La Educación Cristiana

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Capítulo 35—Las escuelas de los antiguos hebreos

Las instituciones de la sociedad humana hallan sus mejores modelos en la Palabra de Dios. Para las de enseñanza, especialmente, no carece ella del precepto ni del ejemplo. Lecciones de gran provecho, aun en este siglo de progreso educacional, pueden hallarse en la historia del antiguo pueblo de Dios. ECR 260.1

El Señor se reservó para sí la educación e instrucción de Israel. Su cuidado no se concretó a sus intereses religiosos. Cualquier cosa que afectase su bienestar intelectual o físico llegó a ser objeto de solicitud divina y vino a caer dentro de los fueros de la ley divina. ECR 260.2

Dios mandó a los hebreos que enseñasen sus requerimientos a sus hijos y que los familiarizasen con todo su proceder para con su pueblo. El hogar y la escuela eran uno. En lugar de labios extraños, los amantes corazones del padre y de la madre tenían que dar instrucción a sus hijos. Los pensamientos de Dios estaban asociados con todos los acontecimientos de la vida diaria en el hogar. Las obras poderosas de Dios en la liberación de su pueblo eran repetidas con elocuencia y reverente temor. Las grandes verdades de la providencia de Dios y de la vida futura eran grabadas en las mentes juveniles, y así éstas llegaban a familiarizarse con todo lo que fuese verdadero, bueno y bello. ECR 260.3

Mediante el empleo de figuras y símbolos, las lecciones dadas eran ilustradas y grabadas así en la memoria más firmemente. Por medio de ese conjunto de imágenes animadas, el niño era, casi desde los primeros años, iniciado en los misterios, la sabiduría y las esperanzas de sus padres y encauzado en una manera de pensar, sentir y prever que alcanzaba más allá de lo visible y transitorio: hasta lo invisible y eterno. ECR 260.4

Merced a esta educación, muchos jóvenes de Israel resultaron vigorosos de cuerpo y mente, prontos para percibir y fuertes para obrar, de corazón aparejado como buen terreno para el desarrollo de la preciosa simiente y de inteligencia disciplinada para ver a Dios en las palabras de la revelación y en las escenas de la naturaleza. Las estrellas del cielo, los árboles y flores del campo, las altas montañas, los murmurantes arroyos: todo les hablaba, y las voces de los profetas, oídas por todo el país, hallaban eco en sus corazones. ECR 260.5

Tal fué la disciplina de Moisés en la humilde cabaña de Gosén; de Samuel, mediante la fiel Ana; de David, en la colina de Belén; de Daniel, antes de que las escenas de la cautividad lo separasen del hogar de sus padres. Tal fué también, la infancia de Cristo en el humilde hogar de Nazaret; tal la enseñanza mediante la cual el niño Timoteo aprendió de labios de su madre Eunice y de su abuela Loida, las verdades de la Sagrada Escritura. ECR 261.1

Se hizo provisión adicional para la enseñanza de los jóvenes por el establecimiento de la “escuela de los profetas”. Si un joven deseaba obtener un conocimiento mejor de las Escrituras, profundizarse en los misterios del reino de Dios y buscar sabiduría de lo alto para ser un maestro en Israel, esta escuela estaba abierta para él. ECR 261.2

Samuel estableció las escuelas de los profetas para que sirviesen de barrera contra la extendida corrupción resultante de la conducta inicua de los hijos de Elí y para fomentar el bienestar moral y espiritual del pueblo. Estas escuelas fueron una gran bendición para Israel al promover aquella justicia que engrandeció a una nación y la dotó de hombres aptos para actuar, en el temor de Dios, como dirigentes y consejeros. Al llevar a cabo este objeto, Samuel formó grupos de jóvenes piadosos, inteligentes y estudiosos. Se los llamó hijos de los profetas. Los instructores eran hombres no solamente versados en la verdad divina, sino personas que habían gozado por sí mismas de comunión con Dios y habían recibido el don especial de su Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, por ser doctos y piadosos. ECR 261.3

En los días de Samuel, había dos escuelas de esta clase: una en Rama, hogar del profeta, y la otra en Kiryat-jearim, donde entonces estaba el arca. Dos fueron añadidas en tiempo de Elías, en Jericó y Betel, y otras se establecieron más tarde en Samaria y Gilgal. ECR 262.1

Los alumnos de estas escuelas se sostenían a sí mismos por medio de su propio trabajo como labradores y mecánicos. En Israel esto no se consideraba extraño o degradante; se tenía por un crimen el dejar que un niño creciese ignorando algún trabajo útil. En obediencia al mandato de Dios, a cada niño se le enseñaba algún oficio, aun en el caso de que tuviese que ser educado para un cargo sagrado. Muchos de los maestros religiosos se sostenían a sí mismos por medio del trabajo manual. Aun en época ulterior a la de Cristo, no se consideraba degradante que Pablo y Aquila se ganaran el sustento trabajando de fabricantes de tiendas. ECR 262.2

