Hijos e Hijas de Dios

12/374

Todo procede de él, 11 de enero

Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Santiago 1:17. HHD 19.1

El poder de Dios se manifiesta en los latidos del corazón, en el funcionamiento de los pulmones, y en el torrente de vida que circula en los mil diferentes canales del cuerpo. Le debemos cada momento de la existencia y todas las comodidades de la vida. Las facultades y las habilidades que ponen al hombre por encima de las criaturas inferiores, son dones del Creador. Nos llena de sus beneficios. Le debemos los alimentos que consumimos, el agua que bebemos, los vestidos que usamos y el aire que respiramos. Sin su providencia especial, la atmósfera estaría llena de pestilencia y veneno. Es un benefactor bondadoso y preservador. El sol que brilla sobre la tierra y glorifica toda la naturaleza, el tenue y solemne resplandor de la luna, la gloria del firmamento tachonado de brillantes estrellas, las lluvias que refrigeran la tierra y permiten que la vegetación florezca, las cosas preciosas de la naturaleza en toda su variada riqueza, los elevados árboles, los arbustos y las plantas, los sembrados ondulantes, el cielo azul, la verde tierra, los cambios del día y la noche, las estaciones sucesivas, todas estas cosas hablan al hombre del amor de su Creador. Nos ha vinculado consigo mediante todas estas señales que ha puesto en el cielo y en la tierra.—The Review and Herald, 18 de septiembre de 1888. HHD 19.2

Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, y suplicarle pan y ropa, así como el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo... Los dones de Aquel que tiene todo poder en el cielo y en la tierra esperan a los hijos de Dios.—El discurso maestro de Jesucristo, 113. HHD 19.3