Capítulo 26—Bajo la disciplina de Cristo
Todo maestro que tiene algo que ver con la educación de los jóvenes estudiantes, debe recordar que los niños son afectados por la atmósfera que lo rodea a él, sea ésta agradable o desagradable. Si está relacionado con Dios, si Cristo habita en su corazón, el espíritu que albergue será sentido por los niños. Si los maestros entran en el aula con un espíritu irritado, la atmósfera que rodea a sus almas dejará también su impresión.
CM 183.1
Los maestros que trabajan en esta parte de la viña del Señor, necesitan tener dominio propio, mantener bajo control su genio y sus sentimientos, y asimismo estar sujetos al Espíritu Santo. Deben dar evidencia de poseer, no una experiencia unilateral, sino una mente bien equilibrada, un carácter simétrico. Aprendiendo diariamente en la escuela de Cristo, pueden educar sabiamente a los niños, y jóvenes. Si han adquirido cultura, si se dominan a sí mismos, y están bajo la disciplina del Señor, teniendo una relación viva con el gran Maestro, tendrán un conocimiento inteligente de la religión práctica; y manteniendo sus propias almas en el amor de Dios, sabrán ejercer la gracia de la paciencia y de la tolerancia cristianas. Reconocerán que tienen que cultivar un campo muy importante en la viña del Señor. Elevarán el corazón a Dios en sincera oración: “Señor, sé tú mi modelo”; y luego, contemplando a Cristo, harán la obra de Cristo.
CM 183.2
Los maestros de cualquier ramo necesitan mentes bien equilibradas y carácter simétrico. La obra de la enseñanza no debe confiarse a personas jóvenes que no saben tratar con las mentes humanas, que nunca han aprendido a mantenerse a sí mismas bajo la disciplina de Jesucristo, ni a sujetarle sus pensamientos en cautiverio. Saben tan poco del poder controlador de la gracia sobre su propio corazón y carácter, que tienen mucho que desaprender, y deben asimilar lecciones enteramente nuevas en la experiencia cristiana.
CM 183.3
Entre los niños y jóvenes, hay toda clase de caracteres con los cuales se tiene que tratar, cuyas mentes son impresionables. Muchos de los niños que asisten a nuestras escuelas no han tenido la debida preparación en el hogar. A algunos se los dejaba hacer como querían; a otros se los criticaba y desalentaba. Se les ha manifestado muy poca disposición placentera y alegre; se les han dirigido muy pocas palabras de aprobación. Han heredado los caracteres deficientes de sus padres, y la disciplina del hogar no les ha ayudado en la formación del debido carácter. El colocar como maestros de estos niños y jóvenes a personas jóvenes que no han desarrollado un amor profundo y ferviente hacia Dios y las almas por quienes Cristo murió, es cometer un error que puede resultar en la pérdida de muchos. Los que se impacientan e irritan fácilmente no deben ser educadores.
CM 184.1
Los maestros deben recordar que no están tratando con hombres y mujeres, sino con niños que tienen que aprenderlo todo. Y el aprender es mucho más difícil para unos que para otros. El alumno poco inteligente necesita mucho más estímulo del que recibe. Si se coloca sobre estas variadas mentes a maestros que se deleitan en ordenar, dictar y magnificar su autoridad, a maestros que tratan con parcialidad, y tienen favoritos para quienes muestran preferencia, mientras tratan a otros con exigencia y severidad, el resultado será confusión e insubordinación. Puede ser que a ciertos maestros que no están dotados de una disposición agradable y bien equilibrada, se les pida que se encarguen de los niños, pero con ello se hace un gran perjuicio a quienes ellos educan.
CM 184.2
Un maestro puede tener suficiente educación y conocimiento en las ciencias para instruir, pero ¿se ha averiguado si tiene tacto y sabiduría para tratar con las mentes humanas? Si los instructores no tienen el amor de Cristo en su corazón, no son idóneos para llevar las graves responsabilidades confiadas a quienes educan a los jóvenes. Careciendo ellos mismos de la educación superior, no saben tratar con las mentes humanas. Su propio corazón insubordinado procura dominar; el sujetar a una disciplina tal el carácter y la mente plástica de los niños es dejar sobre ésta cicatrices y magulladuras que nunca se eliminarán.
CM 185.1
Maestros que estáis haciendo vuestra obra no sólo para este tiempo sino para la eternidad, preguntaos: ¿Me constriñe el amor de Cristo mientras trato con las almas por las cuales él dio su vida? Bajo su disciplina, ¿desaparecen los viejos rasgos de carácter, que no están en conformidad con la voluntad de Dios, y los reemplazan las cualidades opuestas? ¿o estoy confirmando a estos jóvenes en su espíritu perverso, por mis palabras no santificadas, mi impaciencia, mi falta de sabiduría de lo alto?
CM 185.2
Cuando se manifiesta impaciencia o mal humor para con un niño, puede ser que éste no tenga ni siquiera la mitad de la culpa del maestro. Los maestros se cansan con su trabajo, y puede ser que alguna cosa que digan o hagan los niños no concuerde con sus sentimientos. ¿Habrán de permitir en tales ocasiones que penetre el espíritu de Satanás, o dejarán de ejercitar tacto y sabiduría, permitiendo así que se despierten en los alumnos sentimientos desagradables? El maestro que ama a Jesús y que aprecia el poder salvador de su gracia, no puede permitir que Satanás controle su espíritu. Pondrá a un lado todo lo que habría de corromper la influencia propia, porque es algo que se opone a la voluntad de Dios y hace peligrar las almas de las preciosas ovejas y corderos.
