El Colportor Evangélico

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El motivo en el servicio

Cristo no prestó un servicio limitado. No midió su obra por horas. Dedicó su tiempo, su corazón, su espíritu y su fuerza a trabajar en beneficio de la humanidad. Pasó días de rudo trabajo y noches enteras pidiendo a Dios gracia y fuerza para realizar una obra mayor. Con clamores y lágrimas rogó al cielo que fortaleciese su naturaleza humana para hacer frente al astuto adversario en todas sus obras engañosas, y que le sostuviese para el cumplimiento de su misión de enaltecer a la humanidad. A sus obreros les dice: “Ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Juan 13:15. CE 217.2

“El amor de Cristo—dijo Pablo—nos constriñe” (2 Corintios 5:14), Tal era el principio que inspiraba la conducta de Pablo; era su móvil. Si alguna vez su ardor menguaba por un momento en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñirse nuevamente los lomos del entendimiento y avanzar en el camino del desprendimiento. En sus trabajos por sus hermanos fiaba mucho en la manifestación de amor infinito en el sacrificio de Cristo, con su poder que domina y constriñe. CE 217.3

Cuán fervoroso y conmovedor llamamiento expresa cuando dice: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos”. 2 Corintios 8:9. Ya saben desde cuán alto se rebajó, ya conocen la profundidad de la humillación a la cual descendió. Sus pies transitaron por el camino del sacrificio, y no se desviaron hasta que hubo entregado su vida. No medió descanso para él entre el trono del cielo y la cruz. Su amor por el hombre le indujo a soportar cualquier indignidad y cualquier ultraje. CE 217.4

Pablo nos amonesta a no buscar nuestro “propio provecho, sino el de los demás”. Filipenses 2:4. Nos exhorta a que tengamos el “sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:5-8. CE 218.1

Pablo tenía vivísimos deseos de que se viese y comprendiese la humillación de Cristo. Estaba convencido de que, con tal que se lograse que los hombres consideraran el asombroso sacrificio realizado por la majestad del cielo, el egoísmo sería desterrado de sus corazones. El apóstol se detiene en un detalle tras otro para que de algún modo alcancemos a darnos cuenta de la admirable condescendencia del Salvador para con los pecadores. Dirige primero el pensamiento a la contemplación del puesto que Cristo ocupaba en el cielo, en el seno de su Padre. Después lo presenta abdicando de su gloria, sometiéndose voluntariamente a las humillantes condiciones de la vida humana, asumiendo las responsabilidades de un siervo, haciéndose obediente hasta la muerte más ignominiosa, repulsiva y dolorosa: la muerte en la cruz. ¿Podemos contemplar tan admirable manifestación del amor de Dios sin agradecimiento ni amor, y sin un sentimiento profundo de que ya no somos nuestros? A un Maestro como Cristo no debe servírsele impulsado por móviles forzados y egoístas. CE 218.2

“Sabiendo—dice el apóstol—que fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles, como oro o plata”. 1 Pedro 1:18. ¡Oh!, si con dinero hubiera podido comprarse la salvación del hombre, cuán fácil hubiera sido realizarla por Aquel que dice: “Mía es la plata y mío es el oro”! Hageo 2:8. Pero el pecador no podía ser redimido sino por la preciosa sangre del Hijo de Dios. Los que, dejando de apreciar tan admirable sacrificio, se retraen del servicio de Cristo, perecerán en su egoísmo. CE 219.1