Joyas de los Testimonios 2

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Es ya muy tarde

Hermanos y hermanas, despertad, os ruego, del sueño mortal. Es demasiado tarde para dedicar la fuerza del cerebro, de los huesos y de los músculos a servir al yo. No permitáis que el último día os halle privados del tesoro celestial. Tratad de fomentar los triunfos de la cruz, de iluminar las almas, de trabajar por la salvación de vuestros semejantes, y vuestra obra soportará la prueba del fuego. 2JT 168.2

“Si permaneciere la obra de alguno, ... recibirá recompensa.” 1 Corintios 3:14. Gloriosa será la recompensa concedida cuando los obreros fieles sean congregados en derredor del trono de Dios y el Cordero. Cuando Juan, en su estado mortal, contempló la gloria de Dios, cayó como muerto; no pudo soportar esa visión. Cuando lo mortal se haya vestido de inmortalidad, los redimidos serán como Jesús, porque le verán tal cual es. Estarán delante del trono, lo cual significa que habrán sido aceptados. Todos sus pecados habrán sido borrados, todas sus transgresiones, disipadas. Entonces podrán mirar sin velo la gloria del trono de Dios. Habrán sido participantes con Cristo en sus sufrimientos, habrán trabajado juntamente con él en el plan de la redención, y habrán de participar con él en el gozo de contemplar las almas salvadas por su medio para que alaben a Dios durante toda la eternidad. 2JT 168.3

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El tercer ángel, que vuela por en medio del cielo, y proclama los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús, representa nuestra obra. El mensaje no pierde fuerza mientras el ángel vuela hacia adelante; porque Juan lo ve aumentar en fortaleza y poder hasta que toda la tierra está iluminada con su gloria. El pueblo que guarda los mandamientos de Dios va hacia adelante, siempre hacia adelante. El mensaje de verdad que proclamamos debe ir a toda nación, lengua y pueblo. Pronto se proclamará con fuerte voz, y la tierra será iluminada con su gloria. ¿Nos estamos preparando para este gran derramamiento del Espíritu de Dios?* 2JT 169.1

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He visto un cuadro que representaba a un buey situado entre un arado y un altar, con la inscripción: “Listo para cualquiera de los dos.” Estaba dispuesto a abrasarse de calor y de cansancio en el surco, o a sangrar sobre el altar del sacrificio. Esta es la actitud que debe asumir siempre el hijo de Dios: Estar dispuesto a ir adonde el deber lo llama, a negarse a sí mismo y a sacrificarse por la causa de la verdad. La iglesia cristiana se fundó sobre el principio del sacrificio. “Si alguno quiere venir en pos de mí—dice Cristo,—niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” Mateo 16:24. El exige todo el corazón, todos los afectos. Las manifestaciones de celo, fervor y labor abnegada, que sus discípulos consagrados han dado al mundo, deben encender nuestro ardor e inducirnos a emular su ejemplo. La religión genuina da un fervor y una fijeza de propósito que amoldan el carácter a la imagen divina, y nos capacitan para tener todas las cosas por pérdida frente a la excelencia de Cristo. Esta sinceridad de propósito resultará en un elemento de tremendo poder.* 2JT 169.2