La Educación
Capítulo 19—La historia y la profecía
“¿Quién hizo oír esto desde el principio [...] sino yo, Jehová? Y no hay más Dios que yo”. Isaías 45:21.
La Biblia es la historia más antigua y abarcante que poseen los hombres. Nació de la fuente de la verdad eterna y una mano divina ha preservado su pureza a través de los siglos. Ilumina el lejano pasado en el cual en vano trata de penetrar la investigación humana. Solamente en la Palabra de Dios contemplamos el poder que puso los cimientos de la tierra y extendió los cielos. Tan solo en ella hallamos un relato auténtico del origen de las naciones. Únicamente en ella se da una historia de nuestra raza, libre de prejuicios u orgullo humanos. ED 157.1
En los anales de la historia humana, el crecimiento de las naciones, el levantamiento y la caída de los imperios, parecen depender de la voluntad y las proezas del hombre. Los sucesos parecen ser determinados, en gran parte, por su poder, su ambición o su capricho. Pero en la Palabra de Dios se descorre el velo, y contemplamos detrás, encima y entre la trama y la urdimbre de los intereses, las pasiones y el poder de los hombres, los agentes del Ser misericordioso, que ejecutan silenciosa y pacientemente los consejos de la voluntad de Dios. ED 157.2
La Biblia revela la verdadera filosofía de la historia. En las palabras de belleza inmaculada y ternura que el apóstol Pablo dirigió a los filósofos de Atenas, se expone el propósito que tenía Dios al crear y distribuir las razas y naciones. Él “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación, para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarlo, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros”1. Dios declara que cualquiera que lo desee puede “entrar en los vínculos del pacto”2. Al crear la tierra, su propósito era que fuese habitada por seres cuya existencia fuera una bendición para sí mismos y para los demás, y un honor para su Creador. Todos los que quieran pueden identificarse con este propósito. De ellos se dirá: “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará”3. ED 158.1
Dios ha revelado en su ley los principios básicos de toda prosperidad verdadera, tanto de las naciones como de los individuos. “Porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia”, declaró Moisés a los israelitas, refiriéndose a la ley de Dios. “Porque no os es cosa vana; es vuestra vida”4. Las bendiciones así aseguradas a Israel, se prometen en las mismas condiciones y en el mismo grado a toda nación y a todo individuo que existe debajo del amplio cielo. ED 158.2
El poder que ejerce todo gobernante en la tierra, se lo otorga el cielo, y su éxito depende de cómo lo ejerce. El Atalaya divino dice a cada cual: “Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste”5. Y para todos constituyen una lección de vida las palabras dirigidas a Nabucodonosor: “Redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad”6. ED 158.3
Comprender todo esto, comprender que “la justicia engrandece a la nación”; que “con la justicia será afirmado el trono” y con “misericordia”7; reconocer la obra de estos principios en la manifestación del poder que “quita reyes, y pone reyes”8, es comprender la filosofía de la historia. ED 158.4
Únicamente en la Palabra de Dios está esto claramente expuesto. En ella se muestra que la fuerza de las naciones, lo mismo que la de los individuos, no se encuentra en las oportunidades o medios que parecen hacerlos invencibles; ni tampoco en su pregonada grandeza. Se mide por la fidelidad con que cumplen el propósito de Dios. ED 158.5
En la historia de la antigua Babilonia tenemos una ilustración de esta verdad. El verdadero propósito del gobierno nacional se le presentó al rey Nabucodonosor bajo la figura de un gran árbol, cuya “copa llegaba hasta el cielo y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso, su fruto abundante y había en él alimento para todos. Debajo de él, a su sombra, se ponían las bestias del campo, en sus ramas anidaban las aves del cielo”9. ED 159.1
Esta figura muestra el carácter de un gobierno que cumple el propósito de Dios, un gobierno que protege y edifica a la nación. ED 159.2
Dios engrandeció a Babilonia para que cumpliera ese propósito. La nación prosperó hasta llegar a una altura de riqueza y poder que desde entonces nunca ha sido igualada, y que en las Escrituras está adecuadamente representada por el símbolo de una “cabeza de oro”10. ED 159.3
Pero el rey no reconoció el poder que lo había encumbrado. Lleno de orgullo, dijo Nabucodonosor: ED 159.4
“¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?”11 ED 159.5
En vez de ser protectora de los hombres, Babilonia se convirtió en orgullosa y cruel opresora. Las palabras de la Inspiración, que describen la crueldad y la voracidad de los gobernantes de Israel, revelan el secreto de la caída de Babilonia, y de la de muchos otros reinos que han caído desde que empezó el mundo: “Os alimentáis con la leche de las ovejas, os vestís con su lana y degolláis a la engordada, pero no las apacentáis. No fortalecisteis a las débiles ni curasteis a la enferma; no vendasteis la perniquebrada ni volvisteis al redil a la descarriada ni buscasteis a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia”12. ED 159.6
El Atalaya divino pronunció contra el rey de Babilonia la sentencia: “¡A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti”13. ED 159.7
“Baja y siéntate en el polvo,
virgen, hija de Babilonia.
Siéntate en la tierra, sin trono [...].
Siéntate, calla y entra en las tinieblas,
hija de los caldeos, porque nunca más te llamarán
“soberana de reinos””14. “Tú, la que moras entre muchas aguas, rica en tesoros,
Ha venido tu fin, la medida de tu codicia”.
“Y Babilonia, hermosura de reinos,
Gloria y orgullo de los caldeos,
Será como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios”15.
