Joyas de los Testimonios 2

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La iglesia es la luz del mundo*

El Señor llamó a su pueblo Israel, y lo separó del mundo, a fin de confiarle un cometido sagrado. Lo hizo depositario de su ley, y quiso por su medio conservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo. Por este pueblo, la luz del cielo había de resplandecer en los lugares obscuros de la tierra, y había de oírse una voz llamando a todos los pueblos a apartarse de su idolatría para servir al Dios viviente y verdadero. Si los hebreos hubiesen sido fieles a su cometido, habrían sido una potencia en el mundo. Dios habría sido su defensa, y los habría ensalzado sobre todas las demás naciones. Su luz y su verdad habrían sido reveladas por su medio, y se habrían destacado bajo su sabia y santa dirección como ejemplo de la superioridad de su gobierno sobre toda forma de idolatría. 2JT 155.1

Pero ellos no cumplieron su pacto con Dios. Siguieron las prácticas idólatras de otras naciones, y en vez de dar al nombre de su Creador alabanza en la tierra, su conducta lo expuso al desprecio de los paganos. Sin embargo, el propósito de Dios debe lograrse. El conocimiento de su voluntad debe difundirse en la tierra. Dios trajo la mano del opresor sobre su pueblo, y lo dispersó cautivo entre las naciones. Bajo la aflicción, muchos de ellos se arrepintieron de sus transgresiones y buscaron al Señor. Dispersos en las tierras de los paganos, difundieron el conocimiento del verdadero Dios. Los principios de la ley divina entraron en conflicto con las costumbres y prácticas de las naciones. Los idólatras trataron de aplastar la verdadera fe. En su providencia, el Señor puso a sus siervos, Daniel, Nehemías, Esdras, frente a frente con reyes y gobernantes, para que esos idólatras tuviesen oportunidad de recibir la luz. Así la obra que Dios había dado a su pueblo para que la hiciese en la prosperidad, en sus propios confines, pero que había sido descuidada por su infidelidad, fué hecha por ellos en el cautiverio, bajo grandes pruebas y molestias. 2JT 155.2

Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la poderosa hacha de la verdad—los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero,—la ha separado de las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para este tiempo. Como los santos oráculos confiados al antiguo Israel, son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo. Los tres ángeles de Apocalipsis 14 representan a aquellos que aceptan la luz de los mensajes de Dios, y salen como agentes suyos para pregonar las amonestaciones por toda la anchura y longitud de la tierra. Cristo declara a los que le siguen: “Sois la luz del mundo.” Mateo 5:14. A toda alma que acepta a Jesús, la cruz del Calvario dice: “He aquí el valor de un alma. ‘Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.’” Marcos 16:15. No se ha de permitir que nada estorbe esta obra. Es una obra de suma importancia para este tiempo; y ha de ser tan abarcante como la eternidad. El amor que Jesús manifestó por las almas de los hombres en el sacrificio que hizo por su redención, impulsará a todos los que le sigan. 2JT 156.1

Pero muy pocos de aquellos que han recibido la luz están haciendo la obra confiada a sus manos. Hay algunos hombres de fidelidad inquebrantable que no buscan la comodidad, la conveniencia ni la vida misma, que van penetrando doquiera vean la oportunidad de presentar la luz de la verdad y vindicar la santa ley de Dios. Pero los pecados que dominan al mundo han penetrado en las iglesias, y en el corazón de aquellos que aseveran ser el pueblo peculiar de Dios. Muchos de los que han recibido la luz ejercen una influencia que tiende a calmar los temores de los mundanos y religiosos formales. 2JT 156.2

Hay amadores del mundo aun entre aquellos que profesan esperar al Señor. Hay ambición de riquezas y honores. Cristo describe a esa clase cuando declara que el día de Dios ha de venir como un lazo sobre todos aquellos que moran en la tierra. Este mundo es su hogar. Se dedican a conseguir tesoros terrenales. Erigen costosas viviendas con todas las comodidades; hallan placer en los vestidos y en la satisfacción del apetito. Las cosas del mundo son sus ídolos. Los tales se interponen entre el alma y Cristo, y ven tan sólo en forma débil y empañada las solemnes y tremendas realidades que nos apremian. La misma desobediencia y el fracaso que se vieron en la iglesia judaica han caracterizado en mayor grado al pueblo que ha tenido la gran luz celestial de los últimos mensajes de amonestación. ¿Dejaremos que la historia de Israel se repita en nuestra vida? ¿Desperdiciaremos como él nuestras oportunidades y privilegios hasta que Dios permita que nos sobrecojan la opresión y la persecución? ¿Dejaremos sin hacer la obra que podríamos haber hecho en paz y comparativa prosperidad hasta que debamos hacerla en días de tinieblas, bajo la presión de las pruebas y persecuciones? 2JT 156.3

