La Educación Cristiana

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Separación del mundo

Los verdaderos seguidores de Cristo tendrán que hacer sacrificios. Rehuirán los lugares de diversión mundanal porque no hallan a Jesús allí, ni influencia alguna que los predisponga para el cielo y aumente su crecimiento en la gracia. La obediencia a la Palabra de Dios los inducirá a abandonar todas estas cosas y a separarse de ellas. ECR 360.2

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20), declaró el Salvador. Todos los que sigan verdaderamente a Cristo llevarán frutos para su gloria. Su vida testifica que el Espíritu de Dios ha realizado una buena obra en ellos, y dan fruto para la santidad. Su vida es elevada y pura. Las acciones correctas son el fruto inequívoco de la verdadera piedad y los que no llevan fruto de esta clase revelan que no tienen experiencia en las cosas de Dios. No son uno con la Vid. Dijo Jesús: “Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer”. Juan 15:4, 5. ECR 360.3

Los que quieren adorar al verdadero Dios deben sacrificar todo ídolo. Jesús dijo al doctor de la ley: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento”. Mateo 22:37, 38. Los primeros cuatro preceptos del Decálogo no permiten que separemos de Dios nuestros afectos. Ninguna cosa debe compartir nuestro supremo deleite en él. No podremos avanzar en la experiencia cristiana mientras no pongamos a un lado todo lo que nos separa de Dios. ECR 360.4

La gran Cabeza de la iglesia, que ha elegido a su pueblo entre los del mundo, requiere de él que se separe del mundo. Quiere que el espíritu de sus mandamientos, atrayendo a sus seguidores a sí, los separe de los elementos mundanales. El amar a Dios y guardar sus mandamientos es algo que dista mucho de amar los placeres del mundo y su amistad. No hay concordia entre Cristo y Belial. ECR 361.1