Hijos e Hijas de Dios

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De pecador a príncipe de Dios, 30 de abril

Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Génesis 32:28. HHD 129.1

En la crisis suprema de su vida, Jacob se apartó para orar. Lo dominaba un solo propósito: buscar la transformación de su carácter. Pero mientras suplicaba a Dios, un enemigo, según le pareció, puso sobre él su mano, y toda la noche luchó por su vida. Pero ni aun el peligro de perder la vida alteró el propósito de su alma. Cuando estaba casi agotada su fuerza, ejerció el Angel su poder divino, y a su toque supo Jacob con quién había luchado. Herido e impotente, cayó sobre el pecho del Salvador, rogando que lo bendijera. No pudo ser desviado ni interrumpido en su ruego y Cristo concedió el pedido de esta alma débil y penitente, conforme a su promesa: “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”. Jacob alegó con espíritu determinado: “No te dejaré, si no me bendices”. Este espíritu de persistencia fue inspirado por Aquel con quien luchaba el patriarca. Fue él también quien le dio la victoria y cambió su nombre, Jacob, por el de Israel, diciendo: “Porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”. Por medio de la entrega del yo y la fe imperturbable, Jacob ganó aquello por lo cual había luchado en vano con sus propias fuerzas.—El discurso maestro de Jesucristo, 121, 122. HHD 129.2

Esa noche, Jacob, el mimado de su madre, experimentó el nuevo nacimiento y llegó a ser un hijo de Dios. En su desánimo consideró como lo más precioso la luz que recibió, y la dura piedra sobre la cual descansaba su cabeza era la más deseable de todas sobre las que se había reclinado.—Manuscrito 85, 1908.* HHD 129.3