Hijas de Dios

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Eva, madre de todos

Este capítulo está basado en Génesis 1-3.

“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca [...]. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió”. Salmos 33:6, 9. “El fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida”. Salmos 104:5. HD 19.1

Cuando salió de las manos del Creador, la tierra era sumamente hermosa [...]. La hueste angélica presenció la escena con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios. HD 20.1

Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y animal, fue introducido en el escenario el hombre, corona de la creación para quien la hermosa tierra había sido aparejada. A él se le dio dominio sobre todo lo que sus ojos pudiesen mirar; pues, “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree [...] en toda la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen [...] varón y hembra los creó”. Génesis 1:26-27. HD 20.2

Aquí se expone con claridad el origen de la raza humana; y el relato divino está tan claramente narrado que no da lugar a conclusiones erróneas. Dios creó al hombre a su propia imagen. No hay en esto misterio. No existe fundamento alguno para la suposición de que el hombre llegó a existir mediante un lento proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal o vegetal. Tales enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las mezquinas y terrenales concepciones humanas. Los hombres están tan resueltos a excluir a Dios de la soberanía del universo que rebajan al hombre y lo privan de la dignidad de su origen. El que colocó los mundos estrellados en la altura y coloreó con delicada maestría las flores del campo, el que llenó la tierra y los cielos con las maravillas de su potencia, cuando quiso coronar su gloriosa obra, colocando a alguien para regir la hermosa tierra, supo crear un ser digno de las manos que le dieron vida. La genealogía de nuestra raza, como ha sido revelada, no hace remontar su origen a una serie de gérmenes, moluscos o cuadrúpedos, sino al gran Creador. Aunque Adán fue formado del polvo, era el “hijo de Dios”. Lucas 3:38 [...]. HD 20.3

El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter [...]. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad de su Padre. HD 20.4

Cuando el hombre salió de las manos de su Creador, era de elevada estatura y perfecta simetría. Su semblante llevaba el tinte rosado de la salud y brillaba con la luz y el regocijo de la vida. La estatura de Adán era mucho mayor que la de los hombres que habitan la tierra en la actualidad. Eva era algo más baja de estatura que Adán; no obstante, su forma era noble y plena de belleza. La inmaculada pareja no llevaba vestiduras artificiales. Estaban rodeados de una envoltura de luz y gloria, como la que rodea a los ángeles. Mientras vivieron obedeciendo a Dios, este atavío de luz continuó revistiéndolos [...]. HD 20.5

Dios mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una “ayuda idónea para él”, alguien que realmente le correspondía, una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y simpatía. Eva fue creada de una costilla tomada del costado de Adán; este hecho significa que ella no debía dominarlo como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más bien debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esa relación. “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida”. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Efesios 5:29; Génesis 2:24 [...]. HD 21.1

La creación estaba ahora completa. “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos”. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Génesis 2:1; 1:31. El Edén florecía en la tierra. Adán y Eva tenían libre acceso al árbol de la vida. Ninguna mácula de pecado o sombra de muerte desfiguraba la hermosa creación. “Alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7 [...]. HD 21.2

Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado. Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter y la justicia de sus exigencias, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia. Debían gozar de la comunión de Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era menester que su lealtad se pusiese a prueba [...]. HD 21.3

Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre toda criatura viviente. El león y la oveja triscaban pacíficamente a su alrededor o se echaban junto a sus pies. Los felices pajarillos revoloteaban alrededor de ellos sin temor alguno; y cuando sus alegres trinos ascendían alabando a su Creador, Adán y Eva se unían a ellos en acción de gracias al Padre y al Hijo [...]. HD 21.4

Los ángeles habían prevenido a Eva que tuviese cuidado de no separarse de su esposo mientras este estaba ocupado en su trabajo cotidiano en el huerto; estando con él correría menos peligro de caer en la tentación que estando sola. Pero distraída en sus agradables labores, inconscientemente se alejó del lado de su esposo [...] muy pronto se encontró extasiada, mirando con curiosidad y admiración el árbol prohibido. El fruto era bello, y se preguntaba por qué Dios se lo había vedado. Esta fue la oportunidad de Satanás. Como discerniendo sus pensamientos, se dirigió a ella diciendo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” Génesis 3:1 [...]. HD 21.5

El tentador afirmó que jamás llegaría a cumplirse la divina advertencia; que les fue hecha meramente para intimidarlos [...]. HD 22.1

Eva creyó realmente las palabras de Satanás, pero esta creencia no la salvó de la pena del pecado. No creyó en las palabras de Dios, y esto la condujo a su caída. En el juicio final, los hombres no serán condenados porque creyeron concienzudamente una mentira, sino porque no creyeron la verdad, porque descuidaron la oportunidad de aprender la verdad [...]. HD 22.2

Eva [...] vio “que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió”. Génesis 3:6. Era agradable al paladar, y a medida que comía, parecía sentir una fuerza vivificante, y se figuró que entraba en un estado más elevado de existencia. Sin temor tomó el fruto y lo comió. HD 22.3

Y ahora, habiendo pecado, ella se convirtió en el agente de Satanás para labrar la ruina de su esposo. Con extraña y anormal excitación, y con las manos llenas del fruto prohibido, lo buscó y le relató todo lo que había ocurrido. HD 22.4

Una expresión de tristeza cubrió el rostro de Adán. Quedó atónito y alarmado. A las palabras de Eva contestó que ese debía ser el enemigo contra quien se los había prevenido; y que conforme a la sentencia divina ella debía morir. En contestación, Eva lo instó a comer, repitiendo el aserto de la serpiente de que no morirían. Alegó que las palabras de la serpiente debían ser ciertas puesto que no sentía ninguna evidencia del desagrado de Dios; sino que, al contrario, experimentaba una deliciosa y alborozante influencia, que conmovía todas sus facultades con una nueva vida, que le parecía semejante a la que inspiraba a los mensajeros celestiales. HD 22.5

Adán comprendió que su compañera había violado el mandamiento de Dios, menospreciando la única prohibición que les había sido puesta como una prueba de su fidelidad y amor. Se desató una terrible lucha en su mente. Lamentó haber dejado a Eva separarse de su lado. Pero ahora el error estaba cometido; debía separarse de su compañía, que le había sido de tanto gozo. ¿Cómo podría hacer eso? [...]. HD 22.6

Adán resolvió compartir la suerte de Eva; si ella debía morir, él moriría con ella. Al fin y al cabo, se dijo Adán, ¿no podían ser verídicas las palabras de la sabia serpiente? Eva estaba ante él, tan bella y aparentemente tan inocente como antes de su desobediencia. Le expresaba mayor amor que antes. Ninguna señal de muerte se notaba en ella, y así decidió hacer frente a las consecuencias. Tomó el fruto y lo comió apresuradamente.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 24-40 (1890). HD 23.1

Si Adán y Eva no hubieran desobedecido a su Creador; si hubiesen permanecido en la senda de la perfecta rectitud, hubieran conocido y entendido a Dios. Pero cuando escucharon la voz del tentador y pecaron contra Dios, la luz de las vestiduras de inocencia celestial se separó de ellos. En su lugar, fueron rodeados del oscuro manto de la ignorancia de Dios. La luz clara y perfecta que hasta entonces los había rodeado, había iluminado cada cosa a la que ellos se acercaban; pero privados de esa luz celestial, los descendientes de Adán ya no pudieron percibir el carácter de Dios en sus obras creadas.—The Review and Herald, 8 de noviembre de 1898. HD 23.2