Consejos Sobre la Salud

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Los sanatorios y la obra evangélica

Nuestros sanatorios son uno de los medios de mayor éxito para alcanzar a toda clase de gente. Cristo ya no está personalmente en este mundo para ir a las ciudades y a los pueblos y aldeas a fin de sanar a los enfermos. Nos ha encargado que llevemos a cabo la obra misionera médica que el comenzó, y debemos hacer lo mejor posible en el cumplimiento de esta obra. Es necesario establecer instituciones para el cuidado de los enfermos, donde hombres y mujeres puedan ser colocados bajo la atención de médicos misioneros temerosos de Dios y ser tratados sin drogas. A estas instituciones acudirán los que han acarreado enfermedad sobre sí mismos debido a hábitos impropios de comer y beber. A éstos hay que enseñarles los principios de la vida sana. Hay que enseñarles el valor de la abnegación y el dominio propio. Es necesario proveerles un régimen de alimentación sencillo, sano y agradable, y deben ser atendidos por médicos y enfermeras llenos de sabiduría. CSI 209.1

Nuestros sanatorios son la mano derecha del Evangelio, y abren puertas a través de las cuales la humanidad doliente puede ser alcanzada con las buenas nuevas de sanamiento por medio de Cristo. En estas instituciones, los enfermos pueden ser enseñados a entregar sus casos al Gran Médico, quien cooperará con sus fervientes esfuerzos para recuperar la salud, y producirá en ellos el sanamiento del alma tanto como la curación del cuerpo. CSI 209.2

En nuestros sanatorios se puede llevar a cabo una obra misionera médica admirable. En ellos Cristo y los ángeles trabajan para aliviar el sufrimiento causado por la enfermedad del cuerpo. Pero la obra de ningún modo se detiene allí. Las oraciones ofrecidas por los enfermos y la presentación de las Escrituras les proporciona un conocimiento del gran Médico Misionero. Se dirige su atención hacia Aquel que puede curar toda enfermedad. Aprenden acerca del gran don de la vida eterna, el cual el Señor Jesús anhela derramar sobre quienes lo aceptan. Aprenden a prepararse para las mansiones que Cristo ha ido a disponer para los que le aman. Si me fuere, dijo él, “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Juan 14:3. La Palabra de Dios contiene admirables promesas, de las cuales los que sufren del cuerpo o de la mente, pueden recibir consuelo, esperanza y valor.* CSI 209.3

El plan de proveer instituciones para el cuidado debido de los enfermos se originó en el Señor. El ha instruido a su pueblo para que establezcan estas instituciones. Deben trabajar en ellas médicos temerosos de Dios, que sepan tratar a los enfermos desde el punto de vista del médico cristiano hábil. Estos médicos deben ser fervientes y activos, y servir al Señor en su especialidad. Deben recordar que están trabajando en el lugar y bajo la vigilancia del Gran Médico. Son los guardianes de los seres a quienes Cristo compró con su propia sangre, y por lo tanto es indispensable que se dirijan por medio de principios elevados y nobles, y que lleven a cabo la volundad del Médico Misionero Divino, quien vela constantemente sobre los enfermos y dolientes. CSI 210.1

Los que han sido designados guardianes de la salud de los enfermos debieran comprender por medio de la experiencia el poder suavizador de la gracia de Cristo, para que los que acuden a ellos en busca de tratamiento puedan recibir mediante sus palabras el poder elevador y sanador de la propia verdad de Dios. Un médico no se encuentra preparado para la obra misionera médica hasta que ha obtenido conocimiento de Aquel que vino a salvar a las almas perdidas y afligidas por el pecado. Si Cristo es su Maestro, y si poseen conocimiento experimental de la verdad, pueden presentar al Salvador ante los enfermos y los desahuciados. CSI 210.2

Los enfermos observan cuidadosamente las expresiones, las palabras y los actos de sus médicos, y cuando el médico cristiano se arrodilla junto al lecho del doliente, para pedir al Gran Médico que tome su caso en sus propias manos, impresiona la mente del enfermo, lo cual puede producir como resultado la salvación de su alma. CSI 211.1