Hijos e Hijas de Dios

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Oro por la unidad, 14 de octubre

Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Juan 17:21. HHD 296.1

Cristo nos ha dejado un ejemplo perfecto, en el cual no encontramos pecado. Sus seguidores deben caminar en sus pisadas. Si no son transformados en carácter, jamás podrán morar con él en su reino. Cristo murió para elevarlos y ennoblecerlos, y los que retienen las tendencias hereditarias hacia el mal, no podrán morar con él. El sufrió todo lo que puede sufrir y soportar la carne humana, para que podamos pasar triunfalmente en medio de todas las tentaciones que Satanás pueda inventar para destruir nuestra fe. HHD 296.2

Nuestra única esperanza reside en Cristo. Dios quiere que su pueblo gane victorias diariamente... Mediante sus dones celestiales, el Señor ha hecho amplia provisión para su pueblo. Un padre terrenal no le puede dar a su hijo un carácter santificado. No puede transferirle su propio carácter. Solo Dios puede transmitírnoslo. Cristo sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Tomad el Espíritu Santo”. Este es el gran don del cielo. Cristo les impartió su propia santificación mediante el Espíritu. Los embebió con su poder para que pudieran ganar almas para el Evangelio. En adelante Cristo viviría a través de sus facultades, y hablaría a través de sus palabras. Fueron privilegiados al saber que en lo futuro él y ellos serían uno. Debían apreciar sus principios y permitir que su Espíritu los dirigiera. En ese caso no seguirían más sus propios caminos ni hablarían sus propias palabras. Las que hablaran, procederían de un corazón santificado, y de labios santificados. Ya no vivirían por más tiempo su vida egoísta; Cristo viviría en ellos y hablaría por ellos. Les concedería la gloria que tenía con el Padre, para que él y ellos fueran uno con Dios.—General Conference Bulletin (1899). HHD 296.3