Joyas de los Testimonios 2

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El carácter de Dios revelado en Cristo*

Dijo el Salvador: “Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado.” Juan 17:3. Y Dios declaró por el profeta: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová.” Jeremías 9:23, 24. 2JT 334.1

Nadie, sin ayuda divina, puede alcanzar este conocimiento de Dios. El apóstol dice que a los mundanos “no les pareció tener a Dios en su noticia.” Cristo “en el mundo estaba, y el mundo fué hecho por él; y el mundo no le conoció.” Romanos 1:28; Juan 1:10. Jesús declaró a sus discípulos: “Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.” Mateo 11:27. En aquella última oración que hizo en favor de quienes le seguían, antes de entrar en las sombras del Getsemaní, el Salvador alzó sus ojos al cielo, lleno de compasión por la ignorancia de los hombres, y dijo: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido.” “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste.” Juan 17:25, 6. 2JT 334.2

Desde el principio, fué el plan estudiado de Satanás inducir a los hombres a olvidarse de Dios, a fin de que pudiese someterlos. Por eso mintió acerca del carácter de Dios, a fin de inducirlos a albergar un falso concepto de él. Les presentó al Creador como revestido de los atributos del príncipe del mal mismo: arbitrario, severo, inexorable, a fin de que le temiesen, rehuyesen, y hasta odiasen. Satanás esperaba confundir de tal manera las mentes de aquellos a quienes había engañado, que desechasen a Dios de su conocimiento. Entonces borraría la imagen divina del hombre y grabaría su propia semejanza sobre el alma; llenaría a los hombres de su propio espíritu y los haría cautivos de su voluntad. 2JT 334.3

Calumniando el carácter de Dios y excitando la desconfianza en él fué cómo Satanás indujo a Eva a transgredir. Por el pecado, la mente de nuestros primeros padres se obscureció, su naturaleza se degradó y su concepto de Dios fué amoldado por su propia estrechez y egoísmo. Y a medida que los hombres se hicieron más audaces en el pecado, el conocimiento y el amor de Dios se borraron de su mente y corazón. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias;... se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fué entenebrecido.” Romanos 1:21. 2JT 335.1

A veces, la lucha de Satanás por el dominio de la familia humana parecía destinada a quedar coronada de éxito. Durante los siglos que precedieron al primer advenimiento de Cristo, el mundo parecía estar completamente bajo el cetro del príncipe de las tinieblas; y él reinó con terrible poder, como si por medio del pecado de nuestros primeros padres, los reinos del mundo hubiesen llegado a ser legítimamente suyos. Aun el pueblo de la alianza, al cual Dios había elegido para conservar su conocimiento en el mundo, se había apartado de tal manera de él que había perdido todo concepto verdadero de su carácter. 2JT 335.2

Cristo vino para revelar a Dios al mundo como un Dios de amor, lleno de misericordia, ternura y compasión. Las densas tinieblas con que Satanás había tratado de rodear el trono de la divinidad fueron disipadas por el Redentor del mundo, y el Padre volvió a quedar manifiesto a los hombres como la luz de la vida. 2JT 335.3

Cuando Felipe pidió a Jesús: “Muéstranos el Padre, y nos basta,” el Salvador le contestó: “¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” Juan 14:8, 9. Cristo se declara enviado al mundo como representante del Padre. En su nobleza de carácter, en su misericordia y tierna compasión, en su amor y bondad, se nos presenta como la personificación de la perfección divina, la imagen del Dios invisible. 2JT 335.4