Cristo en Su Santuario

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Capítulo 2—El santuario celestial en miniatura

Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le ordenó. “Harán un santuario para mí, y yo habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8); y le dio instrucciones completas para la construcción del tabernáculo. A causa de su apostasía, los israelitas habían perdido el derecho a la bendición de la Presencia divina, y por el momento hicieron imposible la construcción del Santuario de Dios entre ellos. Pero después que les fuera devuelto el favor del cielo, el gran líder procedió a ejecutar la orden divina. CES 26.1

Hombres escogidos fueron especialmente dotados por Dios con habilidad y sabiduría para la construcción del edificio sagrado. Dios mismo dio a Moisés el plano de esa estructura, con instrucciones detalladas acerca de su tamaño y forma, los materiales que debían emplearse y todos los objetos y muebles que debía contener. Los dos lugares santos hechos a mano habían de ser “figura del verdadero”, “figuras de las cosas celestiales” (Hebreos 9:24, 23); una representación en miniatura del templo celestial donde Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, después de ofrecer su vida como sacrificio, habría de ministrar en favor de los pecadores. Dios presentó ante Moisés en el monte una visión del Santuario celestial, y le ordenó que hiciera todas las cosas de acuerdo con el modelo que se le había mostrado. Todas estas instrucciones fueron escritas cuidadosamente por Moisés, quien las comunicó a los líderes del pueblo. CES 26.2

Para la construcción del Santuario fue necesario hacer grandes y costosos preparativos; se requería una gran cantidad de los materiales más preciosos y caros; no obstante, el Señor sólo aceptó ofrendas voluntarias. “Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda” (Éxodo 25:2); tal fue la orden divina que Moisés repitió a la congregación. La devoción a Dios y un espíritu de sacrificio fueron los primeros requisitos para construir la morada del Altísimo. CES 26.3

Todo el pueblo respondió unánimemente. “Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión, y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras. Vinieron así hombres como mujeres, todos los voluntarios de corazón, y trajeron cadenas y zarcillos, anillos y brazaletes y toda clase de joyas de oro; y todos presentaban ofrenda de oro a Jehová. CES 27.1

“Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, o pieles de tejones, lo traía. Todo el que ofrecía ofrenda de plata o de bronce traía a Jehová la ofrenda; y todo el que tenía madera de acacia la traía para toda la obra del servicio. CES 27.2

“Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra. CES 27.3

“Los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral, y las especias aromáticas y el aceite, para el alumbrado, y para el aceite de la unción, y para el incienso aromático”. Éxodo 35:21-28. CES 27.4

Mientras se llevaba a cabo la construcción del Santuario, el pueblo -ancianos, jóvenes, adultos, mujeres o niños- continuó trayendo sus ofrendas hasta que los encargados de la obra vieron que ya tenían lo suficiente, y aun más de lo que podrían usar. Y Moisés hizo proclamar por todo el campamento: “Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más”. Éxodo 36:6. Como advertencia para las futuras generaciones se registraron las murmuraciones de los israelitas y cómo Dios castigó sus pecados. Y son un ejemplo digno de imitar su devoción, celo y liberalidad. Todo el que ama el culto de Dios y aprecia la bendición de su santa presencia mostrará el mismo espíritu de sacrificio en la preparación de una casa donde él pueda reunirse con ellos. Deseará traer al Señor una ofrenda de lo mejor que posea. La casa que se construya para Dios no debe quedar endeudada, pues con ello Dios sería deshonrado. Debiera darse voluntariamente una cantidad suficiente para llevar a cabo la obra, para que los que la construyen puedan decir... “No traigan más ofrendas”. CES 27.5