Hay una terrible culpa de la cual la iglesia es responsable. ¿Por qué no están haciendo más esfuerzos fervientes para dar la luz a otros aquellos que la tienen? Ven que el fin se acerca. Ven que multitudes violan diariamente la ley de Dios; saben que esas almas no pueden ser salvas en la transgresión. Sin embargo, tienen más interés en sus oficios, sus fincas, sus casas, sus mercaderías, sus vestidos y sus mesas, que en las almas de los hombres y mujeres con quienes tendrán que encontrarse frente a frente en el juicio. Los que pretenden obedecer la verdad están dormidos. No podrían estar tan cómodos si estuviesen despiertos. El amor a la verdad se está apagando en su corazón. Su ejemplo no es de tal índole que convenza al mundo de que tienen la verdad sobre todos los demás pueblos de la tierra. Cuando debieran ser fuertes en Dios y tener una experiencia diaria viva, son débiles, vacilantes, buscan su sostén espiritual en los predicadores, cuando debieran estar sirviendo a otros con mente, alma, voz, pluma, tiempo y dinero. 2JT 157.1

Hermanos y hermanas, muchos de vosotros os excusáis de obrar, diciendo que no podéis trabajar para otros. Pero ¿os hizo Dios tan incapaces? ¿No ha sido esta incapacidad vuestra producida por vuestra propia inactividad y perpetuada por vuestra decisión deliberada? ¿No os dió el Señor por lo menos un talento que aprovechar, no para vuestra conveniencia y satisfacción, sino para él? ¿Habéis comprendido vuestra obligación, como siervos suyos, de darle renta mediante un empleo sabio y hábil del capital que os confió? ¿Habéis descuidado las oportunidades de mejorar vuestras facultades a este fin? Es demasiado cierto que pocos han sentido alguna responsabilidad ante Dios. El amor, el juicio, la memoria, la previsión, el tacto, la energía y todas las demás facultades han sido consagradas al yo. Dedicasteis más sabiduría al servicio del mal que a la causa de Dios. Habéis pervertido, incapacitado, hasta embrutecido, vuestras facultades en la intensa búsqueda de ventajas terrenas, con descuido de la obra de Dios. 2JT 158.1

Sin embargo, calmáis vuestra conciencia diciendo que no podéis deshacer lo pasado, y obtener el vigor, la fuerza y la habilidad que podríais haber tenido si hubieseis empleado vuestras facultades como Dios lo requería. Pero recordad que él os tiene por responsables de la obra hecha negligentemente o dejada sin hacer por vuestra infidelidad. Cuanto más ejercitéis vuestras facultades por el Maestro, tanto más aptos y hábiles os volveréis. Cuanto más íntimamente os relacionéis con la fuente de luz y poder, mayor luz será derramada sobre vosotros, y mayor poder obtendréis para dedicarlo a Dios. Y sois responsables por todo lo que podríais haber tenido, pero dejasteis de obtener por vuestra devoción al mundo. Cuando decidisteis seguir a Cristo, os comprometisteis a servirle a él solo; y él prometió estar con vosotros y bendeciros, refrigeraros con su luz, concederos su paz y haceros gozosos en su obra. ¿Habéis dejado de experimentar estas bendiciones? Tened por seguro que es el resultado de vuestra propia conducta. 2JT 158.2

A fin de escapar a la conscripción durante la guerra, hubo hombres que se provocaron enfermedades, otros se mutilaron para quedar inaptos para el servicio. Esto ilustra la conducta que muchos han seguido en relación con la causa de Dios. Han atrofiado sus facultades, tanto físicas como mentales, y no han podido hacer la obra que es tan necesaria. 2JT 159.1