El Colportor Evangélico

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Absoluta honradez

Si el colportor obra de manera equivocada, si pronuncia falsedad y práctica el engaño, pierde dignidad. Puede ser que no esté consciente de que Dios lo está mirando y que conoce todos sus negocios, que los santos ángeles pesan sus intenciones y escuchan sus palabras, y que será recompensado conforme a sus obras; pero aunque le fuera posible ocultar de la inspección humana y divina su mal proceder, aún así su actitud impropia sería perjudicial para su mente y carácter. Un acto no determina el carácter, pero derriba la barrera, y la próxima tentación se acaricia con más facilidad, hasta que finalmente se forma un hábito de prevaricación y falta de honradez en el negocio, y ya no se puede confiar en él. CE 52.3

Hay muchas personas en los hogares y en la iglesia que no dan importancia a las inconsecuencias evidentes. Hay jóvenes que aparentan ser lo que no son. Parecen ser honrados y leales, pero son como sepulcros blanqueados: atractivos por fuera, mas corrompidos por dentro. El corazón está manchado, teñido de pecado; y así permanece el registro en los atrios celestiales. Se ha llevado a cabo dentro de sus mentes un proceso que los ha endurecido hasta el punto de hacerlos insensibles. Pero si sus caracteres, los cuales son pesados en las balanzas del santuario, fueren pronunciados faltos en el gran día del Señor, sería para ellos una calamidad que ahora no comprenden. La verdad, preciosa y sin mancilla, ha de formar parte del carácter. CE 53.1

Pureza de vida—No importa el camino que se tome, el sendero de la vida está lleno de peligros. Si los obreros en cualquiera de los ramos de la causa se descuidan y no prestan atención a sus intereses eternos, se encuentran frente a una gran pérdida. El tentador buscará la manera de alcanzarlos. Tenderá redes a sus pies y los dirigirá por sendas extraviadas. Estarán seguros solamente aquellos cuyos corazones están guarnecidos con sanos principios. Como David, orarán: “Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen”. Salmos 17:5. Hay que librar una constante batalla contra el egoísmo y la corrupción del corazón humano. A menudo parece que los impíos prosperan en sus caminos; pero quienes se olvidan de Dios, aunque sea por una hora o un momento, van por un camino peligroso. Quizá no se den cuenta de los peligros; pero, cuando se enteran, el hábito, como un aro de hierro, los mantiene sujetos a la maldad con la cual se han relacionado tan de cerca. Dios desprecia su comportamiento y su bendición no los acompañará. CE 53.2

No hemos de relacionarnos con el pecado—He visto que algunos jóvenes se dedican a esta obra sin vincularse con el cielo. Se plantan en el camino de la tentación para demostrar su valentía. Se ríen de las locuras de los demás. Conocen el verdadero camino; saben cómo conducirse. ¡Vean qué bien pueden resistir la tentación! ¡Ni pensar en que van a caer! Pero no han puesto a Dios como su defensa. Satanás les ha tendido una trampa engañosa, y son ellos mismos los que se convierten en el objeto de burla de los insensatos. CE 54.1

Nuestro gran adversario tiene agentes que constantemente buscan la oportunidad para destruir vidas, de la misma forma como un león caza su presa. Evítalos, joven; porque aunque aparenten ser tus amigos, solapadamente te introducirán en los malos caminos y las malas prácticas. Con sus labios te halagan y ofrecen ayudarte y conducirte, pero sus pasos llevan al infierno. Si escuchas sus consejos, tu vida puede llegar a su punto crítico. Una protección que se elimine de la conciencia, la práctica de un solo mal hábito, un solo descuido del elevado llamado del deber, puede ser el principio de un camino de engaño que te traspasará a las filas de aquellos que sirven a Satanás, mientras tú sigues profesando que amas a Dios y a su causa. Un momento de descuido, un solo mal paso, puede hacer virar toda la corriente de vuestra vida en una dirección equivocada. Posiblemente nunca sepan lo que ocasionó vuestra ruina, hasta que se pronuncie la sentencia: “¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!” CE 54.2

Evítense las malas compañías—Algunos jóvenes saben que lo que he dicho más o menos describe su proceder. Sus caminos no están ocultos para el Señor, aunque quizá lo estén para sus mejores amigos, aun para sus padres y madres. Tengo poca esperanza de que algunos de éstos cambien su comportamiento de hipocresía y engaño. Otros que han errado están procurando redimirse. Que el amado Jesús les ayude a poner vuestro rostro como un pedernal en contra de todas las falsedades y de las adulaciones de los que quieren debilitar su determinación de hacer el bien o inculcarles dudas o sentimientos de infidelidad para sacudir su fe en la verdad. Jóvenes amigos, no pasen ni una hora en compañía de quienes los incapaciten para hacer la obra pura y santa de Dios. No hagan nada en presencia de personas extrañas que no harían en presencia de su padre y su madre, o que les cause vergüenza ante Cristo y los santos ángeles. CE 55.1

Algunos pensarán que a los guardadores del sábado no les hacen falta estas precauciones, pero aquellos a quienes se aplican saben lo que quiero decir. Les digo jóvenes, cuídense; porque no pueden hacer nada que no esté descubierto ante los ojos de los ángeles y de Dios. No pueden hacer una obra mala sin que otros se vean afectados por ella. La conducta de ustedes, además de revelar de qué clase de material está hecho el edificio del propio carácter, ejerce también una poderosa influencia en los demás. Nunca pierdan de vista el hecho de que pertenecen a Dios, que él los ha comprado con precio, y que han de rendir cuenta ante él por los talentos que les ha encomendado. Nadie debiera tomar parte en la obra del colportaje si sus manos están manchadas de pecado o cuyo corazón no esté bien con Dios, porque tales personas seguramente deshonrarán la causa de la verdad. Los que son obreros en el campo misionero necesitan que Dios los guíe. Deben cuidarse de comenzar bien y luego continuar callada y firmemente en el camino de la rectitud. Deben ser resueltos, porque Satanás es determinado y perseverante en sus esfuerzos por derrotarlos.—Testimonios para la Iglesia 5:373-376 (1885). CE 55.2