro puro. Sobre esa mesa los sacerdotes debían poner cada sábado doce panes, arreglados en dos pilas y rociados con incienso. Por ser santos, los panes que se quitaban debían ser comidos por los sacerdotes. Al sur estaba el candelero de siete brazos, con sus siete lámparas. Sus brazos estaban decorados con flores exquisitamente labradas y parecidas a lirios; el conjunto estaba hecho de una pieza sólida de oro. Como no había ventanas en el tabernáculo, las lámparas nunca se extinguían todas al mismo tiempo, sino que ardían día y noche. Exactamente frente al velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del incienso. Sobre ese altar el sacerdote debía quemar incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la sangre de la víctima de la expiación, y en el gran Día de la Expiación era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre ese altar fue encendido por Dios mismo, y se mantenía como sagrado. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y, fuera, por sus alrededores. CES 29.1

Más allá del velo interior estaba el Lugar Santísimo, centro del servicio de expiación e intercesión, el cual constituía el eslabón que unía el cielo y la Tierra. En este departamento estaba el arca, que era un cofre de madera de acacia, recubierto de oro por dentro y por fuera, y que tenía una cornisa de oro encima. Era el repositorio de las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo había grabado los Diez Mandamientos. Por consiguiente, se lo llamaba arca del testamento de Dios, o arca de la alianza, puesto que los Diez Mandamientos eran la base de la alianza hecha entre Dios e Israel. CES 29.2

La cubierta del arca sagrada se llamaba “propiciatorio”. Estaba hecha de una sola pieza de oro, y encima tenía dos querubines de oro, uno en cada extremo. Un ala de cada ángel se extendía hacia arriba, mientras la otra permanecía plegada sobre el cuerpo (ver Ezequiel 1:11), en señal de reverencia y humildad. La posición de los querubines, con la cara vuelta el uno hacia el otro y mirando reverentemente hacia abajo sobre el arca, representaba la reverencia con la cual la hueste celestial mira la ley de Dios y su interés en el plan de la redención. CES 29.3

Encima del propiciatorio estaba la Shekinah, o manifestación de la Presencia divina; y desde en medio de los querubines Dios hacía conocer su voluntad. A veces los mensajes divinos eran comunicados al sumo sacerdote mediante una voz que salía de la nube. Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar aprobación o aceptación, o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la izquierda, para revelar desaprobación o rechazo. CES 30.1

La ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de justicia y juicio. Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido. Así, en la obra de Cristo en favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del Santuario, “la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”. Salmos 85:10. CES 30.2

No hay palabras que puedan describir la gloria de la escena que se veía dentro del Santuario: las paredes doradas reflejando la luz de los candeleros de oro, los brillantes colores de las cortinas ricamente bordadas con sus relucientes ángeles, la mesa y el altar del incienso refulgentes de oro; y más allá del segundo velo el arca sagrada, con sus querubines místicos, y sobre ella la santa Shekinah, manifestación visible de la presencia de Jehová; pero todo eso era apenas un pálido reflejo de las glorias del Templo de Dios en el cielo, el gran centro de la obra de redención en favor del hombre. CES 30.3

Se necesitó alrededor de medio año para construir el tabernáculo. Cuando se terminó, Moisés examinó toda la obra de los constructores, comparándola con el modelo que se le enseñó en el monte y con las instrucciones que había recibido de Dios. “Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo”. Éxodo 39:43. Con anhelante interés las multitudes de Israel se agolparon para ver la sagrada estructura. Mientras contemplaban la escena con reverente satisfacción, la columna de nube descendió sobre el Santuario y lo envolvió. “Y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” [40:34]. Hubo una revelación de la majestad divina, y por un momento ni siquiera Moisés pudo entrar. Con profunda emoción, el pueblo contempló la señal de que la obra de sus manos era aceptada. No hubo demostraciones de regocijo en alta voz. Una solemne reverencia se apoderó de todos. Pero la alegría de su corazón se manifestó en lágrimas de gozo, y susurraron fervientes palabras de gratitud porque Dios había condescendido a morar con ellos. CES 30.4