La Educación Cristiana

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Capítulo 23—Las escuelas de iglesia

La Iglesia tiene una obra especial que hacer en lo que toca a educar y disciplinar a sus niños de modo que, al asistir a las clases o estar en cualquier otra compañía, no sientan la influencia de los que están dominados por hábitos corrompidos. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio por los requerimientos de Dios. Las ciudades se han vuelto como Sodoma, y nuestros hijos se ven diariamente expuestos a muchos males. A menudo los que asisten a las escuelas públicas se relacionan con otros que están más descuidados que ellos, a los cuales, aparte del tiempo pasado en la clase, se les permite adquirir una educación callejera. El corazón de los jóvenes se impresiona fácilmente, y a menos que el ambiente que los rodea sea del debido carácter, Satanás usará a estos niños abandonados para que ejerzan su influencia sobre los que están más cuidadosamente enseñados. Así, antes de que los padres observadores del sábado se percaten de los estragos que está haciendo el mal, las lecciones de depravación se habrán aprendido y las almas de sus pequeñuelos se habrán contaminado con la corrupción. ECR 180.1

Las iglesias protestantes han aceptado el falso día de reposo, producto del papado, y lo han exaltado por encima del día santificado por Dios. Es tarea que nos corresponde la de explicar con claridad a nuestros hijos que el primer día de la semana no es el verdadero día de reposo y que su observancia, después de habernos llegado la luz en cuanto a lo que es el sábado, es una franca impugnación de la ley de Dios. ¿Obtienen nuestros niños, de parte de los maestros de las escuelas públicas, ideas que armonizan con la Palabra de Dios? ¿Les es presentado el pecado como una ofensa contra Dios? ¿Se les enseña que la obediencia a los mandamientos de Dios es el principio de toda sabiduría? Mandamos nuestros niños a la escuela sabática para que se les eduque acerca de la verdad, y luego cuando van a la escuela fiscal, les hacen aprender lecciones que encierran mentiras. Estas cosas confunden la mente y no debieran suceder, pues si los jóvenes acogen ideas que pervierten la verdad, ¿cómo podrá ser contrarrestada la influencia de dicha educación. ECR 180.2

¿Podremos, acaso, asombrarnos de que en tales circunstancias algunos jóvenes de entre los nuestros no aprecien los beneficios religiosos? ¿Podremos admirarnos de que se dejen arrastrar hacia la tentación? ¿Podremos asombrarnos de que, habiendo vivido en el abandono que les ha tocado, consagren sus energías a diversiones que ningún bien les reportan, de que estén empobrecidas sus aspiraciones religiosas y oscurecida su vida espiritual? La mente será de igual carácter que aquello de que se alimenta, la cosecha de igual naturaleza que la semilla sembrada. ¿No bastan estos hechos para hacernos ver cuán necesario es amparar desde los primeros años la educación de los jóvenes? ¿No sería mejor para los jóvenes crecer hasta cierto punto en ignorancia de lo que comúnmente se acepta por educación, más bien que llegar a ser indiferentes a la verdad de Dios? ECR 181.1