Consejos para los Maestros

64/279

Enseñando a los niños a ser útiles

Una de las salvaguardias más seguras de los jóvenes es la ocupación útil. Los niños que han sido enseñados en hábitos de laboriosidad, de manera que todas sus horas estén dedicadas a ocupaciones útiles y placenteras, no tienen inclinación a quejarse de su suerte ni tienen tiempo para entregarse a sueños ociosos. Corren poco peligro de formar compañías o hábitos viciosos. CM 116.4

En la escuela del hogar se les debe enseñar a los niños a cumplir con los deberes prácticos de la vida diaria. Mientras aún son jóvenes, la madre debe darles algunas tareas sencillas que hacer cada día. Necesitará más tiempo para enseñárselas que para hacerlas ella misma; pero recuerde que debe poner el fundamento de la utilidad en el edificio de su carácter. Piense que el hogar es la escuela en la que ella es la maestra principal. A ella le toca enseñar a sus hijos a cumplir rápida y hábilmente los deberes de la casa. Tan temprano en la vida como sea posible, se les debe enseñar a compartir las cargas del hogar. Desde la infancia se debería enseñar a los niños a llevar cargas siempre más pesadas, a ayudar inteligentemente en el trabajo de la familia. CM 117.1

Cuando llegan a una edad adecuada, deben proveérseles herramientas. Resultarán alumnos idóneos. Si el padre es carpintero, debe dar a sus hijos lecciones de carpintería. CM 117.2

Los niños han de aprender de la madre hábitos de aseo, esmero y prontitud. Dejar que un niño tome una o dos horas para hacer un trabajo que podría hacerse fácilmente en media hora, es permitirle tomar hábitos dilatorios. Los hábitos de laboriosidad y de esmero serán una bendición indecible para los jóvenes en la escuela mayor de la vida, en la cual han de entrar cuando tengan más edad. CM 117.3

No se debe permitir a los niños que piensen que todo lo que hay en la casa es juguete suyo, que pueden hacer con ello como quieren. Aún a los niños más pequeños deben dárseles instrucciones al respecto. Corrigiendo este hábito, se lo destruirá. Dios quiere que las perversidades naturales a la infancia sean desarraigadas antes de transformarse en hábitos. No les deis a los niños juguetes que se rompan fácilmente. Hacer esto es enseñarles lecciones en el arte de destruir. Dénseles juguetes que sean fuertes y durables. Estas sugestiones, por insignificantes que parezcan, representan mucho en la educación del niño. CM 117.4

Las madres deben precaverse para no enseñar a sus hijos a depender de otros y pensar sólo en sí mismos. Nunca les deis motivo de pensar que son el centro, y que todo debe girar alrededor de ellos. Algunos padres dedican mucho tiempo y atención a divertir a sus hijos; pero debe enseñárseles a divertirse solos, a ejercitar su propio ingenio y habilidad. Así aprenderán a contentarse con placeres sencillos. Debe enseñárseles a soportar valientemente sus pequeñas desilusiones y pruebas. En vez de llamar la atención a todo dolor trivial o lastimadura, distráigase su mente; enséñesele a pasar por alto las pequeñas molestias. CM 117.5

Estúdiese para aprender a enseñar a los niños a ser serviciales. Los jóvenes deben acostumbrarse desde temprano a la sumisión, a la abnegación y a la consideración de la felicidad ajena. Debe enseñárseles a subyugar el temperamento impulsivo, a retener la palabra apasionada, a manifestar invariablemente bondad, cortesía y dominio propio. CM 118.1

Recargada con muchos cuidados, la madre puede a veces creer que no puede tomar tiempo para instruir pacientemente a sus pequeñuelos y dedicarles su simpatía y amor. Pero ella debe recordar que si los hijos no hallan en sus padres y en sus hogares lo que satisfaga su deseo de simpatía y compañerismo, recurrirán a otras fuentes, que harán peligrar tal vez la mente y el carácter. CM 118.2

Dedicad parte de vuestras horas libres a vuestros hijos; asociaos con ellos en sus trabajos y deportes, y conquistad su confianza. Cultivad su amistad. Dadles responsabilidades que llevar, pequeñas al principio, mayores a medida que vayan creciendo. Dejadles ver que consideráis que os ayudan. Nunca, nunca permitáis que os oigan decir: “Me estorban más de lo que me ayudan”. CM 118.3

Si ello es posible, el hogar debiera estar situado fuera de la ciudad, donde los niños puedan tener terreno para cultivar. Asígnese a cada uno de ellos un pedazo de tierra; y mientras se les enseña a hacer un jardín, a preparar el suelo para la semilla y la importancia de mantenerlo libre de malas hierbas, incúlqueseles también cuán importante es mantener la vida libre de prácticas desdorosas y perjudiciales. Enséñeseles a dominar los malos hábitos como desarraigan la maleza en sus jardines. Se necesitará tiempo para impartirles estas lecciones, pero reportarán grandes recompensas. CM 118.4

Hablad a vuestros hijos del poder que Dios tiene de hacer milagros. Mientras estudian el gran libro de texto de la naturaleza, Dios impresionará sus mentes. El agricultor labra su tierra y siembra su semilla; pero no puede hacerla crecer. Debe confiar en que Dios hará lo que ningún poder humano puede realizar. El Señor pone su poder vital en la semilla, haciéndola germinar y tener vida. Bajo su cuidado el germen de vida atraviesa la dura corteza que lo envuelve, y brota para llevar fruto. Primero aparece la hoja, después la espiga, y luego el grano lleno en la espiga. Al hablárseles a los niños de la obra que Dios hace en la semilla, aprenderán el secreto del crecimiento en la gracia. CM 119.1

Hay indecible valor en la laboriosidad. Enséñese a los niños a hacer algo útil. Los padres necesitan sabiduría más que humana para comprender cómo educar mejor a sus hijos para una vida feliz y útil aquí, y un servicio superior y un gozo mayor en la otra vida. CM 119.2