El Colportor Evangélico

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Paciencia en las pruebas

No nos conviene dejarnos llevar por el enojo con motivo de algún agravio real o supuesto que se nos haya hecho. El enemigo a quien más hemos de temer es el yo. Ninguna forma de vicio es tan funesta para el carácter como la pasión humana no refrenada por el Espíritu Santo. Ninguna victoria que podamos ganar es tan preciosa como la victoria sobre nosotros mismos. CE 202.1

No debemos permitir que nuestros sentimientos sean quisquillosos. Hemos de vivir, no para proteger nuestros sentimientos o nuestra reputación, sino para salvar a las personas. Conforme nos interesamos en la salvación de los seres humanos, dejaremos de notar las leves diferencias que suelen surgir en nuestro trato con los demás. Piensen o hagan ellos lo que quieran con respecto a nosotros, nada debe turbar nuestra unión con Cristo, nuestra comunión con el Espíritu Santo. “Pues ¿qué mérito tiene el soportar que os abofeteen si habéis pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios”. 1 Pedro 2:20. CE 202.2

No se desquiten. En cuanto les sea posible, quiten toda causa de falsa aprensión. Eviten la apariencia de mal. Hagan cuanto puedan, sin sacrificar los principios cristianos, para conciliarse con los demás. “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda”. Mateo 5:23, 24. CE 202.3

Si les dicen palabras violentas, no repliquen jamás con el mismo espíritu. Recuerden que “la respuesta suave aplaca la ira”. Proverbios 15:1. Y hay un poder maravilloso en el silencio. A veces las palabras que se le dicen al que está enfadado no sirven sino para exasperarlo. Pero pronto se desvanece el enojo contestado con el silencio, con espíritu cariñoso y paciente. CE 202.4

Bajo la granizada de palabras punzantes de acre censura, mantengan su espíritu firme en la Palabra de Dios. Atesoren vuestro espíritu y vuestro corazón las promesas de Dios. Si les tratan mal o si les censuran sin motivo, en vez de replicar con enojo, repítanse las preciosas promesas: CE 203.1

“No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Romanos 12:21. CE 203.2

“Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz y tu derecho como el mediodía”. Salmos 37:5, 6. CE 203.3

“Nada hay encubierto que no haya de descubrirse; ni oculto que no haya de saberse”. Lucas 12:2. CE 203.4

“Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza. ¡Pasamos por el fuego y por el agua, pero nos sacaste a la abundancia!” Salmos 66:12. CE 203.5

Propendemos a buscar simpatía y aliento en nuestro prójimo en vez de mirar a Jesús. En su misericordia y fidelidad, Dios permite muchas veces que aquellos en quienes ponemos nuestra confianza nos chasqueen, para que aprendamos cuán vano es confiar en el hombre y hacer de la carne nuestro brazo. Confiemos completa, humilde y abnegadamente en Dios. Él conoce las tristezas que sentimos en las profundidades de nuestro ser y que no podemos expresar. Cuando todo parezca oscuro e inexplicable, recordemos las palabras de Cristo: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, pero lo entenderás después”. Juan 13:7. CE 203.6

Estudien la historia de José y de Daniel. El Señor no impidió las intrigas de los hombres que procuraban hacerles daño; pero hizo redundar todos esos ardides en beneficio de sus siervos, quienes en medio de la prueba y del conflicto conservaron su fe y lealtad. CE 204.1

Mientras permanezcamos en el mundo, tendremos que arrostrar influencias adversas. Habrá provocaciones que probarán nuestro temple, y si las arrostramos con buen espíritu desarrollaremos las virtudes cristianas. Si Cristo vive en nosotros, seremos sufridos, bondadosos y prudentes, alegres en medio de los enojos y las irritaciones. Día tras día y año tras año iremos venciéndonos, hasta llegar al noble heroísmo. Esta es la tarea que se nos ha señalado; pero no se puede llevar a cabo sin la ayuda de Jesús, sin ánimo resuelto, sin propósito firme, sin continua vigilancia y oración. Cada cual tiene su propia lucha. Ni siquiera Dios puede ennoblecer nuestro carácter ni hacer útiles nuestras vidas a menos que lleguemos a ser sus colaboradores. Los que huyen del combate pierden la fuerza y el gozo de la victoria. CE 204.2