Joyas de los Testimonios 1

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Las viudas, los huérfanos y los inválidos

Muchos que apenas pueden vivir cuando están solteros, deciden casarse y criar una familia, cuando saben que no tienen con qué sostenerla. Y lo peor es que no tienen ningún gobierno de su familia. Toda su conducta en la familia se caracteriza por hábitos de negligencia. No ejercen ningún dominio propio, y son apasionados, impacientes e inquietos. Cuando los tales aceptan el mensaje, les parece que tienen derecho a la ayuda de sus hermanos más pudientes; y si no se satisfacen sus expectativas, se quejan de la iglesia, y la acusan de no vivir conforme a su fe. ¿Quiénes deben sufrir en este caso? ¿Se debe desangrar la causa de Dios y agotar su tesorería, para cuidar de estas familias pobres y numerosas? No. Los padres deben ser los que sufran. Por lo general, no sufrirán mayor escasez después de aceptar el sábado que antes. 1JT 94.1

Hay entre algunos de los pobres un mal que por cierto provocará su ruina a menos que lo venzan. Abrazaron la verdad apegados a costumbres groseras e incultas, y necesitan cierto tiempo para darse cuenta de su rusticidad y comprender que ella no está de acuerdo con el carácter de Cristo. Consideran orgullosos a los más ordenados y refinados, y a menudo se les oye decir: “La verdad nos pone a todos en el mismo nivel.” Pero es un grave error pensar que la verdad rebaja a quien la recibe. Lo eleva, refina sus gustos, santifica su criterio, y si se vive conforme a ella, lo hace a uno cada vez más idóneo para gozar de la sociedad de los santos ángeles en la ciudad de Dios. La verdad está destinada a elevarnos a todos a un alto nivel. 1JT 94.2

Los más pudientes deben actuar siempre noble y generosamente con los hermanos más pobres; han de darles también buenos consejos, y luego dejarles pelear las batallas de la vida. Pero me fué mostrado que la iglesia tiene el deber solemnísimo de cuidar especialmente de las viudas, huérfanos e inválidos indigentes. 1JT 94.3

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Muchos de los que profesan la verdad no son santificados por ella ni sienten deseos de rebajar, aunque sea un poco, los precios de sus productos cuando tratan con un hermano pobre, a diferencia de cuando tratan con un mundano de buena posición. No aman a sus prójimos como a sí mismos. Sería más agradable a Dios que hubiese menos egoísmo y más benevolencia desinteresada.* 1JT 95.1