Joyas de los Testimonios 1

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Consideración por los que yerran*

Si después que uno hizo lo mejor que podía según su criterio, otro cree advertir algún detalle donde podría haber mejorado el asunto, debe dar a su hermano con bondad y paciencia el beneficio de su juicio, pero no puede censurarlo ni poner en duda su integridad de propósito, como no quisiera él tampoco que se sospechara de él o se le censurara injustamente. Si el hermano que toma a pecho la causa de Dios ve que ha fracasado en sus fervorosos esfuerzos para obrar, se afligirá por ello; porque estará inclinado a recelar de sí mismo y a perder la confianza en su propio juicio. Nada debilitará tanto su valor piadoso como el darse cuenta de sus errores en la obra que Dios le señaló y que él ama más que su propia vida. Cuán injusto sería entonces que sus hermanos, al descubrir sus errores, hundieran más y más la espina en su corazón, intensificando su dolor y debilitando con cada golpe su fe y valor y su confianza en sí mismo para trabajar con éxito en la edificación de la causa de Dios. 1JT 300.1

Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo las propias debilidades, no sea que también resulte tentado. Cuando el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle y tratar de hacérsela sentir más hondamente, se le debe consolar. Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.” Mateo 7:1, 2. Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados. “¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, ... y he aquí la viga en tu ojo?” Mateo 7:3, 4. Sucede con frecuencia que mientras alguien está dispuesto a discernir los errores de sus hermanos, tal vez comete mayores faltas él mismo y, sin embargo, no lo ve. 1JT 300.2

Todos los que seguimos a Cristo debemos tratarnos unos a otros exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros errores y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para que supiese compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes e interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el abogado del hombre y se humilló para familiarizarse con las tentaciones que asediaban al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los que son tentados y fuera un tierno y fiel sumo sacerdote. 1JT 301.1

Con frecuencia es necesario reprender claramente el pecado y el mal. Pero los ministros que trabajan por la salvación de sus semejantes no deben ser implacables con los errores de unos y otros ni hacer resaltar sus defectos. No deben exponer o reprender sus debilidades. Deben preguntarse si, en caso de que otro siguiese esta conducta con ellos mismos, produciría el efecto deseado; ¿aumentaría su amor por el que recalcase sus errores o acrecentaría su confianza en él? Especialmente los errores de los ministros dedicados a la obra de Dios deben ser mantenidos en un círculo tan pequeño como sea posible, porque son muchos los débiles que se aprovecharían del saber que los que ministran en palabra y doctrina tienen debilidades como los otros hombres. Es algo muy cruel que las faltas de un ministro sean expuestas a los incrédulos si ese ministro es tenido por digno de trabajar en lo futuro por la salvación de las almas. Ningún bien puede provenir de esta exposición, sino solamente daño. Al Señor le desagrada esta conducta, porque socava la confianza del pueblo en aquellos a quienes él acepta para llevar a cabo su obra. El carácter de todo colaborador debe ser custodiado celosamente por sus hermanos en el ministerio. Dios dice: “No toquéis ... a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas.” 1 Crónicas 16:22. Debe cultivarse el amor y la confianza. La falta de este amor y confianza de un ministro hacia otro, no aumenta la felicidad del que es así deficiente, sino que al mismo tiempo que labra la desdicha de su hermano, él mismo es desdichado. Hay en el amor mayor poder que en la censura. El amor se abrirá paso a través de las vallas, mientras que la censura cerrará toda vía de acceso al alma. 1JT 301.2