CM 185.3
Cuando Cristo, la esperanza de gloria, esté formado en el interior, entonces la verdad de Dios actuará de tal manera sobre el temperamento natural que su poder transformador se manifestará en un carácter transformado. Entonces no cambiaréis la verdad de Dios en una mentira delante de ninguno de vuestros alumnos, al revelar un corazón y temperamento no santificado. Ni tampoco daréis, por un espíritu egoísta y contrario a Cristo, la impresión de que su gracia no es suficiente para vosotros en todo tiempo y lugar. Demostraréis que la autoridad de Dios sobre vosotros no es de nombre solamente, sino real y efectiva.
CM 186.1
Examínese todo maestro que acepta la responsabilidad de enseñar a los niños y jóvenes. Pregúntese: ¿Se ha posesionado de mi alma la verdad de Dios? ¿Ha penetrado en mi carácter la sabiduría que proviene de Jesucristo, que “primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida”? ¿Albergo yo el principio de que “el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz”? Santiago 3:17, 18.
CM 186.2
Maestros, Jesús está en vuestra escuela cada día. Su gran corazón de amor infinito se siente atraído, no solamente hacia los niños que se portan mejor, que viven en el ambiente más favorable, sino hacia aquellos que, como herencia, tienen rasgos de carácter objetables. Los padres mismos no han comprendido cuánta responsabilidad tienen por las cualidades desarrolladas en sus hijos, y al tratar con ellos no han manifestado ternura y sabiduría, a pesar de que los han hecho lo que son. No han sabido rastrear hasta su causa los incidentes desalentadores que los prueban. Pero Jesús considera a estos niños con compasión y amor. Los comprende; porque él razona de la causa al efecto.
CM 186.3
Las palabras agudas y la continua censura aturden al niño, pero no lo reforman. No pronunciéis la palabra mezquina; mantened vuestro propio ánimo bajo la censura de Cristo. Entonces aprenderéis a compadeceros de los que son puestos bajo vuestra influencia y a simpatizar con ellos. No manifestéis impaciencia ni dureza. Si esos niños no necesitaran educación, no estarían en la escuela. Se les ha de ayudar paciente y bondadosamente a subir la escalera del progreso, ascendiendo paso tras paso hacia la obtención del conocimiento. Situaos del lado de Jesús. Poseyendo sus atributos, tendréis agudas y tiernas sensibilidades, y haréis vuestra la causa de los que yerran.
CM 186.4
La vida religiosa de gran número de maestros que profesan el cristianismo es tal, que demuestra que no son cristianos. Están constantemente representando falsamente a Cristo. Tienen una religión sujeta a las circunstancias y controlada por ellas. Si todo va en el sentido que les agrade, si no hay circunstancias irritantes que hacen resaltar su naturaleza no subyugada ni cristiana, son condescendientes, placenteros y muy atrayentes. Pero la verdad no ha de ser practicada solamente cuando nos sentimos inclinados a ello, sino en todo momento y lugar. El Señor no quiere ser servido por los impulsos apresurados del hombre, por sus caprichosas realizaciones. Si cuando ocurren en la familia o en el trato con otros, cosas que turban la paz y provocan el genio, los maestros quieren presentarlo todo a Dios, pidiendo su gracia antes de dedicarse a sus trabajos diarios; si quieren conocer por sí mismos que el amor, el poder y la gracia de Dios están en su propio corazón, los ángeles de Dios entrarán con ellos en el aula.
CM 187.1
Significa mucho poner a los niños bajo la directa influencia del Espíritu de Dios, instruirlos y disciplinarlos, criarlos en la educación y admonición del Señor. La formación de los buenos hábitos, la inculcación de un espíritu correcto, exigirán esfuerzos fervientes en el nombre y fuerza de Jesús.
CM 187.2
Que “todo sumo sacerdote... se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad” (Hebreos 5:1, 2), es una verdad que puede ejemplificarse en el sentido más alto delante de los niños. Ténganlo presente los maestros cuando son tentados a ser impacientes y airados con ellos debido a su mala conducta. Recuerden que los ángeles de Dios los están mirando tristemente. Si los niños yerran y se portan mal, es tanto más esencial que los que los presiden puedan enseñarles a actuar por precepto y ejemplo.
CM 187.3
En ningún caso han de perder los maestros el dominio propio, manifestar impaciencia y dureza, y falta de simpatía y amor. Los que son naturalmente nerviosos, que fácilmente se sienten provocados a ira, y que han practicado la costumbre de criticar y pensar mal de los demás, deben hallar alguna otra clase de trabajo, para que sus desagradables rasgos de carácter no se reproduzcan en los niños y jóvenes. En lugar de ser aptos para enseñar a los niños, los tales maestros necesitan que alguien les enseñe las lecciones de Jesucristo.
CM 188.1
Si el maestro tiene el amor de Cristo en el corazón como dulce fragancia, como sabor de vida para vida, podrá ligar a sí a los niños que están bajo su cuidado. Por la gracia de Cristo puede ser instrumento en las manos de Dios para iluminar, elevar, estimular y ayudar a purificar el templo del alma de su contaminación, hasta que el carácter se transforme por la gracia de Cristo, y la imagen de Dios se revele en el alma.
CM 188.2
Dijo Cristo: “Me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados”. Juan 17:19. Esta es la obra que incumbe a todo maestro cristiano. Con relación a ella, no debe haber trabajo hecho al azar; porque la educación de los niños requiere muchísimo de la gracia de Cristo, y que se subyugue el yo. El cielo ve en el niño al hombre o la mujer sin desarrollar todavía, con sus capacidades y facultades que, si se guían y desenvuelven correctamente, harán de él o de ella un ser con el cual podrán cooperar los agentes divinos, un colaborador con Dios.
CM 188.3
162
CM
Consejos para los Maestros
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