Joyas de los Testimonios 2

67/280

“¿Soy yo guarda de mi hermano?”

Supongamos que se colocase una suma de dinero en vuestras manos para que la invirtierais con cierto fin. ¿La arrojaríais lejos declarando que ya no erais responsables de usarla? ¿Os parecería que os habríais ahorrado una gran preocupación? Sin embargo, esto es lo que habéis estado haciendo con los dones de Dios. Excusaros de trabajar por otros, por falta de capacidad, mientras que estáis absortos en búsquedas mundanales, es burlaros de Dios. Multitudes están bajando a la ruina; el pueblo que ha recibido la luz y la verdad no es más que un puñado para resistir a toda la hueste del mal; y sin embargo, este pequeño grupo está dedicando sus energías a todo menos a aprender a rescatar las almas de la muerte. ¿Es acaso extraño que la iglesia sea débil y deficiente, que Dios pueda hacer tan sólo poco en favor de aquellos que profesan ser su pueblo? Se está colocando donde le es imposible trabajar con ellos y para ellos. ¿Osaréis continuar así, despreciando sus requerimientos? ¿Seguiréis jugando con los más sagrados cometidos del cielo? ¿Diréis como Caín: “Soy yo guarda de mi hermano”? Génesis 4:9. 2JT 159.2

Recordad que vuestra responsabilidad no se mide por vuestros actuales recursos y capacidades, sino por las facultades originalmente concedidas y las posibilidades de mejorarlas. La pregunta que cada uno debe hacerse no se refiere a si él es ahora inexperto e inepto para trabajar en la causa de Dios, sino cómo y por qué se halla en esa condición, y cómo puede ser remediada. Dios no nos dotará en forma sobrenatural de las cualidades de que carecemos; pero mientras ejercemos la habilidad que tenemos, él obrará con nosotros para aumentar y fortalecer toda facultad; nuestras energías dormidas serán despertadas, y las facultades que han estado paralizadas durante mucho tiempo recibirán nueva vida. 2JT 159.3

Mientras estamos en el mundo, debemos tratar con las cosas del mundo. Siempre será necesaria la transacción de negocios temporales de carácter secular; pero éstos no deben llegar a absorberlo todo. El apóstol Pablo formuló una regla segura: “En el cuidado no perezosos; ardientes en espíritu; sirviendo al Señor.” Romanos 12:11. Los deberes humildes y comunes de la vida han de cumplirse todos con fidelidad; “con buena voluntad,” dice el apóstol, “como al Señor.” Efesios 6:7. Cualquiera sea nuestro ramo de trabajo, en la casa, en el campo, o en las actividades intelectuales, podemos cumplirlo para gloria de Dios, mientras damos a Cristo el primero, el último y mejor lugar en todo. Pero, además de esos empleos mundanales, ha sido dado a cada discípulo de Cristo un trabajo especial para edificar su reino, un trabajo que requiere esfuerzo personal para la salvación de los hombres. No es una obra que haya de ser cumplida una vez por semana simplemente, en el local de culto, sino en todo tiempo y en todos los lugares. 2JT 160.1