ED 159.8
“Y la convertiré en posesión de erizos,
y en tierra cenagosa;
y la barreré con escobas de destrucción,
dice Jehová de los ejércitos”16.
ED 160.1
Se ha permitido a toda nación que ha ascendido al escenario de la historia que ocupe su lugar en la tierra para ver si va a cumplir o no el propósito del “Vigilante y Santo”. La profecía ha anunciado el levantamiento y la caída de los grandes imperios del mundo: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. La historia se repitió con cada una de ellas, lo mismo que con naciones menos poderosas. Cada una tuvo su período de prueba, fracasó, su gloria se marchitó, perdió su poder, y su lugar fue ocupado por otra. ED 160.2
Aunque las naciones rechazaron los principios de Dios y provocaron con ese rechazamiento su propia ruina, es evidente que el propósito divino predominó y se manifestó en todos sus movimientos. ED 160.3
Una maravillosa representación simbólica dada al profeta Ezequiel durante su destierro en la tierra de los caldeos, enseña esta lección. Recibió la visión cuando estaba abrumado por recuerdos tristes y presentimientos inquietantes. La tierra de sus padres estaba desolada; Jerusalén, despoblada. El profeta mismo era extranjero en un país donde la ambición y la crueldad reinaban. Por todas partes veía manifestaciones de tiranía e injusticia. Su alma estaba afligida y se lamentaba día y noche. Pero los símbolos que se le presentaron ponían en evidencia un poder superior al de los gobernantes terrenales. ED 160.4
A orillas del río Quebar, Ezequiel vio un torbellino que parecía proceder del norte, “una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un esplendor. En medio del fuego algo semejante al bronce refulgente”17. Cuatro seres vivientes movían numerosas ruedas entrelazadas. Por encima de todo esto “se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él”. “Y apareció en los querubines la figura de una mano de hombre debajo de sus alas”18. ED 160.5
Las ruedas estaban dispuestas en forma tan complicada, que a primera vista parecía que estaban en desorden; pero se movían en perfecta armonía. Seres celestiales empujaban las ruedas, y ellos, a su vez, eran sostenidos y guiados por la mano que estaba debajo de los querubines; sobre ellos, en el trono de zafiro, estaba el Eterno, y alrededor del trono un arco iris, emblema de la misericordia divina. ED 161.1
Así como la disposición complicada de las ruedas estaba bajo la dirección de la mano que se veía debajo de las alas de los querubines, Dios dirige el complicado manejo de los acontecimientos humanos. En medio de la lucha y el tumulto de las naciones, Aquel que se sienta por encima de los querubines, todavía dirige los asuntos terrenales. ED 161.2
La historia de las naciones que sucesivamente ocuparon el tiempo y el lugar que se les asignó, y que inconscientemente dieron testimonio de la verdad cuyo significado ignoraban, tiene un mensaje para nosotros. Dios ha asignado un lugar en su gran plan a toda nación y a todo individuo de la actualidad. Hoy los hombres y las naciones son medidos por la plomada que sostiene Aquel que no se equivoca. Todos deciden su destino por su propia resolución, y Dios dirige todo para que se cumplan sus propósitos. ED 161.3
La historia que el gran Yo Soy ha trazado en su Palabra, al unir los eslabones de la cadena profética desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura, nos dice dónde estamos hoy en el transcurso de los siglos, y qué es lo que se puede esperar del futuro. Todo lo que la profecía anunció que sucedería hasta el presente, ha sido registrado en las páginas de la historia, y podemos estar seguros de que todo lo que falta se cumplirá en su orden. ED 161.4
En la Palabra de verdad se predice claramente la caída final de los reinos terrenales. En la profecía anunciada cuando Dios pronunció la sentencia contra el último rey de Israel, se da el mensaje: “Así ha dicho Jehová, el Señor: ¡Depón el turbante, quita la corona! [...] Sea exaltado lo bajo y humillado lo alto. ¡A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel a quien corresponde el derecho, y yo se lo entregaré!”19 ED 161.5
La corona que se le quitó a Israel pasó sucesivamente a los reinos de Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Dios dice: “Esto no será más, hasta que venga aquel a quien corresponde el derecho, y yo se lo entregaré”. ED 161.6
Ese tiempo está cerca. Las señales de los tiempos declaran hoy que estamos en el umbral de sucesos grandes y solemnes. Todo está en agitación en el mundo. Ante nuestra vista se cumple la profecía del Salvador referente a los sucesos que precederán a su venida: “Oiréis de guerras, y rumores de guerras [...]. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares”20. ED 161.7
La época actual es de sumo interés para todos los vivientes. Los gobernantes y estadistas, los hombres que ocupan puestos de confianza y autoridad, los hombres y mujeres que piensan, de toda clase social tienen la atención fija en los sucesos que ocurren alrededor de nosotros. Observan las relaciones tirantes que mantienen las naciones. Observan la tensión que se está apoderando de todo elemento terrenal, y reconocen que está por ocurrir algo grande y decisivo, que el mundo está al borde de una gran crisis. ED 162.1
En este mismo momento los ángeles están sosteniendo los vientos de contienda para que no soplen hasta que el mundo reciba la advertencia de su próxima condenación; pero se está preparando una tormenta; ya está lista para estallar sobre la tierra; y cuando Dios ordene a sus ángeles que suelten los vientos, habrá una escena tal de lucha, que ninguna pluma podrá describir. ED 162.2