Historia de los Patriarcas y Profetas

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Capítulo 24—La Pascua

Este capítulo está basado en Éxodo 11 y 12.

Cuando se presentó por primera vez al rey de Egipto la demanda de la liberación de Israel, se le dio una advertencia acerca de la más terrible de todas las plagas. Moisés dijo al faraón: “Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva; pero si te niegas a dejarlo ir, yo mataré a tu hijo, a tu primogénito”. Éxodo 4:22, 23. Aunque despreciados por los egipcios, los israelitas habían sido honrados por Dios, al ser escogidos como depositarios de su ley. Las bendiciones y los privilegios especiales que se les dispensaron les habían dado la preeminencia entre las naciones, como la tenía el primogénito entre los demás hermanos. PP 247.1

El primer juicio acerca del cual se advirtió a Egipto sería el último en llegar. Dios es paciente y muy misericordioso. Cuida tiernamente a todos los seres creados a su imagen. Si la pérdida de sus cosechas, sus rebaños y manadas hubiera llevado a Egipto al arrepentimiento, los niños no habrían sido heridos; pero la nación había resistido tercamente al mandamiento divino, y el golpe final estaba a punto de darse. PP 247.2

So pena de muerte, se había prohibido a Moisés que volviera a la presencia del faraón; pero había que entregar al monarca rebelde un último mensaje de parte de Dios, y una vez más Moisés se presentó dentro de él con el terrible anunció: “Jehová ha dicho así: “Hacia la medianoche yo atravesaré el país de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito del faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo ni jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas”. Entonces vendrán a mí todos estos tus siervos, e inclinados delante de mí dirán: “Vete, tú y todo el pueblo que está bajo tus órdenes””. Y después de esto yo saldré”. Véase Éxodo 11-12. PP 248.1

Antes de ejecutar esta sentencia, el Señor por medio de Moisés instruyó a los hijos de Israel acerca de su salida de Egipto, sobre todo para librarlos de la plaga inminente. Cada familia, sola o reunida con otra, había de matar un cordero o un cabrito, “sin defecto”, y con un hisopo tenía que tomar de la sangre y ponerla “en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer”, para que el ángel destructor que pasaría a medianoche, no entrara a aquella morada. Debían de comer la carne asada, con hierbas amargas y pan sin levadura, de noche, y como Moisés dijo: “ceñidos con un cinto, con vuestros pies calzados y con el bastón en la mano; y lo comeréis apresuradamente. Es la Pascua de Jehová”. Éxodo 12:11. PP 248.2

El Señor declaró: “Yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias, y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto [...]. La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; veré la sangre y pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto”. PP 248.3

Para conmemorar esta gran liberación, el pueblo de Israel debía de celebrar una fiesta anual a través de las generaciones futuras. “Este día os será memorable, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis”. Cuando en los años venideros festejaran este acontecimiento tenían que repetir a sus hijos la historia de su gran liberación, o como les dijo Moisés: “Vosotros responderéis: “Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró nuestras casas””. PP 248.4

Además, tanto el primogénito de los hombres como el de las bestias, pertenecía al Señor, si bien podía ser redimido mediante un rescate con el cual reconocían que, al perecer los primogénitos de Egipto, los de Israel, que fueron guardados bondadosamente, habrían sufrido la misma suerte de no haber sido por el sacrificio expiatorio. “Mío es todo primogénito. Desde el día en que yo hice morir a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, santifiqué para mí a todos los primogénitos en Israel, tanto de hombres como de animales. Míos serán”. Números 3:13. Después de la institución del culto en el tabernáculo, el Señor escogió la tribu de Leví para construir el santuario, en vez de los primogénitos de Israel. Dijo: “Me son dedicados a mí los levitas de entre los hijos de Israel, en lugar de todo primer nacido; los he tomado para mí en lugar de los primogénitos de todos los hijos de Israel”. Números 8:16. Sin embargo, todo el pueblo debía pagar, en reconocimiento de la gracia de Dios, un precio por el rescate del primogénito. Números 18:15, 16. PP 249.1

La Pascua sería una fiesta tanto conmemorativa como simbólica. No solo recordaría la liberación de Israel, sino que también señalaría la más grande liberación que Cristo habría de realizar para libertar a su pueblo de la servidumbre del pecado. El cordero del sacrificio representa al “Cordero de Dios”, en quien reside nuestra única esperanza de salvación. Dice el apóstol: “Nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”. 1 Corintios 5:7. No bastaba con la muerte de el cordero pascual; había que rociar con su sangre los postes de las puertas, como los méritos de la de Cristo deben aplicarse al alma. Debemos creer, no solo que él murió por el mundo, sino que murió por cada uno individualmente. Debemos apropiarnos de los beneficios del sacrificio expiatorio. PP 249.2

El hisopo usado para rociar la sangre era un símbolo de la purificación. Se usaba para la limpieza del leproso y de quienes estaban inmundos por su contacto con los muertos. Se ve su significado también en la oración del salmista: “Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve”. Salmos 51:7. PP 249.3

El cordero había de prepararse entero, sin quebrar ninguno de sus huesos. De igual manera, ni un solo hueso había de quebrarse del Cordero de Dios, que iba a morir por nosotros. Éxodo 12:46; Juan 19:36. De este modo también se representaba la plenitud del sacrificio de Cristo. PP 249.4

La carne debía comerse. Para alcanzar el perdón de nuestro pecado, no basta creer en Cristo; por medio de su Palabra debemos recibir por fe constantemente su fuerza y su alimento espiritual. Cristo dijo: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”. Y para explicar lo que quería decir, agregó: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Juan 6:53, 54, 63. PP 250.1

