La Educación Cristiana

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Capítulo 61—Los internados

Al asistir a nuestros colegios muchos jóvenes quedan separados de las tiernas y refrenadoras influencias del hogar. Precisamente en la época de la vida en que necesitan observación vigilante son arrebatados a la restricción de la influencia y autoridad paternas y puestos en la compañía de un gran número de jóvenes de igual edad y de caracteres y costumbres de vida diversos. Muchos de éstos han recibido en su infancia escasa disciplina y son superficiales y frívolos; otros han sido regidos hasta el exceso y al alejarse de las manos que tenían tal vez demasiado tirantes las riendas del mando, creyeron que tenían libertad para proceder como quisieran. Desprecian hasta el mismo pensamiento de la restricción. Esas compañías aumentan grandemente los peligros de los jóvenes. ECR 433.1

Los internados de nuestras escuelas han sido establecidos con el fin de que nuestros jóvenes no sean llevados de aquí para allá y expuestos a las malas influencias que abundan por doquiera, sino que, hasta donde sea posible, se les ofrezca la atmósfera de un hogar para que sean puestos a cubierto de las tentaciones conducentes a la inmoralidad y sean guiados a Jesús. La familia del cielo representa lo que debiera ser la familia de la tierra, y los hogares de nuestras escuelas, donde se reúnen jóvenes que buscan una preparación para el servicio de Dios, debieran aproximarse tanto como fuera posible al modelo divino. ECR 433.2

Los maestros que están a cargo de esos hogares llevan graves responsabilidades, pues tienen que hacer las veces de padres y madres, demostrando, lo mismo para uno que para todos los alumnos, un interés semejante al que los padres demuestran por sus hijos. Los diversos elementos del carácter de los jóvenes con quienes tienen que tratar les imponen muchas cargas pesadas y necesitan mucho tacto y paciencia para inclinar en la dirección debida las inteligencias que han sido desviadas por la mala enseñanza. Los maestros necesitan gran capacidad directiva; deben ser fieles a los principios, y sin embargo, prudentes y benignos, uniendo la disciplina al amor y a la simpatía propia de Cristo. Debieran ser hombres y mujeres de fe, sabiduría y oración. No debieran manifestar una dignidad severa e inflexible, sino mezclarse con los jóvenes e identificarse con ellos en sus gozos y tristezas, como también en la diaria rutina del trabajo. Por lo general, una obediencia alegre y amante será el fruto de tal esfuerzo. ECR 433.3