Liderazgo Cristiano

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¿Envidia?

Piedad y oración por los dirigentes tiránicos—“No permita que los sentimientos de envidia llenen su corazón por causa de las acciones equivocadas de quienes están en puestos de responsabilidad. Ellos serán juzgados de acuerdo con los hechos realizados en el cuerpo. Usted sólo necesita compadecerse y orar por ellos. El Señor conoce cada transacción deshonesta y los recompensará de acuerdo con sus obras. El Señor recompensa todo acto de abnegación. Ore con corazón, espíritu y voz: ‘Oh Dios, impresiona más profundamente en mi mente y corazón los principios de tu santa ley, los cuales son el trasunto de tu carácter. Que por fe pueda aprehender las sobremanera grandes y preciosas promesas, para que en mi deber y trabajo no falle ni me desanime, sino que perfeccione la santidad en el temor a ti’”. Carta 178, 1899, p. 9, (6 de noviembre de 1899). LC 19.1

Un rasgo letal—“La envidia no es simplemente una perversión del carácter, sino un disturbio que trastorna todas las facultades. Empezó con Satanás. Él deseaba ser el primero en el cielo, y, porque no podía tener todo el poder y la gloria que buscaba, se rebeló contra el gobierno de Dios. Envidió a nuestros primeros padres, y los indujo a pecar, y así los arruinó a ellos y a toda la familia humana. LC 19.2

“El hombre envidioso cierra los ojos para no ver las buenas cualidades y nobles acciones de los demás. Está siempre listo para despreciar y representar falsamente lo excelente. Con frecuencia los hombres confiesan y abandonan otras faltas; pero poco puede esperarse del envidioso. Puesto que el envidiar a una persona es admitir que ella es superior, el orgullo no permitirá ninguna concesión. Si se hace un esfuerzo para convencer de su pecado a la persona envidiosa, se exacerba aún más contra el objeto de su pasión, y con demasiada frecuencia permanece incurable. LC 19.3

“El envidioso difunde veneno dondequiera que vaya, enajenando amigos, y levantando odio y rebelión contra Dios y los hombres. Trata de que se le considere el mejor y el mayor, no mediante esfuerzos heroicos y abnegados para alcanzar el blanco de la excelencia él mismo, sino permaneciendo donde está, y disminuyendo el mérito de los esfuerzos ajenos...”.—Joyas de los Testimonios 2:19. LC 19.4

La envidia es hija del orgullo—“Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que evidentemente el Señor estaba con él. El carácter intachable de David provocaba la ira del rey; consideraba que la misma vida y presencia de David significaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso. LC 19.5

“La envidia hacía a Saúl desgraciado, y ponía en peligro al humilde súbdito de su trono. ¡Cuánto daño indecible ha producido en nuestro mundo este mal rasgo de carácter! Había en el corazón de Saúl la misma enemistad que incitó el corazón de Caín contra su hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios le honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no podía bendecirle. La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en el corazón, conducirá al odio, y eventualmente a la venganza y al homicidio. Satanás ponía de manifiesto su propio carácter al excitar la furia de Saúl contra aquel que jamás le había hecho daño”.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 705, 706. LC 20.1