Jesús aceptó la ley de su Padre, cuyos principios puso en práctica en su vida, manifestó su espíritu, y demostró su poder benéfico en el corazón del hombre. Dice Juan: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre”. Juan 1:14. Los seguidores de Cristo deben participar de su experiencia. Deben recibir y asimilar la Palabra de Dios para que se convierta en el poder que impulse su vida y sus acciones. Mediante el poder de Cristo, deben ser transformados a su imagen, y deben reflejar los atributos divinos. Necesitan comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios, o no habrá vida en ellos. El espíritu y la obra de Cristo deben convertirse en el espíritu y la obra de sus discípulos. PP 250.2

El cordero debía de comerse con hierbas amargas, como un recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. De igual manera cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con corazón contrito por causa de nuestros pecados. PP 250.3

El uso del pan sin levadura también tenía su significado. Lo ordenaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna levadura en sus casas mientras durara esa fiesta. Igualmente deben apartar de sí mismos la levadura del pecado todos los que reciben la vida y el alimento de Cristo. Pablo escribe a la iglesia de Corinto: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, [...] porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. 1 Corintios 5:7, 8. PP 250.4

Antes de obtener la libertad, los siervos debían demostrar fe en la gran liberación que estaba a punto de realizarse. Debían poner la señal de la sangre sobre sus casas, y ellos y sus familias debían separarse de los egipcios y reunirse dentro de sus propias moradas. Si los israelitas hubieran menospreciado en lo más mínimo las instrucciones que se les dieron, si no hubieran separado a sus hijos de los egipcios, si hubieran dado muerte al cordero, pero no hubieran rociado los postes con la sangre, o hubieran salido algunos fuera de sus casas, no habrían estado seguros. Podrían haber creído honradamente que habían hecho todo lo necesario, pero su sinceridad no los habría salvado. Aquellos que hubiesen dejado de cumplir las instrucciones del Señor, habrían perdido su primogénito por obra del destructor. PP 250.5

Mediante su obediencia el pueblo debía mostrar su fe. Asimismo todo aquel que espera ser salvo por los méritos de la sangre de Cristo debe comprender que él mismo tiene algo que hacer para asegurar su salvación. Únicamente Cristo puede redimirnos de la pena de la transgresión, pero nosotros debemos volvernos del pecado a la obediencia. El hombre es salvo por la fe, no por las obras; sin embargo, su fe debe manifestarse por sus obras. Dios entregó a su Hijo para que muriera en propiciación por el pecado; ha manifestado la luz de la verdad, el camino de la vida; ha dado facilidades, ordenanzas y privilegios; y el hombre debe cooperar con estos agentes de la salvación; ha de apreciar y usar la ayuda que Dios ha provisto; debe creer y obedecer todos los requerimientos divinos. PP 251.1

Mientras Moisés repetía a Israel lo que Dios había provisto para su liberación, “el pueblo se inclinó y adoró”. Éxodo 12:27. La feliz esperanza de libertad, el tremendo conocimiento del inminente juicio que caería sobre sus opresores, los cuidados y trabajos necesarios para su pronta salida, todo lo eclipsó de momento la gratitud hacia su bondadoso Libertador. PP 251.2

Muchos de los egipcios fueron inducidos a reconocer al Dios de los hebreos como el único Dios verdadero, y suplicaron que se les permitiera ampararse en los hogares de Israel cuando el ángel exterminador pasara por la tierra. Fueron recibidos con júbilo, y se comprometieron a servir de allí en adelante al Dios de Jacob y a salir de Egipto con su pueblo. PP 251.3

Los israelitas obedecieron las instrucciones que Dios les había dado. Rápida y secretamente hicieron los preparativos para su partida. Las familias estaban reunidas, el cordero pascual muerto, la carne asada, el pan sin levadura y las hierbas amargas preparados. El padre y sacerdote de la casa roció con sangre los postes de la puerta, y se unió a su familia dentro de la casa. Con premura y en silencio se comió el cordero pascual. Con reverente temor el pueblo oró y aguardó; el corazón de todo primogénito, desde el hombre más fuerte hasta el niño, tembló con indescriptible miedo. Los padres y las madres estrechaban en sus brazos a sus queridos primogénitos, al pensar en el espantoso golpe que caería aquella noche. Pero a ningún hogar de Israel llegó el ángel exterminador. La señal de la sangre, garantía de la protección del Salvador, estaba sobre sus puertas, y el exterminador no entró. PP 251.4

A la medianoche hubo “un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiera un muerto”. Todos los primogénitos de la tierra, “desde el primogénito del faraón que se sentaba sobre su trono, hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales” (Éxodo 12:29-33), fueron asesinados por el ángel exterminador. A través del vasto reino de Egipto, el orgullo de toda casa había sido humillado. Los gritos y gemidos de los dolientes llenaban los aires. El rey y los cortesanos, con rostros pálidos y piernas temblorosas, estaban aterrados por el horror prevaleciente. El faraón recordó entonces que una vez había exclamado: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”. Éxodo 5:2. Ahora, su orgullo, que una vez osara levantarse contra el cielo, estaba humillado hasta el polvo; “hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: “Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id a servir a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí. “Los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra, porque decían: “Todos moriremos””. También los consejeros reales y el pueblo suplicaron a los israelitas que se fueran de la tierra, “porque decían: “Todos somos muertos””. PP 252.1