Hijos e Hijas de Dios

223/374

Llegamos a ser hijos de Dios, 9 de agosto

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne. Hebreos 10:19, 20. HHD 230.1

Por medio de Cristo había de revelarse la gloria oculta del santísimo. Había sufrido la muerte por cada hombre, y por esta ofrenda, los hijos de los hombres llegarían a ser hijos de Dios. Cara a cara, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, los creyentes en Cristo serían mudados de gloria en gloria, a su misma imagen. El propiciatorio [trono de la gracia], sobre el cual descansaba la gloria de Dios en el santísimo, está abierto a todos aquellos que acepten a Cristo como propiciación por el pecado, y que por su medio se pongan en comunión con Dios. El velo está rasgado, derribado el muro de separación, cancelada la cédula de los ritos. La enemistad queda abolida en virtud de su sangre. Por medio de la fe en Cristo, el judío y el gentil pueden participar del Pan de vida.—Carta 230, 1907. HHD 230.2

La sencilla historia de la cruz de Cristo, su sufrimiento y muerte por el mundo, su resurrección y ascensión, su mediación en favor del pecador ante el Padre, subyuga y quebranta el duro corazón pecaminoso, e induce al arrepentimiento al pecador. El Espíritu Santo pone el problema bajo una nueva luz, y el pecador comprende que el pecado debe ser un mal tremendo ya que cuesta tal sacrificio expiarlo... ¡Cuán gravoso debe ser el pecado puesto que no se pudo emplear un remedio menor que la muerte del Hijo de Dios para salvar al hombre de sus consecuencias! ¿Por qué fue hecho esto en favor del hombre? Se debe a que Dios lo ama, y a que no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento, crean en Jesús como en un Salvador personal, y tengan vida eterna.—The Youth’s Instructor, 19 de enero de 1893. HHD 230.3