Hijos e Hijas de Dios

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Reflejemos a Cristo, 16 de octubre

Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Juan 17:23. HHD 298.1

En su oración intercesora, Jesús sostuvo ante su Padre que había cumplido las condiciones que obligaban a Dios a cumplir su parte del pacto celebrado en el cielo respecto al hombre caído... Se declara a sí mismo glorificado en los que creen en él. La iglesia, en su nombre, debe llevar a gloriosa perfección la obra comenzada por él; y cuando esa iglesia se encuentre finalmente redimida en el Paraíso de Dios, verá el resultado del trabajo de su alma y será saciado. Durante toda la eternidad la hueste redimida será su gloria principal.—The Spirit of Prophecy 3:260, 261. HHD 298.2

“Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”. Debemos mantener al Señor siempre ante nosotros. Los que hacen esto, caminan con Dios como lo hizo Enoc, e imperceptiblemente llegan a ser uno con el Padre y el Hijo. Día a día se obra un cambio en la mente y el corazón; las inclinaciones y los hábitos naturales se conforman a las normas y el Espíritu de Dios. Aumentan el conocimiento espiritual y crecen hasta la estatura completa de hombres y mujeres en Cristo Jesús. Reflejan ante el mundo el carácter de Cristo, y moran en él y él en ellos. Cumplen la misión para la que fueron llamados a ser hijos de Dios. Se transforman en la luz del mundo, una ciudad fundada sobre un monte y que no se puede ocultar. “Ninguno que encienda la antorcha la cubre con vasija, o la pone debajo de la cama; mas la pone en un candelero, para que los que entran vean la luz”. Los que han recibido la luz de lo alto, despiden los brillantes rayos del Sol de justicia.—The Youth’s Instructor, 25 de octubre de 1894. HHD 298.3