Cada Día con Dios

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El costo de la salvación, 6 de junio

Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Hebreos 12:5, 6. CDCD 164.1

Cristo es nuestro ejemplo. Se lo sometió a tribulaciones. Soportó el sufrimiento y se humilló al asumir la humanidad. Cristo llevó sus cargas sin impaciencia, sin incredulidad, sin quejarse. No por ser el divino Hijo de Dios sintió menos el peso de sus pruebas. Usted no puede tener un problema, una perplejidad o una dificultad que no haya ejercido la misma presión sobre el Hijo de Dios; ni tampoco un pesar al cual su corazón no se haya expuesto de igual manera. Sus sentimientos se resentían tan fácilmente como los suyos. Sin embargo, la vida y el carácter de Cristo fueron inmaculados. Su carácter estaba compuesto de cualidades morales entre las cuales encontramos todo lo puro y todo lo que es verdadero, todo lo amable y todo lo que es de buen nombre. CDCD 164.2

Dios nos ha dado un modelo perfecto y sin falla. El propósito de Dios es hacer de usted un obrero capaz y eficiente. La mente que él creó debe ser purificada, elevada y ennoblecida. Si se permite que la mente se dedique a cosas insignificantes, se debilitará como resultado de la acción de leyes inmutables. Dios quiere que sus siervos amplíen la esfera de sus pensamientos y planes de labor, y que pongan sus facultades en contacto dinámico con lo grande, lo que eleva y ennoblece. Esto le dará nuevos impulsos a las facultades intelectuales. Sus pensamientos se ampliarán y enjaezarán sus energías para emprender una tarea más amplia, más honda y más grande, para nadar en aguas profundas y vastas, sin fondo ni orilla... CDCD 164.3

Dios ve el corazón y el carácter de los hombres cuando ellos mismos no se dan cuenta exacta de su propia condición. El sabe que su obra y su causa sufrirán si no se corrigen los errores que existen en ellos sin que los adviertan y, por lo tanto, sin que los corrijan. Cristo nos llama sus siervos si hacemos lo que nos manda. A cada cual se le asigna su esfera particular, su lugar de trabajo, y Dios no requiere nada más ni nada menos, tanto del más humilde como del más grande, que el pleno cumplimiento de su vocación. No nos pertenecemos a nosotros mismos. Por gracia hemos llegado a ser siervos de Cristo. Hemos sido adquiridos por la sangre del Hijo de Dios.—Carta 16, del 6 de junio de 1875, al pastor J. T. Butler, ex presidente de la Asociación General. CDCD 164.4