Exaltad a Jesús

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El nacimiento de Cristo es un misterio insondable, 2 de marzo

He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. Isaías 7:14. EJ 69.1

No podemos entender cómo Cristo se hizo un pequeño e indefenso bebé. El pudo haber venido a la tierra con tal hermosura que se diferenciara totalmente de los hijos de los hombres. Su rostro pudo haber sido radiante de luz, y su cuerpo alto y hermoso. Pudo haber venido en una forma tal que encantara a los que lo miraran; pero ésta no fue la forma en la cual Dios planeó que apareciera entre los hijos de los hombres. EJ 69.2

Debía ser semejante a los que pertenecían a la familia humana y a la raza judía. Sus facciones tenían que ser semejantes a las de los seres humanos, y no debía tener tal belleza en su persona que la gente lo señalara como diferente de los demás. Debía venir como miembro de la familia humana y presentarse como un hombre ante el cielo y la tierra. Había venido a tomar el lugar del hombre, a comprometerse en favor del hombre, a pagar la deuda que los pecadores debían. Tenía que vivir una vida pura sobre la tierra, y mostrar que Satanás había dicho una falsedad cuando afirmó que la familia humana le pertenecía a él para siempre, y que Dios no podía arrancarle a los hombres de sus manos. EJ 69.3

Los hombres contemplaron primero a Cristo como un bebé, como un niño... EJ 69.4

Cuanto más pensamos acerca de Cristo convirtiéndose en un bebé sobre la tierra, tanto más admirable parece este tema. ¿Cómo podía ser que el niño indefenso del pesebre de Belén siguiera siendo el divino Hijo de Dios? Aunque no podamos entenderlo, podemos creer que Aquel que hizo los mundos, por causa de nosotros se convirtió en un niño indefenso. Aunque era más encumbrado que ninguno de los ángeles, aunque era tan grande como el Padre en su trono de los cielos, llegó a ser uno con nosotros. En él, Dios y el hombre se hicieron uno; y es en este acto donde encontramos la esperanza de nuestra raza caída. Mirando a Cristo en la carne, miramos a Dios en la humanidad, y vemos en él el brillo de la gloria divina, la imagen expresa de Dios el Padre.—Mensajes Selectos 3:143-144. EJ 69.5

Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad, quedamos atónitos frente a un misterio insondable que la mente humana no puede comprender. Mientras más reflexionamos acerca de él, más extraordinario nos parece. ¡Cuán vasto es el contraste entre la divinidad de Cristo y el impotente bebecito del pesebre de Belén! ¿Cómo se puede medir la diferencia que hay entre el Dios todopoderoso y un niño impotente? Sin embargo el Creador de los mundos, Aquel en quien moraba la plenitud de la Deidad corporalmente, se manifestó en el desvalido bebé del pesebre. ¡Incomparablemente más elevado que todos los ángeles, igual al Padre en dignidad y gloria, y sin embargo vestido con la ropa de la humanidad! La divinidad y la humanidad se hallaban combinadas misteriosamente, y el hombre y Dios fueron uno solo. En esta unión es donde encontramos la esperanza de la raza caída.—The Signs of the Times, 30 de julio de 1896. EJ 69.6