Los principales temas de estudio eran la ley de Dios, con las instrucciones dadas a Moisés, historia sagrada, música sagrada y poesía. Era el propósito grandioso de todo estudio aprender la voluntad de Dios y los deberes de su pueblo. En las crónicas de la historia sagrada se seguían las huellas de Jehová. De los hechos del pasado se sacaban lecciones de instrucción para lo futuro. Las grandes verdades expuestas por los símbolos y sombras de la ley mosaica eran sacadas a luz y la fe se asía del objeto central de todo el sistema: el Cordero de Dios que había de quitar los pecados del mundo. ECR 262.3

El idioma hebreo era cultivado como el más sagrado del mundo. Se mantenía un espíritu de devoción. No solamente se enseñaba a los alumnos el deber de orar, sino también cómo orar, cómo acercarse a su Creador, cómo ejercitar la fe en él y cómo comprender y obedecer las enseñanzas de su Espíritu. Inteligencias santificadas sacaban del tesoro de Dios. ECR 262.4

El arte de la melodía sagrada era diligentemente cultivado. No se oía el frívolo vals ni la canción petulante que ensalzaba al hombre y apartaba la atención de Dios, sino sagrados y solemnes salmos de alabanza al Creador, que engrandecían su nombre y repetían sus obras maravillosas. De ese modo se hacía servir a la música para un propósito santo: dirigir los pensamientos hacia lo que era puro, noble y elevador y despertar en el alma devoción y gratitud hacia Dios. ECR 262.5

¡Cuán grande es la diferencia entre las escuelas de la antigüedad, bajo la dirección de Dios mismo, y nuestras modernas instituciones de enseñanza! Hasta en los cursos de teología muchos alumnos se gradúan con menos conocimiento real de Dios y de la verdad religiosa que cuando ingresaron. Pocas instituciones pueden hallarse que no estén gobernadas por las reglas y costumbres del mundo. Hay pocas donde el amor de padres cristianos no se encuentre con amargos desengaños. ECR 263.1

¿En qué consiste la superior excelencia de nuestros sistemas de educación? ¿En la literatura clásica con que se atiborra a nuestros hijos? ¿En los conocimientos en materia de adornos, adquiridos por nuestras hijas a costa de la salud o del vigor mental? ¿En el hecho de que la enseñanza moderna está en general tan separada de la Palabra de verdad, el Evangelio de nuestra salvación? ¿Consiste la suprema excelencia de la educación popular en tratar las materias aisladas de estudio, sin tomar en cuenta aquella investigación profunda que entraña el escudriñamiento de Dios y de la vida futura? ¿Consiste en llenar las mentes juveniles de conceptos paganos acerca de la libertad, moralidad y justicia? ¿No se corre peligro alguno al confiar nuestros jóvenes a la dirección de esos directores ciegos que estudian los oráculos sagrados con mucho menos interés que el que manifiestan en los clásicos de Grecia y Roma antiguas? ECR 263.2

“La educación—observa un escritor—se está convirtiendo en un sistema de seducción”. Existe una falta deplorable de debida restricción y juiciosa disciplina. Los sentimientos más amargos, las pasiones más ingobernables, son excitados por la actitud de maestros indoctos e impíos. Las mentes de los jóvenes son fácilmente excitadas y beben la insubordinación como agua. ECR 263.3

Es alarmante la ignorancia en cuanto a la Palabra de Dios entre la gente manifiestamente cristiana. A los jóvenes de nuestros colegios públicos se les ha privado de las bendiciones de las cosas sagradas. La conversación superficial, el mero sentimentalismo, pasan por instrucción en materia de conducta y religión; no obstante, carecen de las características vitales de la verdadera piedad. La justicia y misericordia de Dios, la belleza de la santidad, la recompensa segura por hacer bien, el carácter nefando del pecado y la certeza del castigo, no se graban en las mentes juveniles. ECR 264.1

El escepticismo y la incredulidad, bajo agradable disfraz o como una solapada insinuación, hallan a menudo cabida en los libros escolares. En algunos casos, los principios más perniciosos han sido inculcados por los maestros. Las malas compañías están enseñando a los jóvenes lecciones de crimen, de disipación y de libertinaje cuya contemplación horroriza. Muchas de nuestras escuelas públicas son focos del vicio. ECR 264.2

¿Cómo pueden ser protegidos nuestros jóvenes de estas influencias contaminadoras? Debe haber escuelas establecidas sobre los principios de la Palabra de Dios y gobernadas por los preceptos de ella. Debe haber otro espíritu en nuestras escuelas para animar y santificar cada rama de educación. Se debe buscar fervientemente la cooperación divina. Y no buscaremos en vano. Las promesas de la Palabra de Dios son nuestras. Podemos esperar la presencia del maestro celestial. Podemos ver el Espíritu del Señor derramado como en las escuelas de los profetas y que cada cosa participe de una consagración divina. La ciencia será entonces, como fué para Daniel, la sierva de la religión; y todo esfuerzo, desde el primero al último, tenderá a la salvación del hombre—alma, cuerpo y espíritu—y a la gloria de Dios por medio de Cristo.—The Signs of the Times, 31 de agusto de 1885. Reproducido en Fundamentals of Christian Education, 95-99. ECR 264.3