La Educación Cristiana

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El jardín del corazón

La parábola del sembrador y de la simiente encierra una profunda lección espiritual. La simiente representa los principios sembrados en el corazón, y su crecimiento, el desarrollo del carácter. Haced práctica la enseñanza de este punto. Los niños pueden preparar el suelo y sembrar la simiente; y mientras trabajan, los padres o maestros pueden explicarles cómo es el jardín del corazón, y la buena o mala semilla que se siembra en él: que así como el jardín debe ser preparado para la semilla natural, el corazón también debe serlo para la semilla de la verdad. A medida que crece la planta, puede continuarse con la relación entre la siembra natural y la espiritual. ECR 170.4

Los niñitos pueden ser cristianos, gozando de una experiencia de acuerdo con sus años. Esto es todo lo que Dios espera de ellos. Necesitan ser educados en las cosas espirituales; y los padres deben darles toda ventaja, a fin de que puedan formar caracteres de acuerdo a la semejanza del carácter de Cristo. ECR 171.1

La mente nunca cesará de estar activa. Está expuesta a influencias buenas o malas. Como el rostro humano queda estampado, por el rayo del sol, sobre la placa pulida del artista, así quedan grabados los pensamientos y las impresiones en la mente del niño, y son casi imborrables, sean estas impresiones terrenales, o morales y religiosas. La mente es más susceptible cuando la razón está despertando; de modo que las primeras lecciones son de gran importancia. Estas tienen una influencia poderosa en la formación del carácter. Si son de la índole debida, y si a medida que el niño progresa en años se las continúa impartiendo con paciente perseverancia, el destino terrenal quedará amoldado para el bien. Esta es la palabra del Señor: “Instruye al niño en su carrera; aun cuando fuere viejo no se apartará de ella”. Proverbios 22:6. ECR 171.2

Padres, dad vuestros hijos al Señor, y recordadles siempre que le pertenecen, que son los corderos del rebaño de Cristo, sobre los cuales vela el verdadero Pastor. Ana dedicó a Samuel al Señor; y se dice de él: “Y Samuel creció, y Jehová fué con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras”. 1 Samuel 3:19. En el caso de este profeta y juez de Israel se presentan las posibilidades colocadas delante del niño cuyos padres cooperan con Dios, haciendo la obra que les es señalada. ECR 171.3

Los niños son herencia del Señor, y han de ser educados para su servicio. Esta es la obra que incumbe a padres y maestros con fuerza solemne y sagrada, y que no pueden eludir ni ignorar. Los que descuidan esta obra son señalados como siervos infieles; pero hay una recompensa cuando la semilla de verdad se siembra temprano en el corazón y se la atiende cuidadosamente. ECR 172.1

Cristo concluye la parábola diciendo: “Y cuando el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada”. Marcos 4:29. Cuando se recoja la cosecha de la tierra, veremos los resultados de nuestras labores; porque contemplaremos, reunidos en el alfolí celestial, a aquellos por quienes hemos trabajado y orado. Así entraremos en el gozo de nuestro Señor, cuando “del trabajo de su alma verá y será saciado”. Isaías 53:11.—Special Testimonies on Education, 67-72. ECR 172.2

Con frecuencia le parece a la madre que su trabajo es un servicio sin importancia, una obra que rara vez se aprecia; y que los demás saben muy poco de sus muchas cuitas y ocupaciones. Si bien sus días están ocupados con una larga lista de pequeños deberes, todos los cuales exigen esfuerzos pacientes, dominio propio, tacto, sabiduría y amor abnegado, ella no puede jactarse de haber realizado algo grande. Tan sólo ha logrado que las cosas del hogar marchen suavemente. A menudo cansada y perpleja, ha procurado hablar bondadosamente a los niños, mantenerlos ocupados y felices, guiando sus piecitos en la buena senda. Y le parece que no logró nada. Pero no es así. Los ángeles celestiales observan a la madre agobiada, y toman nota de la carga que lleva día tras día. Tal vez su nombre no haya sido oído en el mundo, pero está escrito en el libro de la vida del Cordero.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 132-136. ECR 172.3